VENTANA
No hay futuro sin esperanza
Tenía en mente referirme a un poema hermoso y profundo como reflexión de fin de año. Al enterarme de la muerte de un segundo niño guatemalteco inmigrante se me amargó el corazón. La triste realidad de nuestra niñez chapina oscurece la actitud positiva frente a la vida. La muerte de niños inocentes en esta guerra migratoria duele demasiado. En mi opinión, cuando los niños son conducidos al frente —en nuestro caso, a la frontera con EE. UU.— es una prueba rotunda de nuestro fracaso como nación. Para quienes, gracias a Dios, tienen empleo y un ingreso seguro para vivir esta guerra migratoria parece una locura. Yo misma he considerado que es una inconsciencia que un padre, o una madre, se lleven consigo a sus pequeños hijos a esta aventura de tan alto riesgo. Pero si nos pusiéramos en sus zapatos, si viviéramos en un municipio lejano desprovisto de oportunidades de trabajo y sin los servicios básicos que el Estado está obligado a dar a los niños, la idea de migrar no es una locura. Es una necesidad. Nadie puede negar que las familias que reciben remesas en las aldeas y municipios de Guatemala viven mucho mejor que las que no tienen a nadie quien les envíe esta ayuda.
Aun siendo propietario de una finca de café de altura, y produciendo alrededor de 200 quintales de café en cereza, en esta cosecha 2018-2019 los ingresos no sobrepasarán a los los US$1,250 que, transformados en quetzales, son Q9,625, a un tipo de cambio de Q7.65 por US$1. Divididos en 12 meses, son Q796.88. Divididos entre 30 días del mes, son Q26.56 diarios. Divididos entre cinco personas por familia, son Q5.31 para cada una. Equivalen a 69 centavos de dólar diarios por persona. La norma mundial es que cualquier persona con menos de un dólar diario está viviendo en una situación de extrema pobreza. Muchas de estas familias, antes de quedarse sin nada, están vendiendo sus parcelas de cafés finos, están pagando a los coyotes y se están yendo del país porque aquí ya no hay futuro. “No hay futuro en un país que no da esperanzas de salir adelante”, cantó el Clarinero. Si en estas condiciones están nuestros pequeños propietarios de cafés especiales, que son los que tienen mejores ingresos en sus aldeas, imaginemos lo que ocurre con aquellas familias cuyos ingresos dependen solamente de sus empleos y no tienen nada que ir a vender a los mercados locales. Hay que reconocerlo: estas son las familias que ahora están emigrando con sus hijos a los Estados Unidos. A continuación, me propongo demostrarlo:
Quienes conocen del tema de migraciones a los Estados Unidos desde Guatemala saben que, antes de que se diera esta crisis de migrar con niños pequeños, el puente que se requería para hacerlo era contar con un contacto de algún familiar o un conocido que ya estuviera establecido en cualquiera de las ciudades americanas. Nadie que cruzara la frontera podía llegar a un poblado en los Estados Unidos, donde tendría que pagarse el alquiler y la comida para sí mismo durante el tiempo que le tomara conseguir un empleo. Era imposible. Nadie podía pagarlo. Había necesidad de estar dispuestos a convivir y a compartir los gastos con un grupo de emigrantes cercanos, viviendo en un cuartito, mientras se lograba alguna estabilidad. En cuanto se ganaba algo se seguía viviendo en el cuartito con otros, pero se pagaban las deudas del viaje. Cuando estas se cancelaban, comenzaba una nueva vida. Se podían mandar remesas y se hacían las primeras inversiones. Entre estas inversiones, la más importante era traer a un hermano o hermana, para ayudar más a la familia. Por último, se tenía que estar en condiciones muy buenas para pensar en traerse a su mujer y a sus hijos. Todo esto sucedía antes, mientras los que se quedaban en sus aldeas de origen podían aguantar y sobrevivir. Ahora, eso es imposible.
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