Punto de vistaDemocracia o revolución
En la historia ha habido dos tipos de revoluciones, las radicales o ?terribles?, como las denomina el escritor venezolano Angel Bernardo Viso en su último libro titulado ?Las Revoluciones Terribles?, y las revoluciones moderadas o limitadas.
Ejemplos de estas últimas son la ?gloriosa? revolución británica de 1688 y la revolución estadounidense.
Las revoluciones francesa, rusa y cubana son paradigmas de las primeras.
En realidad, es posible concebir a las dos revoluciones anglosajonas como momentos fundamentales de un largo proceso evolutivo, que desde la ?Magna Charta? y a través de una serie de reformas paulatinas y sucesivas fueron construyendo, primero, un sólido estado de Derecho, que limitó progresivamente el poder y la arbitrariedad del Organismo Ejecutivo, y que posteriormente fue aumentando la participación política de los ciudadanos, a través de la ampliación progresiva y gradual del derecho al sufragio.
Las revoluciones-evoluciones anglosajonas han producido dos de los más relevantes éxitos socioeconómicos y políticos de la historia de la humanidad.
Las revoluciones radicales son procesos que tienen como objetivo la sustitución rápida y generalmente violenta de las autoridades políticas, con el objetivo de cambiar profunda y rápidamente las relaciones de poder político, económico y social.
Dejando de lado las ?buenas intenciones? de aquellos que las iniciaron, los resultados de las revoluciones radicales en Rusia y Cuba han terminado en dos de los más estruendosos y sonados fracasos históricos del mundo contemporáneo, tanto en el campo económico como en el social.
La Revolución Francesa, después del Terror jacobino y la corrupción del Directorio, concluyó en la tiranía de Napoleón Bonaparte, verdadero ?némesis? de los ideales de la revolución.
En su megalomanía, Bonaparte no se percató que ahogó el internacionalismo revolucionario en imperialismo francés, la naciente democracia en despotismo y la igualdad republicana en la ridícula y, en gran medida nepotista, aristocracia napoleónica.
La actual democracia francesa es básicamente hija de ese largo proceso evolutivo, que va desde la monarquía burguesa de Luis Felipe hasta la V República, incluyendo el retroceso despótico del II Imperio.
En la historia de verdad, la violencia revolucionaria nunca ha sido la gloriosa ?partera de la Historia?, sino más bien la escuálida comadrona de sanguinarios fracasos.
La democracia únicamente se adapta a la reforma gradual y rechaza el cambio total y violento de las instituciones y dependencias.
La democracia no puede subsistir sin el diálogo y la tolerancia, entre los grupos sociales y políticos de cualquier país.
En la lucha política democrática no hay enemigos por vencer, sino adversarios con intereses diferentes y opuestos, pero legítimos y fundados, que no pueden ser excluidos totalmente del proceso de decisión política.
La negociación y la concertación, entendida como un proceso de decisión interdependiente, basada en el control recíproco, es uno de los principales instrumentos de la vida democrática.
Democracia y revolución radical no son compatibles.
Desgraciadamente, la cultura política latinoamericana está impregnada y llena de los mitos de ?la revolución? y del ?héroe salvador?, que se refuerzan mutuamente.
Es necesario un pavoroso esfuerzo colectivo para terminar de construir y consolidar una verdadera cultura democrática en América Latina.