PUNTO DE VISTA
La pandemia y el futuro
Los miles de muertos y la gravísima crisis socioeconómica que la pandemia del coronavirus está generando en el mundo me hizo recordar a Octavio Paz cuando decía que en la civilización moderna vivíamos el “ocaso de la virtud: debilidad ante las pasiones fáciles y ocultación de la muerte”. Henry Bergson, en los años ’30 del siglo pasado, hablaba del advenimiento futuro de una “civilización afrodisíaca”. Bergson me parece que anticipaba lo que estábamos viviendo antes de la pandemia, particularmente pero no solo, en el mundo desarrollado.
Una sociedad impregnada por el materialismo, el relativismo, el egoísmo y un hedonismo promiscuo. Una cultura que ha perdido demasiado el sentido de la trascendencia y sus puntos de referencia fuera del tiempo y está caracterizada por el fenómeno del consumismo. Se trata de una cultura que identifica a la persona con lo que está en capacidad de procurarse para conseguir placer, transformado en el eje central de la existencia humana, el fin último es “ser feliz”, aunque sea químicamente.
' Dios quiera que la pandemia termine pronto y nos deje una Humanidad más fraterna, más solidaria, más humanista.
Sadio Garavini di Turno
Juan Pablo II, en su Centesimus annus, nos advertía: “No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser, y que quiere tener más no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo”. Octavio Paz nos dice: “El hombre no sabe qué hacer con su tiempo; se ha convertido en el esclavo de diversiones en general estúpidas y las horas que no dedica al lucro las consagra a un hedonismo fácil”. En el fondo de esta mentalidad consumista está la idea de que la acción material de poseer una cosa y servirse de la misma pueda resolver todos los problemas y liberarnos de nuestras “esclavitudes”, inclusive las de carácter interior.
El politólogo italiano Antonio Gambino afirma que el término “consumir” ha perdido toda substancia y viene a coincidir con una obsesionante búsqueda de distinguirse y contraponerse a los otros, con un poseer que adquiere valor y placer si se tiene más de los demás y con exclusión de los demás. Por eso el auge de productos y servicios “exclusivos”. La libertad tiende a relajarse en libertinaje. La videocracia imperante videocretiniza cada vez más y atrofia la capacidad de raciocinio de buena parte de la humanidad.
Como nos dice Giovanni Sartori, el Homo Sapiens se está transformando paulatinamente en un Homo Videns, que ve mucho y piensa poco, su mundo es de muchas imágenes y escasos conceptos. Si siguiéramos por este camino, las leyes de la evolución podrían producir un Hombre que se caracterizará por una cabeza pequeña, que contendrá un minúsculo y subutilizado cerebro y unos gigantescos ojos brotados, con visión “cinerama”, rellenos de una mansa y vacuna expresión idiota. Por cierto, varias de estas preocupaciones sobre el presente y futuro de la humanidad se encuentran también en la obra La civilización del espectáculo, de Mario Vargas Llosa, y en lo que Zbigniew Brzezinski llama la “cornucopia permisiva”.
Jacques Attali afirmó hace ya algunos años que “los problemas que plagarán al hombre millennial requerirán que restauremos la idea del mal, la idea de lo sagrado, en el centro de la vida política”. En este mismo orden de ideas nos dice de nuevo Octavio Paz: “Debemos recobrar la conciencia de la condición trágica del hombre, suspendido siempre, desde el comienzo, entre la vida y la muerte, el bien y el mal”. Dios quiera que la pandemia termine pronto, pero ojalá también nos deje una Humanidad más fraterna, más solidaria, más humanista.