LA BUENA NOTICIA

Paradoja divina

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El libro sagrado de los cristianos, la Biblia, consta de dos partes claramente diferenciadas. La más voluminosa está conformada por el conjunto de libros escritos en la comunidad de fe israelita y judía a lo largo de varios siglos antes del nacimiento de Jesucristo. Los cristianos los llamamos Antiguo Testamento. La palabra “testamento” en ese contexto significa “alianza”, en referencia a la alianza que Dios pactó con el pueblo de Israel al salir de Egipto. Esos escritos pasaron a ser patrimonio cristiano porque Jesús los asumió como testimonio de su persona y de su obra. La segunda parte de la Biblia está constituida por libros escritos por seguidores de Jesús, en la incipiente Iglesia cristiana, en los setenta años que siguieron a la muerte y resurrección de Cristo. La segunda parte se llama “Nuevo Testamento”, pues su contenido se refiere al nuevo régimen de fe establecido por Jesucristo, y que él mismo llamó “nueva alianza”, en contraposición a la antigua del pueblo judío.

Los libros de esta segunda parte en realidad son escritos de una gran diversidad de géneros literarios. Los evangelios narran episodios de la vida de Jesús y recogen sus enseñanzas. Son los escritos de mayor rango en el aprecio de los cristianos. Luego hay un libro que relata los inicios de la comunidad cristiana y las peripecias misioneras de san Pablo. Las cartas que san Pablo y otros apóstoles escribieron a diversas comunidades cristianas conforman una parte significativa del Nuevo Testamento. El último libro pertenece a un género literario peculiar, la apocalíptica. Por medio de figuras imaginativas y fantásticas, su autor expone los arcanos designios salvadores de Dios en el contexto de la persecución a muerte que sufren los cristianos en la sociedad.

Quien se acerque a esta literatura cristiana con mente de mercadólogo o de profesional responsable de la promoción de la imagen de un político en campaña no va a entender nada, quedará escandalizado. Como acabo de señalar, el conjunto de libros sagrados concluye con uno que en cada página le dice al lector cristiano: prepárate porque la persecución a muerte te tocará también a ti; Dios no te abandonará, pero tendrás que derramar tu sangre. Como para apuntarse irreflexivamente a la causa…

Pero no solo ese libro. San Pablo en sus cartas con frecuencia alude a los sufrimientos, sacrificios, adversidades y luchas que debe sostener contra adversarios que lo acosan. En los mismos evangelios, Jesús constantemente anuncia a sus seguidores que serán perseguidos y maltratados por su causa. Los apremia para que cada uno tome su cruz. La única prosperidad que Jesús anuncia a los suyos con claridad y firmeza se realizará después de este mundo. No han leído los evangelios o no lo proponen con integridad esos predicadores actuales que seducen a sus seguidores anunciándoles prosperidad material si se adhieren a su audiencia. Eso no lo hizo Jesús jamás.

Pero lo que puede resultar más escandaloso es constatar la frecuencia con la que Jesús fracasa en atraer seguidores. Los evangelios se presentan como escritos para suscitar la fe de los lectores, para que conociendo la vida y las enseñanzas de Jesús se adhieran a él y a la Iglesia. Pero un hilo conductor del relato de la vida de Jesús es la resistencia y el rechazo que sufre, hasta la repulsa suprema de parte del estamento religioso mejor calificado en el mundo judío. No son escritos que se ajusten a los criterios actuales de promoción de imagen. Y sin embargo, como por paradoja divina, esos escritos han suscitado la fe y han alentado a millones de seguidores de Jesús que han encontrado en él plenitud de sentido, santidad y salvación.

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