Opinión: La derecha le apuesta todo a la ignorancia
Como todos saben, los de la izquierda odian al ejército de Estados Unidos. Hace poco, una conocida figura mediática de izquierda atacó al general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, cuando declaró: “No solo es un cerdo, es un estúpido”.
Un momento. Ese no fue un izquierdista, se trató de Tucker Carlson de Fox News. Lo que hizo estallar a Carlson fue un testimonio en el que Milley dijo en una audiencia del Congreso que consideraba importante “que quienes usamos uniforme tengamos la mente abierta y una buena educación”.
El problema es evidente. La cerrazón y la ignorancia se han convertido en valores fundamentales de los conservadores, y quienes rechazan esos valores son el enemigo, sin importar lo que hayan hecho para servir al país.
La audiencia de Milley formó parte del furor orquestado en torno a la “teoría crítica de la raza”, que ha dominado los medios de comunicación de derecha durante los últimos meses y se ha mencionado unas 2000 veces en Fox en lo que va de año. A menudo se ven afirmaciones de que los que atacan la teoría crítica de la raza no tienen ni idea de lo que es, pero yo no estoy de acuerdo; ellos entienden que tiene algo que ver con las afirmaciones de que Estados Unidos tiene una historia de racismo y de políticas que, de manera explícita o implícita, ampliaron las disparidades raciales.
Y, sin duda, esas afirmaciones son ciertas. La masacre racial de Tulsa sí ocurrió y fue solo uno de los muchos incidentes de este tipo. El manual de suscripción de 1938 de la Administración Federal de la Vivienda, en efecto, declaró que “no se debe permitir que grupos raciales incompatibles vivan en las mismas comunidades”.
Podemos debatir sobre la relevancia de esta historia para las políticas actuales, pero ¿quién se opondría a reconocer hechos tan simples?
La derecha moderna, lo haría. La actual obsesión con la teoría crítica de la raza es un intento cínico de cambiar el tema de las muy populares iniciativas políticas del gobierno de Biden, mientras se complace con la rabia blanca que los republicanos niegan que exista. Pero es solo uno de los múltiples temas en los que la ignorancia voluntaria se ha convertido en una prueba de fuego para cualquiera que espere tener éxito en la política republicana.
Por lo tanto, para ser un republicano de buena reputación hay que negar la realidad del cambio climático provocado por los seres humanos o al menos oponerse a cualquier acción significativa para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero; hay que rechazar o al menos mostrarse escéptico ante la teoría de la evolución. Y no me hagan hablar de cosas como la eficacia de los recortes de impuestos.
¿Qué subyace en este compromiso interdisciplinario con la ignorancia? En cada tema, negarse a reconocer la realidad sirve a intereses especiales. La negación del cambio climático le sirve a la industria de los combustibles fósiles; la negación de la evolución le sirve a los fundamentalistas religiosos; el misticismo de la reducción de impuestos les sirve a los donantes multimillonarios.
Pero también hay, diría yo, un efecto indirecto: aceptar la evidencia y la lógica es una especie de valor universal y este valor no puede eliminarse de un área de investigación sin degradar todo lo demás. Es decir, no se puede declarar que la honestidad sobre la historia racial de Estados Unidos es inaceptable y esperar que se mantengan los estándares intelectuales en todos los demás ámbitos. En el universo moderno de ideas de la derecha, todo es político; no hay temas seguros.
Esta politización de todo crea una enorme tensión inevitable entre los conservadores y las instituciones que tratan de respetar la realidad.
Se han hecho muchos estudios para documentar la fuerte inclinación demócrata de los profesores universitarios, lo que a menudo se considera una prueba evidente de la parcialidad política en la contratación. Una nueva ley en Florida exige que todas las universidades estatales realicen una encuesta anual “que considere hasta qué grado se presentan ideas y perspectivas opuestas”, lo que no obliga de manera específica a contratar a más republicanos pero, sin duda, apunta en esa dirección.
Un contraargumento obvio a las afirmaciones de contratación sesgada es la autoselección: ¿cuántos conservadores eligen carreras como sociología? ¿Es el sesgo en la contratación la razón por la que los agentes de policía parecen haber apoyado de modo desproporcionado a Donald Trump en las elecciones de 2016 o es solo un reflejo del tipo de personas que eligen carreras en las fuerzas del orden?
Pero más allá de eso, el Partido Republicano moderno no tiene cabida para las personas que creen en la objetividad. Una característica sorprendente de las encuestas sobre el partidismo académico es la abrumadora tendencia demócrata en ciencias duras como la biología y la química; pero ¿en verdad resulta difícil de entender si se considera que los republicanos rechazan la ciencia en tantos frentes?
Un estudio reciente se maravilla de que hasta los departamentos de finanzas sean en su mayoría de tendencia demócrata. De hecho, cabría esperar que los profesores de finanzas, algunos de los cuales realizan lucrativas consultorías para Wall Street, fueran bastante conservadores. Pero incluso a ellos les repugna un partido comprometido con la economía zombi.
Lo que me lleva de nuevo a Milley. El ejército de Estados Unidos se ha inclinado de manera tradicional por los republicanos, pero el cuerpo de oficiales moderno tiene estudios superiores, es de mente abierta y, me atrevo a decir, incluso un poco intelectual, porque esos son atributos que ayudan a ganar guerras.
Por desgracia, también son atributos que el Partido Republicano moderno considera intolerables.
Así que ataques como el que recibió Milley eran inevitables. Los de derecha le apuestan todo a la ignorancia, por lo que están destinados a entrar en conflicto con todas las instituciones —incluido el ejército estadounidense— que estén tratando de cultivar el conocimiento.