PERSISTENCIA

Naturaleza externa e interna

Margarita Carrera

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En íntima fusión con el ámbito geográfico, en simbiosis, la naturaleza interna repite dentro de sí los aconteceres de la naturaleza externa: su frío, su fantástica niebla, un más allá de muerte, misterio y deseos insatisfechos en zonas oscuras de castillos nebulosos y paisajes idílicos. O bien, su calor, su ardor, que en lugar de plantas coníferas “con hojas persistentes, aciculares e infrutescencias en estróbilo o piña…”, muestra en plenitud la espléndida vegetación del trópico, desbordante en sensualidad, en sol, en flores alucinantes y provocativas, voraginosas y desprovistas de pudor y recato.

En las regiones de hielo: la pálida piel blanca del implacable clima que obliga a sus habitantes al encierro por excesos de temperatura. Los filósofos, poetas románticos, la literatura fantástica, los laberintos de castillos kafkianos, el acercamiento sexual desviado hacia los pálidos abismos de la muerte.

En las regiones del sol: piel morena o negra, la danza lujuriosa, el excitante ritmo, el encanto pasional del macho y la hembra, la vida con su alto pulso de deseo. El pensamiento sobra, también la refinada cultura a base de reprensión. La literatura es sonido, ritmo, música. Habla la carne.

Lo sexual se identifica con selvas que hierven en animales en eterna brama. El acercamiento a lo sexual en desvergüenza, sin ocultamiento. El deseo borra el pensamiento. La filosofía está de más, abunda en la vida.

La filosofía tiene piel blanca y pálida. Reniega de este mundo. Busca otro: metafísica. Lo científico surge en un alarde de genio que da tanto vida como muerte. La teoría de la relatividad. La búsqueda de otros mundos mejores. La utopía Hamlet, los hermanos Karamazov, Gregorio Samsa.

No hay separación entre el mundo interno de Borges y el mundo externo de un Buenos Aires, con rigores de clima a lo europeo. De ahí su sobriedad, su intensa represión en breves mágicas frases que encierran un mundo laberíntico y tortuoso en negación de sexo. Lo mismo que Sábato o Cortázar: hombres que desconocen el efervescente calor del trópico que, entre otra dimensión de la fantástica, cae en la realidad del desnudo deseo.

Borges lo alude o lo elude con su constante simbólica: espejos, laberintos, ríos, tigres, espadas, rosas… Lo sexual inmerso en incógnitas, en pulcras y escuetas frases.

Los tres: Borges, Sábato, Cortázar, responden a una naturaleza externa sin las magnificencias del trópico. Su naturaleza interior se consume en el frío de una geografía desprovista de mediodías tropicales.

Tampoco hay separación entre el mundo interno de Carpentier y el mundo externo de Cuba con las maravillas del clima del trópico. De ahí “lo real maravilloso” característico de su obra barroca, musical, sensual, sexual, vital en gozo de desnudeces lúbricas. Sus palabras, más que significaciones, son significantes: plenitud de música en prodigio cabal de exuberancia de seres vivos: hombres, mujeres, animales, plantas que desbordan sensualidad innata, sin pecado. Sin mayores problemas filosóficos, por tanto. Negación del miedo al placer de este mundo de sol y vida, que se entrega en “una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad…”, según Carpentier.

Eustasio Rivera, Miguel Ángel Asturias, García Márquez, Flavio Herrera, dentro de un contexto geográfico como el de Carpentier: trópico, selva ardiente, voraz, poblada de animales que son sexo o símbolo de sexo para el escritor: serpientes y tigres lujuriosos, bosques en vorágine de fuego, plantas y potros en celo.

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