DE MIS NOTAS
Paz sí, pero no así
Entre la cacofonía de voces del proceso de paz colombiano, ese lema “paz sí, pero no así” es el que con más fuerza me impacta como observador al tocar las memorias retorcidas del proceso de paz guatemalteco con todos sus demonios.
Las primeras declaraciones de Uribe fueron contundentes: “Al votar por el NO, Colombia se ha salvado de pasar situaciones como las que ha vivido Guatemala, en las cuales los militares son juzgados y los terroristas premiados”, afirmó.
¿Quién no quiere la paz? Todos anhelamos paz. Vivir en un país en donde los colores de la disidencia puedan brillar sin opacar el derecho humano, su dignidad, su propiedad, su libertad. Convivir en un país en los que todos quepan, acercando las distancias entre los que quieren, pero no tienen, y los que tienen, pero no quieren.
Las encuestas le daban el triunfo al SÍ, pero un NO subterráneo —como le llaman ahora— estuvo invisible, pero latente, debido a la errada estrategia de comunicación operada por el campamento del SÍ, al plantear una dicotomía manipulada que quien se oponía al SÍ quería la guerra y no la paz.
Con una estrategia totalmente opuesta, toda esa culpa manoseada fue posible desfogarla comunicacionalmente con el lema: “Paz sí, pero no así”. Una atinada combinación de vocablos, perfecta para neutralizar la culpa, elevar la aspiración por la paz, pero descalificar los Acuerdos.
¿Por qué triunfó el No? se preguntan. El discurso ganador de Timoshenko en la pomposa ceremonia de Cartagena molestó a los colombianos. El enorme despliegue internacional organizado por el presidente Santos invitando a 15 mandatarios para festejar la firma de los Acuerdos a escasos seis días del plebiscito también generó descontento. Parecía comunicar un subtexto de que el plebiscito pasaba a segundo lugar y la voluntad en las urnas era un requisito secundario.
La impresión es que Santos apresuró los Acuerdos concediendo a las Farc excesivas prebendas dentro de un horizonte de implementación enormemente complejo y costoso contenido en las 297 cláusulas del Acuerdo.
¿Por qué el rechazo a los Acuerdos? Quizás se resume en el desafío de tener que confiar, por obligación, en guerrilleros que llevan 52 años cometiendo las más grandes atrocidades y en abierta relación con el narcotráfico. Las dudas de ese 51 por ciento de los colombianos son válidas. ¿A quién dejarán en ese vacío territorial? ¿Cómo se integrarán a la sociedad y a la política con esa cultura, subversiva, clandestina, subterránea aprendida y practicada durante medio siglo; acostumbrados a ejercer el poder de su autoridad con obediencia y sumisión absoluta? ¿Tendrían la capacidad de cultivar el arte de la política en un entorno, en donde serían minoría y no actores prominentes, dueños de ejércitos, acostumbrados a las tablas, las luces y al manejo multimillonario de riquezas?
Por esas razones el presente político colombiano se decanta por incógnitas rutas y destinos inciertos. Hay cansancio en todos. La guerra de cinco décadas tiene hartos a los colombianos. Han estado sometidos a una saturación permanente monotemática durante años y aun ahora que ganó el NO con el 51 por ciento, no tiene visos de acabar.
Uribe capitaliza su fuerza política y Santos tendrá que reconocer su representatividad. El Centro Democrático, bastión del NO, hasta ahora marginado de la mesa de negociaciones, pasa a jugar el papel de la oposición para alcanzar un acuerdo político. Ahora la mesa no es de dos, sino de tres: las Farc, el Gobierno y Uribe representando la oposición.
Las Farc tendrán que mostrar flexibilidad en la mesa si quieren alcanzar acuerdos. Deben definir, del generoso menú de prebendas anterior, lo absolutamente no negociable. Temas candentes: justicia transicional, entrega de territorios, escaños en el Congreso y el Senado.
Colombia no está dividida. Está más unida que nunca por la paz.
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