PRESTO NON TROPPO
Mozart y Corigliano, explosiva combinación
La Sinfonía “Júpiter”, número 41 de Wolfgang Amadeus Mozart (austriaco, 1756-1791), permanecerá por siempre como uno de esos referentes de la música occidental: la culminación de la creación para orquesta sinfónica de este inigualable compositor. En ese momento contaba apenas con 32 años de edad. Tres años después, yacía muerto. ¿Qué hubiera creado si hubiera vivido el doble del tiempo y hubiera escrito el doble de sinfonías?
Como complemento, el “Concierto para Clarinete y Orquesta” de John Corigliano (norteamericano, nacido en 1938), que compuso a sus 39 años. Una obra notoriamente referencial de las influencias europeas del autor y, a la vez, un magnífico ejemplo de la atribulada expresión estética de nuestro tiempo. Un excelente solista al clarinete, Sergio Reyes Sagastume, guatemalteco; un excelente trabajo, también, del director invitado, el venezolano César Iván Lara.
Está claro que, a todas luces, fue un recital extraordinario de la Sinfónica Nacional de Guatemala, verificado el pasado jueves 27 en el auditorio del Conservatorio. Una muestra de la primera escuela vienesa (el “Clasicismo”), que ponen a estudiar a cualquier aspirante a músico, pero que pocos comprenden en su esplendor cabal. Luego, una pieza que impresionó hasta a los más espantados por la música de las últimas décadas, con recurso a las tesituras instrumentales extremas de una orquesta y la distribución espacial de algunos intérpretes en el área del auditorio (que en nuestro país también hemos usado anteriormente, pero que pocos recuerdan, por ser propuestas nacionales). Un genuino festín auditivo que conmovió al público por lo bien logrado del concierto. Muy bien, maestros y maestras. ¡Esto debiera ser lo regular y reglamentario de todas las presentaciones de la orquesta!
Gran parte del mérito hay que atribuirlo a la recia actitud y pericia del maestro Sergio Reyes, quien sigue luciendo como el mejor clarinetista que ha nacido en Guatemala. Recordando a mi tío-abuelo José Gatica Coronado, acreditado como uno de los grandes exponentes chapines de este instrumento, estoy seguro que él se hubiera enorgullecido de la perfección con la que se desempeña Sergio. No en balde es uno de los clarinetistas preferidos de todo un continente. Al mismo tiempo, recuerdo mi encuentro con John Corigliano, con quien tuve el honor de compartir mi música hace una veintena de años en Bloomington, Indiana. Un hombre afable, accesible, quien se dignó escuchar la propuesta musical que yo hacía en esa época. Sus consejos fueron oportunos y bien aprovechados. Un compositor de una inteligencia y consumación poco frecuentes.
El otro mérito es del maestro Lara, quien –en palabras de una integrante de la orquesta– les puso a experimentar en serio los conceptos del arte contemporáneo. Por una parte, un Mozart que sigue brillantemente vigente (en todos los registros posibles de la música de su era); por la otra, un Corigliano (que muy pocos y muy pocas imaginaban). Me alegra haber saludado a algunos artistas presentes como oyentes en el concierto, dispuestos a vencer las excusas y los pretextos de siempre. Me contrista darme cuenta que, a los demás, les importa poco estos descomunales y soberbios momentos del arte. No pueden alejarse un momento de sus televisores, sus smartphones y las constantes trivialidades de los noticieros, para acercarse a una presentación musical de gran calibre.
Como sea, la música continúa. Siguiendo lo que me decía un premio nacional de literatura, la música en vivo nunca desaparecerá. Ver a un virtuoso que, en tiempo real (no en un aparato con audífonos) puede hacer lo que hizo Sergio Reyes y lo que dirigió César Iván Lara, con la Sinfónica Nacional… esta es la esencia del arte.
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