Pluma invitada

Lo bueno, lo malo y lo feo

Durante años, profesionales íntegros se han abstenido de participar en espacios públicos por temor a manchar su reputación.

Durante años, profesionales íntegros se han abstenido de participar en espacios públicos por temor a manchar su reputación, enfrentarse a redes de corrupción o incluso poner en riesgo su vida. Sin su involucramiento, el gobierno permanece atrapado en una espiral de mediocridad, ineficiencia, fraude y abuso. Esta columna ofrece una reflexión basada en investigación sobre cómo funcionó el sistema público de salud en Guatemala durante la pandemia de covid-19, organizada en tres dimensiones: lo bueno, lo malo y lo feo.

El sistema de salud no está enfermo; está secuestrado por la corrupción, la indiferencia y el poder mal ejercido.

Lo bueno se evidenció desde el inicio. En solo 41 días, el Ministerio de Salud realizó más de 600 jornadas de salud, atendiendo a más de 200 mil personas. Se reforzó la vigilancia en puertos y aeropuertos, destacando La Aurora (>17,000 pasajeros evaluados) y la Fuerza Aérea (>5,000 deportados), antes del cierre de fronteras, el 17 de marzo. Se detectó a tiempo el primer caso de covid-19 y se puso en cuarentena domiciliaria, bajo vigilancia epidemiológica, a más de 110 mil personas, 550 mil familiares y tres millones de viviendas vecinas. El compromiso del personal de salud y las mejoras propuestas en nutrición, infraestructura a mitad del costo y eficiencia financiera confirman que el sistema responde con liderazgo ético y visión estratégica.

Lo malo revela cómo las redes de corrupción paralizan al Estado. Pactos de silencio, estructuras enquistadas y promesas políticas vacías alimentaron la percepción de que la corrupción es inevitable. En lugar de combatirla, se esperaban mejoras marginales en eficiencia del 5 al 10% en cuatro años que no resolverían las causas estructurales del deterioro. La manipulación de datos, las reuniones a puertas cerradas y la difusión de información falsa debilitaron respuestas ante emergencias, retrasando adquisiciones esenciales y perpetuando la influencia de operadores corruptos.

Lo feo es aún más alarmante. El nepotismo, tráfico de influencias y servilismo hacia el poder minaron la meritocracia y socavaron cualquier intento de reforma. Se tomaban decisiones por intereses personales, se otorgaron contratos millonarios a aliados políticos del sector privado y se ignoraron opciones más seguras, efectivas y económicas. Esta indolencia hacia las necesidades reales de la población, combinada con la falta de ética y rendición de cuentas, explica por qué los indicadores de salud y nutrición empeoran, la pobreza se profundiza y la población pierde la fe en sus instituciones.

Ante este panorama, se necesitan líderes “no filtrados”, caracterizados por experiencia destacada externa al sistema e internacional, visión transformadora, criterio independiente y valentía para romper el statu quo. Según investigaciones de Harvard, estos líderes generan mayor impacto en tiempos de crisis, pues desafían tradiciones, asumen riesgos y promueven cambios profundos que los líderes filtrados —formados, atrapados y limitados por el sistema— no pueden lograr.

El sistema de salud pública en Guatemala no fracasa por falta de recursos, sino por falta de visión, redes clientelares, negligencia institucional y ausencia de integridad. Pero aún es posible transformarlo. La salud del país no depende solo de medicamentos o infraestructura, sino del liderazgo ético que esté dispuesto a sanar lo que otros han dejado enfermar. Se requiere valor, integridad y liderazgo verdadero. Solo así podremos transformar lo malo y lo feo en algo bueno —no solo en salud, sino en todo el país—.

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