PUNTO DE ENCUENTRO
Mochilas de dignidad
El miércoles 16 de agosto el caos se desató en la ciudad de Guatemala. El atentado en el Hospital Roosevelt nos colocó nuevamente en un escenario de terror y muerte. Y a juzgar por lo sucedido horas más tarde, la masacre no fue una casualidad ni solamente un plan aislado de una clica de pandilleros para rescatar a un par.
A estas alturas no es aventurado pensar que todo forma parte de un plan más grande destinado a detener la lucha contra la corrupción y la impunidad que se ha emprendido en Guatemala. Hay que pensar a quién le sirve el caos y la desestabilización y qué objetivos persigue y ser capaces de analizar el escenario completo y no solamente una de sus partes.
En esto de la confusión y el caos, a los señores de la oscuridad no hay quien les gane, y ahí tienen a buena parte de la ciudadanía, de los funcionarios y de los tomadores de decisiones viendo el árbol y no el bosque, entretenidos en un pequeño cuadrito del tablero.
Este tipo de actuaciones no son nuevas en nuestro país y responden a viejos esquemas de inteligencia que, a juzgar por lo que se ve hoy, son los que están operando. La antigua maquinaria —que nunca se desmontó ni se detuvo— se echó a andar con fuerza para revertir lo avanzado y busca devolvernos a la Guatemala de antes del 2015. La alianza pro impunidad reúne a actores muy poderosos que sumaron fuerzas y están en pleno empuje, y es en este escenario de “inflexión” o “quiebre”, como escribió Edgar Gutiérrez, en el que nos encontramos.
Por eso, lo sucedido el mismo miércoles 16 de agosto en la Universidad de San Carlos tiene un significado doblemente importante para este país. Las y los estudiantes de la universidad pública, que se movilizaron y llenaron la Plaza en el 2015, no se olvidaron de luchar, y llevaron a su espacio —el universitario— la defensa de la democracia y la lucha contra la corrupción y la impunidad, convencidos que su asociación de estudiantes había sido cooptada.
En el medio de esta arremetida del bloque pro impunidad, cuyos tentáculos también alcanzan a la USAC, la juventud sancarlista nos dio el ejemplo. Nos recordó que no se pelea un día, un mes ni un año, que la lucha es constante y que no hay que claudicar. Con una enorme dignidad y sus mochilas llenas de libros y esperanza, salvaron el proceso democrático para rescatar la AEU y nos dieron una lección a quienes pareciera nos hemos cansado de pelear.
Si se hubieran acomodado, si les hubiera ganado la desidia y el miedo, si hubieran preferido sus espacios de confort, si se hubieran dejado vencer por la estrategia de descalificación, las amenazas e intimidaciones, si por egos y protagonismos hubieran dejado a un lado la unidad o hubieran desmayado cuando las autoridades universitarias le entregaron a los miembros de la “comisión transitoria” el padrón electoral para hacer elecciones paralelas, la batalla por rescatar la AEU se hubiera perdido.
Al escribir esta columna aún no conozco los resultados de la elección estudiantil; sin embargo, haber concretado el proceso electoral, obligado a las mafias y a sus cómplices a retroceder y romper 17 años de cooptación en la AEU, es un triunfo indiscutible. ¿Qué no se termina ahí? Por supuesto, queda un enorme camino por recorrer, pero el sendero se abrió y están andando.
El triunfo de las asociaciones estudiantiles legítimas es un triunfo para Guatemala, porque la juventud le abrió una grieta a ese enorme muro de impunidad. La Plaza del 2015 que se veía tan lejana, sin duda tiene en las y los estudiantes sancarlistas a sus legítimos herederos.