AL GRANO

No podemos ser una nación sin ideales

Pienso que ha habido ciertas generaciones de guatemaltecos que abrazaron altos ideales.  Las élites propugnaron y hasta encarnaron esos altos ideales y una parte significativa del pueblo —del que conformaba “la ciudadanía”— los hizo propios.  Los hizo parte de su “credo” cívico.  Fueron breves períodos de tiempo, creo yo, como cuando se declaró la independencia, cuando se fundó la república o cuando el Unionismo luchó por derrocar al dictador Estrada Cabrera. Quizás algunos opinen, con todo derecho y parte de razón, que otro de esos momentos fue la Revolución de 1944 y no faltarán otros que, igualmente justificados, adelanten el reloj de la historia unos 10 años hasta la Liberación.

Pero, en la actualidad, la sociedad guatemalteca se ha quedado sin ideales. Quiero decir que, según me parece, no hay élites políticas, intelectuales, morales o económicas que intenten, con determinación y profundas convicciones, ejercer su liderazgo por medio de unos altos ideales.

Todas las sociedades políticamente organizadas enfrentan divisiones y es imposible, creo yo, hacer generalizaciones válidas afirmando cosas como, por ejemplo, que “todos los ingleses creen en la libertad bajo la Ley como valor supremo”, o que “para todos los japoneses el ideal fundamental es el de la honorabilidad”. Sin embargo, tanto en sus grandes documentos político-históricos como también en sus constituciones o leyes fundamentales y en las sentencias de sus altos tribunales, sí hay pueblos que plasman un credo cívico, que las élites hacen realidad en sus vidas… por lo general.

No se piensa en Francia como una “gran nación” tanto por sus aportes a las ciencias, a las artes o a la tecnología, sino por los grandes ideales que sus élites han enarbolado y sus ciudadanos han convertido en una parte importante de su identidad, de sus vidas, de esas cosas por las que vale la pena un gran sacrificio. Y lo mismo puede decirse de los Estados Unidos de América, una nación que, en cierto modo, nace y existe “en y por” los ideales que sus instituciones hacen valer todos los días. En ese crisol donde las culturas se funden, parafraseando a mi abuelo, y los descendientes de los polacos y de los irlandeses hablan inglés con los que provienen del sur de Italia, de la China, de Guatemala o del África subsahariana, no es la Coca-Cola, la música rock o el baseball lo que los cohesiona y convierte en una formidable fuente de vitalidad y progreso, no. Son sus grandes ideales.

¿Cuáles son los ideales por los que un guatemalteco está dispuesto a los más grandes sacrificios? ¿A cambio de qué ha entregado cada guatemalteco parte de su potestad de autogobierno y de su libertad personal? ¿A cambio de qué ha de estar dispuesto un guatemalteco a pagar impuestos, a prestar un servicio social, a ser solidario? ¿Cuáles son esos valores, esos grandes ideales que no son negociables para un guatemalteco?

He ahí, me parece, el tipo de cuestiones que unas élites morales, intelectuales pero, sobre todo, políticas, deben intentar responder a los ciudadanos de este país. Principalmente, pienso yo, con su ejemplo en todos los aspectos de su vida pública. El ciudadano guatemalteco tiene que volver a tener unos altos ideales por los que esté dispuesto a llegar hasta el fin del mundo, a ofrendar hasta lo más sagrado.

emayora@mayora-mayora.com

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