PUNTO DE VISTA

Oportunidad perdida

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El presidente Chávez, con el control de todas las instituciones del Estado, el relevante apoyo popular que mantuvo por años y el inmenso ingreso petrolero, el más alto y sostenido de la historia de Venezuela, tuvo una extraordinaria y quizás única oportunidad para encaminar al país hacia el desarrollo autosustentable y no dependiente de la renta petrolera. La política exterior del chavismo puede ser catalogada como un bonapartismo que, al magnificar erróneamente el poder del Estado, determina la fijación de fines que van mucho más allá de la capacidad efectiva venezolana con el consiguiente despilfarro de recursos escasos necesarios para el desarrollo interno. Otra característica del legado de Chávez en política exterior es el “ideologismo” marxistoide. El presidente Rómulo Betancourt, refiriéndose a las relaciones con Estados Unidos, dijo en los años 1960 que tenían que ser “sin sumisión, ni desplantes”. En la actualidad tenemos constantes desplantes retóricos con EE. UU. y sumisión vergonzosa a la Cuba comunista. Se utiliza la vieja receta cubana del “antiyankismo” retórico, con la imagen del enfrentamiento “heroico” entre David y Goliat.

El antimperialismo ha sido una estrategia tradicional de las dictaduras tercermundistas: levantar la bandera de la soberanía nacional para ocultar las violaciones de los derechos humanos. En la práctica se trata de un falso nacionalismo, por eso el desinterés por defender los derechos de Venezuela sobre la fachada atlántica y el Esequibo, frente a las renovadas aspiraciones expansionistas del actual gobierno guyanés, que pone en peligro hasta la proyección atlántica del delta del Orinoco.

Octavio Paz decía que la ceguera biológica impide ver, pero que la ceguera ideológica impide pensar. Efectivamente la ceguera ideológica neocomunista del “comandante eterno” le impidió pensar en los intereses permanentes del Estado venezolano. Grave es la humillante sumisión al gobierno cubano. No se trata solo de la entrega casi gratuita de un subsidio de US$5 mil millones anuales, sino la entrega del manejo de los puertos, aeropuertos, aduanas, comunicaciones, registros y notarías. El control que tiene el G2 cubano sobre los órganos de la seguridad del Estado venezolano y la presencia de oficiales cubanos en los propios mandos de la Fuerza Armada venezolana conforman una patológica relación entre los dos Estados.

En cambio, de seguir los modelos relativamente exitosos de la centroizquierda de Fernando Henrique Cardoso y Lula en Brasil, del Frente Amplio en Uruguay y de la Concertación chilena, la ceguera ideológica y el militarismo del difunto caudillo nos legó una profunda y grave crisis socioeconómica y política. Tengo la esperanza de que la ceguera ideológica no sea total entre los miembros del gobierno venezolano, incluyendo a los integrantes de la Fuerza Armada.

El papa Francisco, hablando de su país, cuando era cardenal dijo: “Nos interesa saber dónde apoyar la esperanza, desde dónde reconstruir los vínculos sociales que se han visto tan castigados en estos tiempos… Debemos articular, sí, un programa económico y social, pero fundamentalmente un proyecto político en su sentido más amplio… Hay que darle forma a nuestro deseo de una sociedad donde todos tengan lugar”.

Ojalá los venezolanos, sobre la base de una realidad inocultable y a través del necesario diálogo, concretemos ese “proyecto político” y reencontremos el camino hacia una “sociedad donde todos tengan lugar”.

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