PUNTO DE VISTAGlobalización y Estado
Durante las décadas de los 60 y 70, en pleno auge de la ?teoría de la dependencia?, buena parte de los especialistas en economía del desarrollo, particularmente en América Latina, creían que la integración de los países pobres a la economía global, lejos de encaminarlos hacia el desarrollo habría profundizado aún más su miseria y su atraso.
Los ?dependentólogos? nos recetaron un modelo de desarrollo ?hacia adentro?, sustitutivo de importaciones, relativamente segregado de la economía mundial cuyos resultados fueron realmente catastróficos.
Un modelo que caracterizado por un proteccionismo a ultranza, brutal y embrutecedor, nos ha legado unas industrias débiles, no competitivas, improductivas y, generalmente, parásitas del Estado.
Para colmo de males, a pesar de la verborrea retórica ?progresista? y sus fumosidades dialécticas, la ?dependentología? ha dejado a la América Latina con una distribución de la riqueza abominablemente regresiva.
Sin embargo, las reformas liberales de la década de los 90 no parecen, salvo en los casos de Chile y, en menor medida, México (Costa Rica es un caso aparte), haber mejorado la situación del subcontinente y en muchos países de la región se advierte una reacción populista antiglobalización y antimercado.
Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, en su reciente libro ?El malestar en la globalización?, contrasta el fracaso de las reformas en aquellos países que, como en América Latina, siguieron rigurosamente las recetas del llamado ?Consenso de Washington?, recomendadas por el Fondo Monetario Internacional y el éxito de los países del Este Asiático, que diseñaron una estrategia socioeconómica distinta.
No había desacuerdo en la importancia fundamental de la estabilidad macroeconómica, pero en el área comercial el acento en Asia se puso en la promoción de exportaciones y no en la inmediata supresión de las barreras a las importaciones, el comercio se liberalizó, pero de modo gradual, cuando se habían creado nuevos empleos en la industria exportadora.
También la liberalización de los mercados financieros y de capital fue gradual. Las privatizaciones fueron precedidas por leyes pro competencia y antimonopolio.
Según el Consenso de Washington, las políticas industriales mediante las cuales los Estados procuran orientar la dirección de la economía son un error, y en cambio en Asia se fomentó la creación de empresas locales eficientes, que tuvieron un rol fundamental en el desarrollo de la región. Obviamente, no se trataba del viejo Estado intervencionista, proveedor directo del crecimiento, sino de un Estado catalizador y facilitador.
Finalmente, las políticas del Consenso de Washington no se preocuparon por la desigualdad, en cambio en Asia los gobiernos actuaron activamente para reducir la pobreza y limitar el crecimiento de la desigualdad, con políticas de reforma agraria, por ejemplo.
Estaban convencidos de que esas políticas ayudaban a fortalecer la cohesión social, que a su vez era necesaria para crear un ambiente favorable a la inversión y el crecimiento.
En efecto, en sus últimos informes, el Banco Mundial afirma que, dada la experiencia de esta última década, instituciones estatales efectivas y capaces son tan importantes para el desarrollo, como políticas económicas sensatas.
En América Latina nos equivocamos de políticas y construimos un Estado omnipresente, fofo y obeso, y por tanto, ineficiente. Para el bienestar social es fundamental reforzar la capacidad del Estado, definida como la habilidad de asumir y promover eficientemente acciones colectivas.
En América Latina es urgente y necesaria la institucionalización del Estado.