PERSISTENCIA

Metafísica, represión y fantástica

Margarita Carrera

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Desde Sócrates hasta Heidegger, la metafísica se ha considerado como la auténtica filosofía. Esto es, el cuestionamiento de lo que está más allá de la “physis” o naturaleza. Lo inaprehensible. Lo último. O lo primero. Lo finito y lo infinito. Lo eterno y lo perecedero.

Al no considerar la “physis” como un todo que encierra dentro de sí mismo infinitud de respuestas a la infinitud de preguntas que le hace a la ciencia, hay un desborde de ansiedad en el alma humana. Es un desborde de milagro. Esta planta, esta flor, este mar, estas estrellas, esta vida en la que estamos en un instante, que sin dejar de ser instante, toca lo eterno; en fin, el Universo entero deja de ser milagro; y se busca, en desborde, aún otro milagro. Que esté más allá del sol, de la tierra, la molécula, el átomo. Se despreocupa el humano de lo que tiene y encierra, en sí, y busca el “más allá”, sin darse cuenta que hasta el “más allá” lo contiene el más acá.

Así la metafísica, como preocupación filosófica fundamental, surge como consecuencia de un estado anímico de ansiedad, de angustia, por carencia de amor, carencia que tiene como madre la represión.

Vendría, entonces, a ser la metafísica un arte imaginativo, un escape a la realidad —desde el punto de vista de la ciencia psicoanalítica—, que se emparentaría profundamente con un género literario de todos los tiempos y de todos los hombres: la metafísica, al decir de Borges.

Porque la fantástica tiene como característica particular, lo sobrenatural; aquello que va más allá de la explicación racional, aquello que evade la respuesta lógica y busca la respuesta irracional, ilógica, que quebranta todas las leyes de la “physis”.

Y claro, la fantástica también es hija de la represión. La madre de la metafísica y de la fantástica sería, pues, la represión; y los frutos o hijos de ambas, los fantasmas, seres de un más allá de ultratumba que atormentan o calman al “super-yo” implacable, que exige del humano un rechazo rotundo a su animalidad.

Sin embargo, estos seres del más allá están íntimamente vinculados con el más acá, símbolos o alegorías de un recóndito erotismo, de una recóndita animalidad.

Ni metafísica ni fantástica son ajenas a la “physis”, también son producto de ella, y como tal, sujetas a ocultas, ocultísimas leyes inexorables que abordan, además de filósofos y científicos, brujos y poetas.

De acuerdo a ello, se podría afirmar que la metafísica, como la fantástica, nacen en cualquier civilización, pues la base en que esta se fundamenta es la represión.

Sin embargo, lo que en una civilización se da como fantástica, en otra se da como metafísica. Siendo esta última la que ha regido a la filosofía occidental.

En el mundo oriental no hay separación entre física y metafísica. Su filosofía —que a la vez es religión— contiene la una y la otra, sin exclusividad o predominio de una sobre la otra. Por ello, el filósofo occidental no cree que exista una auténtica filosofía en el oriente. La diferencia esencial entre esta dos culturas, sería que, dentro del mundo occidental, la metafísica quiere estudiarse con leyes lógicas —cosa imposible, como lo demostró Kant—, mientras que en un mundo oriental el humano no se complica tanto para encontrar la verdad —o su verdad—. Simplemente acepta toda la “physis” como milagro y realidad al mismo tiempo. Así “todo” —esto es, toda la “physis”— encierra lo divino —el más allá que está y se manifiesta en el más acá—, de donde surge el “panteísmo” —de las voces griegas: “pan”, todo, y “Theos”, dios o divinidad—. El panteísmo encierra tanto la “physis” como la “meta-physis”, sin conflicto o contradicción.

Podrá desaparecer la metafísica como un rigor o disciplina filosófica, pero quedará siempre la fantástica que se traducirá, más allá de la ciencia, en arte, literatura, ciencia-ficción.

margaritacarrera1@gmail.com

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