Las posadas en Navidad
Quienes llevaban el anda se retiraban un poco de la puerta, pero pronto regresaban y oían que les decían: “Regresa María, regresa José, que se abran las puertas de Jerusalén”. Entonces se entraba a la casa sonando tortugas y chinchines. Nos poníamos de rodillas y mi madre empezaba a leer lo que le tocaba ese día, una especie de rezo, mostrando alegría por tener a los santos señores, que eran colocados en una mesa preparada con flores de pascua y manzanillas.
Al terminar la posada, pasaban tazas con ponche y “chiquiadores”. A veces nos daban tamal que comíamos con el famoso pan guatemalteco, que le llamamos “pan francés”. ¿Por qué le decíamos y le decimos “francés”. Para mí es un misterio y solo lo repito, a veces, en el momento de nuestras comidas. ¿De dónde sacamos la palabra “francés”? Aún lo ignoro, pero lo seguimos usando cuando compramos pan.
Una vez terminada la posada en una habitación, se disponía cuál otra habitación se usaría al día siguiente. Hasta la final; el mero día de Navidad.
Recuerdo lo mucho que gozaba en esos días. Nos poníamos nuestra mejor ropa cada día por la tarde, para ser dignos de recibir a “los señores”, que así les llamábamos.
Las imágenes eran pequeñas, pero muy antiguas y bellas. Ahora no sé quién las tiene consigo. Puede que alguno de mis parientes. Pero ya jamás volvieron las posadas que teníamos antes de Navidad. Por eso la añoranza, el recuerdo imborrable de lo alegre que me sentía.
Mi madre tenía una voz muy bella. Se la heredó mi hermana mayor, llamada Isabel, a quien le decíamos Laly. Mi madre la quería mucho y la vestía muy bien para que consiguiera un novio de la alta sociedad. Y lo logró, al casarla con un finquero muy guapo y amable.
El tiempo ha pasado pero los recuerdos perduran. Gozo trayendo a mi memoria aquellos días tan felices, aunque a mí me tocó la época difícil, cuando mi madre me convenció de lo pobre que era y que por ello tenía “huéspedes”.
Pero en esta época de Navidad revivo una y otra vez aquellos felices días de las “posadas”. Me vuelvo otra vez niña y olvido lo mucho que sufrí y que tuve que trabajar cuando me gradué de licenciada en Letras.
En mi álbum de fotografías estoy retratada en los días en que me gradué y tuvimos una pequeña fiesta. Después me casé con Édgar Wever del Valle. Una dura experiencia que tampoco puedo olvidar. Pero tuve a mis dos hijos. La mayor, Margarita, a quien veo con frecuencia y la quiero mucho. También estáÉdgar, a quien veo un poco menos, pero que también me hace muy feliz.
Me gustaría repetir, a pesar de todo, aquellas santas posadas. Pero mi madre ya hace años que murió, y ella era el espíritu de tales celebraciones.
La vida sigue su curso y ya se me acerca la hora de partir, a pesar de lo sana que me mantengo, pues nado todos los días, un deporte que siempre me ha gustado. ¿Qué más le puedo pedir a la vida?
Aunque tengo deseos de publicar mi otro libro que ya está terminado y sería una continuación del sumario del recuerdo.
En fin, toda una vida en pocas palabras. Mientras esté viva, seguiré escribiendo.