PUNTO DE ENCUENTRO
Mi imprescindible Guillermo
La última vez que lo vi fue el día que cumplí diez años. Era el martes 24 de febrero de 1981 y coincidió con la celebración de Carnaval. Llegó vestido de traje y corbata —venía de su bufete e iba a dar clases a la Usac— y aún así jugó y se divirtió cuando mi hermana, mis compañeras de clase y yo le quebramos cascarones. Tenía el pelo y el saco lleno de pica-pica. Esperó a que soplara las velitas del pastel y me abrazó. “Nos vemos el viernes”, me dijo, “avisame al regresar del colegio”.
No pude avisarle, ese viernes por la mañana lo asesinaron. Quedó tendido sobre el sillón de su carro. Lo acribillaron a plena luz del día en una de las calles de ciudad de Guatemala, unos minutos después de salir de su casa. De esos y otros detalles me enteré algunos años después, cuando pude leer los diarios de la época que relataban lo ocurrido y hablé con un panadero que fue testigo de lo que pasó. “A su papá le dieron el tiro de gracia”, me dijo, “se les iba a escapar, pero le dispararon a las llantas”.
Hoy, hace exactamente 37 años, un 27 de febrero de 1981, un escuadrón de la muerte asesinó al abogado penalista Guillermo Monzón Paz. Mataron al profesor universitario, al coordinador del Área de Derecho Penal de la Usac, al litigante de los casos difíciles, al delegado nacional de Guatemala ante la Sociedad Internacional de Criminología, al jurista que acompañó y representó a las familias de cientos de desaparecidos promoviendo recursos de hábeas corpus para dar con su paradero, al asesor de los estudiantes en el Bufete Universitario, al autor de los libros La violencia institucionalizada en Guatemala: las caras de la violencia (mayo, 1977) e Introducción al Derecho Penal Guatemalteco —parte especial— (septiembre 1980). Mataron a Guillermo Monzón Paz, mi papá.
Su nombre se suma al de cientos de mártires universitarios —profesores y estudiantes— que fueron asesinados o desaparecidos en la oscura y larga noche de las dictaduras militares. Al asesinarlo quisieron matar no solo su cuerpo sino aniquilar su pensamiento y destruir su legado. Pero casi 40 años después, sus enseñanzas, sus escritos y su ejemplo siguen vigentes en muchos de sus alumnos y en el trabajo cotidiano de sus hijas, una abogada y una periodista.
Guillermo Monzón era un ser humano extraordinario y un penalista excepcional. “Maestro de maestros”, me dijo una vez un abogado litigante que lo tuvo como profesor. Un hombre comprometido y luchador, que puso su inteligencia y su capacidad al servicio de los oprimidos y los más necesitados. Un joven profesional del Derecho (lo asesinaron con apenas 37 años) que desafió al poder represor —aun a costa de su vida— para defender la democracia y la libertad. Un valiente que no luchó un día ni un año, sino toda la vida, como lo hacen los imprescindibles.
Y en estos días que corren, cuando la justicia se sigue vendiendo al mejor postor, cuando los señores de lo oscuro insisten en refugiarse en su impunidad, cuando priva la desesperanza y la consigna parece ser “estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros”, cuando el hartazgo y el cansancio nos incitan a dejar a medias la batalla, y hay quienes piensan en rendirse y claudicar, aparece el fueguito del ejemplo de mi padre, que nos enseñó a amar y a defender la vida, a resistir y a no dejarse vencer, a pelear contra la injusticia y la impunidad.
Y hoy, 37 años después, la niña de 10 años que abrazaste en su cumpleaños y la mujer que ahora soy, le roban a la canción unas palabras para decirte, aunque lo sepas: Yo soy tu sangre, mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo…
@MarielosMonzon