BIEN PÚBLICO
Miedo rojo
La propaganda es a la democracia lo que la cachiporra al estado totalitario, afirma acertadamente Noam Chomsky en el libro Cómo nos venden la moto, escrito en conjunto con Ignacio Ramonet. De ahí que a lo largo de la historia contemporánea se haya desarrollado técnicas de persuasión que buscan la manipulación informativa y la construcción de narrativas como medio para conseguir, conservar y acrecentar el poder de un grupo particular.
De acuerdo con Chomsky, la manipulación de la información convirtió a los estadounidenses de una sociedad pacifista en una “histérica y belicista” que quería acabar con todo lo alemán. Para ello, el Comité de Información Pública —encargado de la propaganda gubernamental—, difundió su mensaje por todos los medios. Aún en los actuales libros de historia se conservan hechos fabricados con el afán de “dirigir el pensamiento de la mayor parte del mundo”.
No es que los dirigentes nazis no fueran racistas, extremadamente violentos y tuvieran ambiciones imperialistas, es que los estadounidenses fueron manipulados para crear en ellos, por medio del terror, un entusiasmo patriota y bélico que ha sido útil para aceptar que muchos de sus jóvenes sacrifiquen sus vidas combatiendo en Europa, Vietnam, Irak, Afganistán y Somalia, entre otros lugares. Puede ser que la escalada de violencia de los diferentes bandos haya terminado por convertir la guerra en el único instrumento para lograr cierta gobernabilidad global. Puede ser que la propaganda, impulsada por quienes fabrican armas y ganan con la muerte, haya permeado tanto como para no reconocer caminos para vivir en un mundo con diferencias ideológicas y sin violencia.
Lo que sí es claro es que los métodos empleados para allanar el camino hacia la aceptación irrefutable de la violencia y la guerra se han utilizado en el mundo para construir el “miedo rojo”, una suma de argumentos flojos por los cuales si una persona o un colectivo aboga por derechos individuales y sociales —incluida una democracia plena— se le tilda de comunista. Así se ha conseguido a lo largo de la historia el cierre de sindicatos y de servicios públicos, la regulación de la libertad de prensa y la persecución política.
Con la técnica perfeccionada, suministrada por medios de comunicación y net centers, utilizando incluso voces que tienen cierta legitimidad frente a la sociedad, en Guatemala aquellos codiciosos que creen ganar con la pérdida de derechos de los ciudadanos —neoliberales y corruptos— tratan de implantar en la opinión pública ideas tales como: “lo público debe minimizarse”, “los universitarios deben estar en las aulas y no en las calles”, “los que abogan por derechos humanos son chairos”, “a los pobres se les debe enseñar a pescar, no dar el pescado”, “nadie debe tener un ingreso mínimo garantizado”, “los que —sin motivo justificable— toman las carreteras, nos generan pérdidas económicas”, “la lucha contra la corrupción es mala para la economía”, “nos quieren convertir en Venezuela”, “hay que bajar salarios e impuestos para ser competitivos”, entre otros. Estos mensajes, simples y vacíos de razonamiento democrático, político o económico, lamentablemente convencen a quienes viven como espectadores, “el rebaño desconcertado”, incluso a aquellos afectados por esta forma de concebir la vida en sociedad.
Los ciudadanos deben analizar las noticias, las columnas, las opiniones de terceros desde su realidad y conciencia, y aceptarlas o no, según la concepción del mundo en el que quieren vivir. Por favor, lea, vea, escuche, pero reflexione y no se deje manipular.
jmenkos@gmail.com