pluma invitada
Entre la democracia y el linchamiento digital
La cultura de la cancelación es un fenómeno social que lleva a que un individuo o grupo sea criticado en público.
Por Gustavo Hernández Díaz y Edixela Burgos Pino
(director del IDICI y profesora de Sociología de la Comunicación,
Universidad Católica Andrés Bello, Venezuela)
El término cancelación se remonta a la década de 1990, aunque su uso masificado se le atribuye a Black Twitter (red de usuarios de la red social de la comunidad afroamericana en EE. UU.) y al movimiento gestado en el 2010 para denunciar hechos de discriminación racial de toda índole. Una de las primeras referencias de la cultura de la cancelación se observa en la película New Jack City (1991), cuando uno de sus personajes vocifera: “¡Cancelad a esta puta! ¡Ya me compraré otra!”. En el 2014, el término cancelación volvió a aparecer y lo hizo en el programa de telerrealidad Love and Hip-Hop: New York. Se le dijo a una de las participantes que estaba cancelada, que estaba fuera del programa televisivo.
La cultura de la cancelación es un fenómeno social que lleva a que un individuo o grupo sea criticado en público.
Si bien el término en los últimos años ha sido usado para boicotear a personajes públicos que incurren en prácticas racistas, en el 2017 surgió otro movimiento, el #MeToo, que denunciaba la violencia física y psicológica, el acoso sexual y conductas misóginas en la industria del espectáculo hollywoodense. Este movimiento ha instado a personajes públicos a asumir responsabilidades y ha contribuido a la cultura de la cancelación, que ha acabado con la carrera y la reputación de algunos de ellos. La cultura de la cancelación es un fenómeno social que lleva a que un individuo o grupo sea criticado públicamente. Su lado oscuro no solo es silenciar a alguien y con ello invalidar el prisma de opiniones, debates y razonamientos. El que cancela, en este caso, lo hace motivado por emociones y no por la razón, gobernado por la venganza y no por evidencias. Un tipo de cancelador de oficio es un vengador muy astuto. Es el que se escuda detrás de la democracia, de la libertad de expresión, finge ser un sujeto moral, habla de justicia y de estado de Derecho, usa la retórica para cautivar a adeptos. Cuenta con miles, millones de seguidores. Es un ser digital, viral y carismático.
Un buen ejemplo es el caso de una persona que perdió su trabajo por culpa de un gesto suyo malinterpretado que alguien grabó en video. Porque este tipo de cancelador etiqueta, denuncia a las autoridades, difunde entre otros influencers digitales que puedan amplificar el alcance del mensaje. Es común que, en cuestión de horas, un post haya sido replicado miles de veces. Algunos encuentran en estas prácticas cancelatorias una expresión responsable de la ciudadanía que robustece la democracia, con líderes visibles —y no anónimos— que propagan, viralizan y globalizan causas sociales y claman por justicia y libertad. Pero también en internet existen personas que no respetan los derechos humanos, que tratan de adquirir un segundo de notoriedad mediante el escándalo, el amarillismo y los falsos contenidos.
Por ese motivo, en junio de 2020, 150 intelectuales de distintas nacionalidades criticaron duramente esta nueva “cultura”. La misiva, firmada, entre otros, por Margaret Atwood, Noam Chomsky y Salman Rushdie, aseguraba: “La manera de derrotar malas ideas es la exposición, el argumento y la persuasión, no tratar de silenciarlas o desear expulsarlas. Como escritores necesitamos una cultura que nos deje espacio para la experimentación, la asunción de riesgos e incluso los errores. Debemos preservar la posibilidad de discrepar de buena fe sin consecuencias profesionales funestas”. Para conocer más en profundidad esta cultura es imprescindible saber cuáles son las conductas típicas que la describen: la víctima se atreve a identificar al agresor; la masa informe censura a personajes y empresas vinculadas a actos de corrupción; las personas cancelan ideas que atenten contra lo que consideran preceptos morales establecidos; los individuos protegen su reputación para conservar su estatus dentro del grupo; se cancela en aras de la justicia social.
The Conversation