VENTANA
Organizarnos como un campamento base
La noche del 18 de junio, en los medios de prensa y por las redes sociales, circularon varios audios con el llanto desgarrador de niños, especialmente de los más pequeños, de 2 a 4 años, cuando los agentes de Migración de EE. UU. en la frontera con México los separaban de sus padres que trataban de cruzarla ilegalmente. Los adultos eran enviados a una cárcel federal para procesarlos y los niños, a un refugio. No quiero imaginar el pánico que sintieron cuando se vieron ¡solos! en una “jaula o celda”. Sin duda, esa experiencia marcará sus vidas para siempre. Esa política inhumana, que se venía practicando sin contemplaciones desde hace algunos meses, se denomina “tolerancia cero”. Sin embargo, desde ese lunes 18, las voces de protesta saltaron alrededor del mundo. Desde el papa Francisco hasta la misma población estadounidense solicitó al presidente Trump que la reconsiderara. La ex primera dama Laura Bush lo lamentó diciendo: “Esta política de tolerancia cero es cruel, es inmoral y me rompe el corazón”. Y la misma primera dama, Melania Trump, deploró que fuera aplicada. Su portavoz expresó que la señora Trump considera que se deben respetar las leyes del país, pero que EE. UU. debe gobernar también con el corazón. Que “odia ver a los niños separados de sus familias”. PLibre. pág. 5, 19.06.18.
México repudió la política de inmediato. El canciller Luis Videgaray manifestó que “esta es una acción cruel e inhumana que claramente representa una violación a los derechos humanos de los migrantes y pone en situación de vulnerabilidad a niñas y niños, algunos de ellos con discapacidad”. Reitera que no promueve la migración ilegal, que respeta la Soberanía y el Estado de Derecho de los Estados Unidos, pero solicita al Gobierno que reconsidere esta política. Mientras tanto, no se conocía la reacción del presidente Morales ni de la canciller Sandra Jovel. Triste. Los chapines nos preguntamos qué han hecho en estos años de su gobierno para evitar que las familias busquen otros horizontes porque carecen de oportunidades, por la constante amenaza de las maras y el crimen organizado. El miércoles 20 de junio, la presión mundial en contra de la cruel política provocó que el presidente Trump diera marcha atrás y firmara un decreto que detiene la separación de los niños que acompañan a sus padres inmigrantes. ¡Bravo! Sin embargo, esa no es la solución.
Los guatemaltecos vivimos en crisis continua. Los niños son los más afectados. En el caso del desastre provocado por la erupción del Volcán de Fuego, el Gobierno todavía no ha propuesto un plan de reconstrucción, aunque existen donaciones millonarias para apoyar a las familias afectadas. El punto central es que carecemos de una cultura para enfrentar las emergencias. Los problemas los tratamos a medias. Por eso crecen como bolas de nieve. Viene a mi mente, como la solución, la idea de organizarnos como un campamento base. “Necesitamos construir una cultura que sea apropiada para resistir desastres naturales y al mismo tiempo que impulse nuestro desarrollo”, agregó el Clarinero. Un campamento base es el refugio que los escaladores de montañas arman y equipan bien para, luego, luchar hasta alcanzar la cima. En todo campamento base existe un protocolo de orden y una disciplina que exige trabajar en equipo. Pareciera que Japón y Singapur han seguido los lineamientos de un campamento base. Sus políticas internas se enfocan en educar, crear empresas y exportar. Sus políticas externas promueven la armonía con el mundo gracias a que sus economías son fuertes. Eso es precisamente lo que necesitamos hacer en Guatemala: ser fuertes en lo interno, en el campamento base, para salir a conquistar las cimas del mundo.
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