LIBERAL SIN NEO

Ocaso de un viejo soldado

Serían pocas las personas que veían con indiferencia a José Efraín Ríos Montt; muy querido por algunos y detestado por otros. Fue figura protagónica durante varias décadas, como militar, jefe de Estado y político. Sus últimos años los pasó librando batallas en los tribunales, perseguido por sus antiguos enemigos de la guerrilla y la industria del resarcimiento. La guerrilla perdió la guerra, pero ganó la paz y acosó legalmente hasta el final al viejo General que ya no podía defenderse. Aunque ya estaba incapacitado, los tribunales continuaban dándole curso a los procesos contra él, pues la condena por genocidio no es tema de justicia, sino político, y por toda la fruta y beneficios que significaría a sectores interesados.

A mí no me lo contaron, fui testigo de las elecciones de 1974, como relaté en mi columna Memoria de unas elecciones (PL 30/07/2015). Sé que en la Torre de Guatel, en la zona 8, el centro de cómputo y comunicaciones donde se centralizaba la información oficial del conteo de votos cambiaron las cifras de la noche a la mañana. Sé de buena fuente que el entonces alcalde Manuel Colom Argueta accedió al fraude a cambio de que quedara su candidato a la alcaldía, Leonel Ponciano León, quien no había sido el ganador.

El 23 de marzo de 1982, Romeo Lucas-García fue derrocado por un golpe de Estado liderado por oficiales jóvenes del Ejército de Guatemala. Por gozar de respeto entre oficiales jóvenes y medios del Ejército, quizás también por la percepción de la injusticia electoral de 1974, llamaron a Ríos Montt para encabezar un triunvirato, junto con los coroneles Horacio Maldonado y Luis Francisco Gordillo. En junio del mismo año, Ríos Montt hizo a un lado a Maldonado y Gordillo y se autoproclamó presidente de Guatemala. Lo que recuerdo de los meses que siguieron al golpe es que reinó cierta tranquilidad, liberados del temor de la policía judicial, las huestes de Donaldo Álvarez y Chupina y la arbitrariedad y abuso de la ley. En días recientes ha circulado un documento del Departamento de Estado, de la época de Ríos Montt en el poder, resaltando la notable mejora de la situación de derechos humanos en Guatemala. Tristemente, ahora no se le recuerda así en su país.

Fue en el gobierno de Ríos Montt que se crearon las Patrullas de Autodefensa Civil y el programa de fusiles y frijoles; una estrategia arriesgada que armó al campesinado para que tuvieran los medios para resistirse a la guerrilla. La propia guerrilla pensó que el campesinado armado se voltearía contra el Ejército, pero no fue así. Esta estrategia fue la clave para derrotar a la insurgencia. Hoy es vilificado aún por conservadores, pero el General le propinó a la guerrilla golpes de los que nunca se recuperó.

Ríos Montt cometió el gran error de nombrar a Jorge González del Valle como presidente del Banguat, cuya incapacidad para enfrentar el problema cambiario le significó enormes costos y desastres a Guatemala. El General fue derrocado en agosto de 1983 y al dejar el poder no se le vio esa riqueza ostentosa tan característica de las mieles de gobierno. En la vida política, su alianza con Alfonso Portillo, quien erigió el gran andamiaje de despojo al erario, en mi opinión, desvaneció toda autoridad moral que podría haber tenido Ríos Montt. Esta desilusión fue confirmada con el Jueves Negro y la manera en que la Corte se doblegó para permitir su candidatura presidencial en 2003.

Ahora que partió, a pesar de la controversia que le rodeó, el General Ríos Montt debe ser recordado con dignidad, como un hombre y soldado que amó a su país y luchó por él.

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