BIEN PÚBLICO
¡Quiero crecer con mamá!
La maternidad en un entorno de bienestar constituye un tiempo de alegrías e ilusiones tanto para los padres como para el núcleo familiar y de amigos. Los bebés son retoños de esperanza y, probablemente, el voto más importante de nuestra confianza sobre cómo mejoraremos en el futuro. En contraste, en contextos de vulnerabilidad —cuando hay carencias afectivas, violencia y faltan recursos para el alimento y la vivienda—, la maternidad es un camino desolador, lleno de espinas, que puede llevar hasta la muerte de la madre.
En un estudio realizado por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y el Instituto Centroamericano de Estudios Fiscales (Icefi) y cuyo nombre lleva el título de esta columna de opinión, se apuntaba que en el país se producen diariamente 1,000 nacimientos y con ellos una muerte materna. La razón de mortalidad materna (RMM) nacional, es decir las muertes maternas ocurridas por cada 100,000 nacidos vivos, fue de 140 entre 2008 y 2015.
Los condicionantes de una muerte materna son diversos, pero pueden agruparse en tres grupos que se interrelacionan. Primero, fenómenos de naturaleza individual, relacionados con causas médicas, como una preeclampsia o una hemorragia postparto que no han sido tratados en los servicios de salud. Segundo, las circunstancias de vida de la madre. Los recursos económicos con los que cuenta para vivir, su entorno físico y social y el acceso a servicios de educación reproductiva y salud, determinan la posibilidad de decidir cuándo embarazarse. Finalmente, el tercer grupo se refiere a causas estructurales económicas y sociales, entre las que destacan, la tradición política y religiosa, el racismo, la discriminación y la pobreza. En las peores condiciones, el embarazo termina siendo un destino y no una decisión.
Lo anterior ayuda a explicar por qué las muertes maternas suceden con mayor frecuencia en los extremos de la vida reproductiva y en condiciones de vulnerabilidad económica y social. Las mujeres de menos de 14 años —niñas y adolescentes cuyos embarazos constituyen una violación sexual de acuerdo a la ley— registran una RMM que es casi el doble de la media nacional y se triplica en el grupo de mujeres de 40 a 44 años. Asimismo, el 66% de las muertes maternas acontecen en el área rural, revelando el impacto de la desigualdad económica, étnica y territorial que se vive en Guatemala.
La muerte de una madre es una tragedia para el hogar y la sociedad. Está documentado cómo esto incrementa el riesgo de los hijos de padecer desnutrición, abandono escolar y desintegración familiar. Pero, la tragedia es mayor cuando sabemos que muchas madres podrían vivir si hubiéramos mejorado el sistema de salud pública: la hemorragia es la principal causa de muerte materna, y el 80% de esas muertes ocurre en tránsito hacia el servicio de salud.
Mañana, mientras celebramos y recordamos a nuestra mamá, no olvidemos a aquellas personas, principalmente las niñas, niños y adolescentes que nos reclaman: ¡Quiero crecer con mamá! Nos urge aumentar las inversiones gubernamentales destinadas a la salud, para mejorar su cobertura y calidad. ¡Tenemos un sistema público de salud con capacidad para atender a la población que existía hace 70 años! Urge planificar y gestionar mejor los recursos para la salud pública y evaluar resultados. Es imperativo aumentar programas públicos para: educación reproductiva, cuidados pre y post natales, transporte de las madres hacia los servicios de salud, parto seguro y limpio y, para la atención a emergencias obstétricas. Urge que ninguna mujer muera por dar vida.
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