Opinión: Las empresas estadounidenses abogan por el desastre climático

|

¿Por qué Mickey Mouse quiere destruir la civilización?

De acuerdo, quizá no sea eso lo que los ejecutivos de Disney creen estar haciendo. Pero se dice que The Walt Disney Co. y otros titanes corporativos, incluyendo ExxonMobil y Pfizer, se están preparando para apoyar una importante estrategia de cabildeo contra el plan de inversión de US$3,5 billones del presidente Joe Biden, una iniciativa que podría ser nuestra última oportunidad de tomar medidas serias contra el calentamiento global antes de que sea catastrófico.

Para decir lo que debería ser obvio, los peligros del cambio climático ya no son hipotéticos. Los fenómenos meteorológicos extremos que hemos visto en todo el mundo (las sequías severas y los incendios forestales en el oeste de Estados Unidos; la intensificación de los huracanes, las inundaciones calamitosas en Europa; las olas de calor que han hecho que las temperaturas en el Medio Oriente se acerquen a los 45 grados Celsius) son justo el tipo de cosas que los científicos del clima nos advirtieron que esperáramos como parte del calentamiento del planeta.

Y este es solo el principio de la pesadilla, el primer paso de una ola de desastres y un presagio de la crisis que nos espera si no actuamos con rapidez y contundencia para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.

¿Qué se puede hacer para evitar la catástrofe? Muchos economistas están a favor de incentivos de amplio alcance para limitar las emisiones, como un impuesto sobre el carbono. Hay un debate económico interesante y serio sobre si esa es la mejor política o si los impuestos sobre las emisiones por sí mismos bastarían como política pública. Sin embargo, en la práctica, ese debate es discutible: los impuestos sobre el carbono, o algo semejante, no serán políticamente viables en el futuro próximo.

Lo que sí podría ser políticamente viable (a duras penas) es un conjunto de medidas más específicas, en particular un esfuerzo por descarbonizar la generación de electricidad. En términos económicos, la generación es un objetivo relativamente blando, porque el descenso casi milagroso del costo de las energías renovables significa que ya disponemos de la tecnología necesaria para abandonar el uso de combustibles fósiles a un costo muy bajo. Y la generación de electricidad no es solo la responsable directa de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero de Estados Unidos; si la electricidad se convierte en una fuente de energía limpia, eso abriría la puerta a grandes reducciones de las emisiones de los vehículos, los edificios y la industria mediante la electrificación generalizada.

La buena noticia es que las propuestas de Biden darían un gran impulso a la descarbonización. Como señala el periodista especializado en temas climáticos David Roberts, hay dos elementos importantes relacionados con el clima en estas propuestas: un conjunto de multas y subsidios que darían a las compañías eléctricas fuertes incentivos para dejar de quemar combustibles fósiles y la ampliación de los créditos fiscales para diversas formas de energías limpias. Estas políticas solo cumplirían una parte de las listas de deseos de los ecologistas, pero serían algo muy importante.

La mala noticia es que, si estas propuestas no se promulgan, es probable que pase mucho tiempo (tal vez una década o más) antes de que tengamos otra oportunidad de que contar con políticas climáticas relevantes.

Seamos realistas: es muy probable que los republicanos controlen una o ambas cámaras del Congreso como resultado de las elecciones intermedias. Y en este momento, el negacionismo climático tiene mucha aceptación en el Partido Republicano, una aceptación que tal vez no disminuya sino hasta que se produzca una catástrofe total, y tal vez ni siquiera entonces. Miren cómo los gobernadores republicanos que están en contra de los cubrebocas y las vacunas están reforzando su postura incluso ante el aumento de las hospitalizaciones y muertes por covid-19.

Por lo tanto, puede que el proyecto de ley de reconciliación demócrata que triunfe o fracase en las próximas semanas sea, en efecto, nuestra última oportunidad de hacer algo significativo para limitar el cambio climático.

Entonces, ¿por qué las empresas estadounidenses se movilizan contra este proyecto de ley? Porque los demócratas proponen compensar el nuevo gasto en parte con mayores impuestos sobre las ganancias de las empresas y, en menor medida, a través del poder de negociación del gobierno para conseguir precios más bajos para los medicamentos controlados. Este enfoque es necesario por una cuestión política: si hay que subir los impuestos, la gente quiere que el aumento sea para las empresas. Pero las empresas, como es lógico, no quieren pagar.

Así que la oposición de las empresas al plan de Biden es comprensible. También es imperdonable.

Y quizás se pueda hacer algo al respecto. Me temo que en este momento es imposible convencer a los republicanos. Pero las corporaciones y el puñado de demócratas tentados a llevar agua a su molino todavía pueden ser susceptibles a la presión.

Después de todo, ya no vivimos en la época en la que William Henry Vanderbilt, el magnate de los ferrocarriles, declaró: “Que la gente se vaya al carajo”. Las empresas de hoy en día quieren que se piense que son socialmente responsables; hacen anuncios ambiguos en los que proclaman el bien que hacen.

Sin embargo, es difícil pensar en algo más irresponsable que dilapidar los esfuerzos para evitar una crisis que amenaza a la civilización solo por reducir el pago de impuestos.

Así que hay que nombrar y avergonzar a las empresas que se unen a este esfuerzo. Lo mismo debe ocurrir con el puñado de demócratas “moderados” que las apoyan (“mercenarios” sería un mejor término para los políticos que se oponen a medidas que deberían saber que son necesarias y populares).

Recuerden que esto no es una disputa política cualquiera, que puede retomarse en otra ocasión. Esta la hora de la verdad, y los que no hagan lo correcto ahora no tendrán una segunda oportunidad.

ESCRITO POR:

Paul Krugman

Premio Nobel de Ciencias Económicas en 2008