DE MIS NOTAS

Presidente Timochenko

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La frase aquella que se le atribuye a Otto Von Bismark sobre que “La política es el arte de lo posible” parece hacerse realidad en la vida del narco guerrillero  Timochenko, el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, un personaje ahora convertido en candidato presidencial gracias al proceso de paz colombiano, y un perfecto ejemplo del alcance de tal aseveración.

Imaginar que, según la CPI, Timochenko tiene 182 procesos judiciales, de los cuales 106 incluyen el cargo de homicidio, 16 condenas por asesinatos, secuestro, toma de rehenes, desplazamiento forzoso, reclutamiento de niños y detonamiento de bombas. Imaginar que un narco guerrillero, a pesar de llevar a cuestas en tan solo 13 condenas penas de prisión que suman 448 años, hace también más increíble este arte de lo posible, que más que arte es una caricatura de las locuras de guerra de 52 años.

Fue también el español Manuel Fraga Iribarme el que acuñó la frase “La política es el arte de lo posible; para lograrlo hay que intentar muchas veces lo imposible”. Esta última se amolda más a la realidad de Colombia, porque encierra una concepción surreal de los acuerdos de paz colombianos. Nadie hubiese podido imaginar que este narco guerrillero, líder de una de las organizaciones más poderosas y ricas del planeta, pudiese tener en la mano derecha un papel de expiación de pecados y en la otra la credencial de una candidatura presidencial, más la garantía de un mínimo de cinco curules en el senado y cinco en la Cámara de Representantes, “incluidas las obtenidas de conformidad con las reglas ordinarias”.

Adicional a este sorprendente y surreal menú, las garantías para “buscar la disminución en un 50% de la pobreza en el campo, en un plazo de 10 años. Abracadabra…

Escribí en julio de este año que para los colombianos el desafío se resume en tener que confiar, por obligación, en guerrilleros que llevan 52 años cometiendo las más grandes atrocidades y en abierta relación con el narcotráfico. ¿A quién dejarán en ese vacío territorial? ¿Cómo se integrarán a la sociedad y a la política con esa cultura, subversiva, clandestina, subterránea aprendida y practicada durante medio siglo; acostumbrados a ejercer el poder de su autoridad con obediencia y sumisión absoluta? ¿Tendrán la capacidad de cultivar el arte de la política en un entorno en donde serán minoría y no actores prominentes, dueños de ejércitos, acostumbrados a las tablas, las luces y al manejo multimillonario de riquezas? Estas fueron mis reflexiones en una columna escrita cuando el “No” ganó el plebiscito.

Realmente, en términos de concreción política, ¿es posible que el proyecto de integrar a tanto granuja terrorista, que nunca ha tenido más experiencia que vivir en la clandestinidad, puedan ser actores políticos viables y representativos de algún sector colombiano? ¿Qué saben de economía de mercado, de generación de empleo y riqueza? ¿Cuáles son sus planes para esa Colombia elucubrada al meneo de hamacas en campamentos selváticos en algunos de los eternos aguaceros amazónicos?

Brutos no son. Manejarán un discurso pacifista y angelical para cambiar la imagen de narcoguerrilleros a activistas políticos. Consolidarán su poder aprovechándose de la organización territorial colombiana que desde la constitución de 1991 tiene una administración descentralizada repartida en departamentos, provincias, municipios. Ahí colocarán a sus operadores y activistas mediante el discurso populista aprendido en La Habana y pulido en el lenguaje políticamente correcto de las negociaciones de paz.

Marxistas leninistas confesos que son, jugarán sus cartas en las próximas elecciones, armados hasta los dientes, pero no con fusiles —que sin duda los tendrán bajo la mesa—, sino con fajos de exnarcodólares, ahora totalmente lavados según lo estipulado en los acuerdos de paz. ¡Viva la revolución!

alfredkalt@gmail.com

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