PLUMA INVITADA

Esta es la mentalidad que nos está destrozando

El mundo es complicado y nuestras mentes tienen una capacidad limitada, es por eso que creamos categorías que nos ayudan a entender las cosas. Por ejemplo, dividimos el mundo social en tipos (“hipsters”, evangélicos, ñoños, blancos o negros) y asociamos rasgos o características a cada uno.

Estos juicios implican simplificaciones y generalizaciones. Pero no podríamos dar sentido a la ventisca de datos sensoriales que nos abruman todos los días si no pudiéramos poner las cosas, las situaciones y las personas en algún tipo de caja conceptual. Como decía nuestro viejo amigo Immanuel Kant, las percepciones sin concepciones son ciegas.

Esto se convierte en un problema grave cuando la gente empieza a creer que esos constructos mentales reflejan realidades subyacentes. Esto se llama esencialismo. Es la creencia de que cada uno de los grupos que identificamos con nuestras etiquetas tiene en realidad una naturaleza “esencial” e inmutable, enraizada en la biología o en la naturaleza de la realidad. En el peor de los casos, es la creencia de que los hutus son en esencia diferentes de los tutsis, que los alemanes cristianos son de manera innata superiores a los judíos.

' Somos un país muy diverso; que veamos esa diversidad a través de una mentalidad fija o de una mentalidad de crecimiento cambia mucho las cosas.

David Brooks

El esencialismo puede producir ciertos hábitos mentales comunes. Tal vez los esencialistas se imaginen que las personas de un grupo son más parecidas de lo que en realidad son y que son más distintas de las personas de otros grupos de lo que en realidad son. Los esencialistas pueden creer que las fronteras entre los grupos son claras e inflexibles y que cualquiera que adopte la cultura de otro grupo es culpable de apropiación. Los esencialistas quizá vean el mundo dividido en dicotomías maniqueas y a la historia como un choque de luchas de poder entre grupos, choques que exigen una solidaridad grupal absoluta y dan sentido a la vida.

Estados Unidos está inundado de esencialismo. Como ha señalado el profesor de Filosofía de la Universidad de Nueva York Kwame Anthony Appiah, que escribe la columna El Eticista para The New York Times Magazine, antes de la Segunda Guerra Mundial pocos pensaban en las identidades como lo hacemos hoy. Pero ahora da la sensación de que la política contemporánea gira casi por completo en torno a la identidad, a qué tipo de persona va a dominar.

En cierto modo, esto es necesario. El gran proyecto de los últimos setenta años, más o menos, ha sido corregir las injusticias que los esencialistas históricos impusieron a los grupos que etiquetaron y oprimieron.

El problema viene cuando la gente reproduce la mentalidad contra la que lucha. El politólogo de la Universidad Johns Hopkins, Yascha Mounk, observó que hay al menos dos grandes movimientos sociales en la vida estadounidense que se sitúan en diferentes puntos del espectro esencialista. En la derecha, está “la posición etnonacionalista, nacionalista blanca, de que la raza es real y siempre estará ahí, y las sociedades prosperarán en la medida en que el grupo supuestamente superior consiga mantenerse al mando”. En la izquierda, existe la tendencia que sostiene “que la raza es tan esencial y está tan profundamente arraigada que siempre definirá a las comunidades y a las sociedades, y que en lugar de tener una democracia liberal en la que se nos considere, ante todo, ciudadanos individuales con los mismos derechos y deberes, deberíamos ser vistos, ante todo, como miembros de nuestras comunidades raciales o quizás religiosas”.

Cuando los grupos esencialistas se enfrentan entre sí, suele haber una tendencia a las generalizaciones. Te encuentras con talleres sobre temas como “¿Qué pasa con las mujeres blancas?”, como si todas las mujeres blancas del mundo fueran de alguna manera una categoría. Un candidato a gobernador de Arizona, apoyado por Trump, se compromete a atacar a una categoría de personas llamada “medios de comunicación corruptos” y acusa a la “clase dominante mediática corporativa” de emplear métodos “sacados de un manual comunista”. La política ya no consiste en argumentar, sino en reunir un montón de categorías aterradoras sobre gente que en apariencia está podrida hasta la médula.

Y lo que es peor, te encuentras en una sociedad con una deshumanización rampante, en la que las personas son bombardeadas con burdos estereotipos que se alejan cada vez más de las complejidades de la realidad y las hacen sentirse invisibles como individuos.

Algunos dicen que lo que hay que hacer es abandonar por completo la mentalidad de grupo. Juzgar a las personas solo como individuos. Eso me parece poco realista e incluso indeseable como ideal aspiracional. No me gustaría vivir en un mundo que no tuviera conciencia de grupo, un mundo sin irlandeses cantando sobre la historia de Irlanda, sin escritores negros explorando diferentes versiones de la experiencia negra.

Pero podemos tener grupos sin esencialismo, podemos ser más intolerantes con la mentalidad esencialista. Para ello hay que reconocer, como ha observado Appiah, que todos nuestros estereotipos son erróneos hasta cierto punto. Yo añadiría que siempre son perjudiciales hasta cierto punto. Deberíamos sospechar mucho más de nuestras categorías, estar más dispuestos a reconocer que a veces son útiles, pero siempre son fabricaciones simplistas.

Significaría alternar en todo momento entre los grupos y las personas. La gente abandona los estereotipos con sorprendente rapidez cuando conoce a un individuo en concreto. Puedes desconfiar de los abogados, pero María, que es abogada, parece bastante agradable. En general, diría que la gente es mucho más granular, sofisticada y compleja al considerar a las personas que al considerar a los grupos y cuanto más personalista sea la perspectiva que adopte la gente, se hará más sabia y amable.

También requiere valor social, cruzar las líneas grupales para dialogar. Cuando dialogamos con personas de otros grupos, tomamos el mundo estático del esencialismo y lo hacemos fluir. En la conversación, las personas no son objetos, sino narradores continuos de sus propias vidas, que navegan entre sus múltiples identidades, que se mueven entre certezas y dudas, y que perfeccionan sus categorías a través del contacto con los demás.

Somos un país muy diverso; que veamos esa diversidad a través de una mentalidad fija o de una mentalidad de crecimiento cambia mucho las cosas.

c.2021 The New York Times Company

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