IDEAS

Reinventando el hábito de fumar

Esta semana he tenido una inmersión en un proceso industrial que hasta hace poco me era ajeno: la reinvención del hábito de fumar. Las empresas tabacaleras se han inmerso en un proceso de cambio necesario para su sobrevivencia en el largo plazo, a saber, cómo reducir los efectos potencialmente dañinos de su producto, sin eliminar las causas más profundas de su uso. Por lo que he visto y aprendido, creo que están logrando su cometido.

Como sé que este es un tema controversial y que caldea muchos ánimos, considero conveniente establecer mi postura con respecto al hábito de fumar. Nunca jamás en la vida he fumado, ni siquiera bajo la excusa usual de los menores chapines de mi época de que era “solo para quemar cohetes”.

Con el paso del tiempo y el afianzamiento de los principios liberales, he llegado a entender que todas las personas debemos ser libres de realizar cualquier acción —siempre y cuando no violemos los derechos de los demás—, aun —y yo diría especialmente— aquellas cosas que alguien más pueda considerar que sean dañinas para los demás.

Bajo esta perspectiva, me opongo a cualquier tipo de regulación que busque “proteger” a las personas de sus propias decisiones, con la única salvedad de aquellas que impliquen daños a terceros, como podrían ser las del “fumador pasivo”.

Algunos utilizan el argumento de los “costos para la sociedad”, aunque en realidad se refieren al costo para el sistema benefactor-mercantilista. El problema aquí es el sistema, sin él este argumento se cae solito.

Indistintamente de estas consideraciones, la industria tabacalera vio desde hace años que su existencia peligraba y buscó cómo sobrevivir. Lo primero que descubrieron fue que el mayor porcentaje de riesgo estaba en los subproductos que se generan de la combustión del tabaco y que si lograban encontrar la forma de transmitir la nicotina sin quemar el tabaco se reducirían los riesgos a la salud de las personas. Este argumento ya ha sido estudiado extensamente y hasta algunos de los detractores “anti-tabaco” lo avalan.

Bajo esa premisa, las principales empresas de esta industria han empezado a desarrollar productos que provean nicotina a los usuarios sin muchos de los demás “subproductos”, pero que además provean a los usuarios de una experiencia similar a la que están habituados. El desarrollo se ha ido en dos vías: una, la de productos que siguen incluyendo tabaco pero que no lo queman, sino solamente lo calientan a una temperatura suficiente para liberar la nicotina; y otra la de los llamados “cigarrillos electrónicos”, los que ya no incluyen hojas de tabaco, sino que utilizan una mezcla líquida de nicotina y glicerina que al ser calentadas producen un vapor que sirve de vehículo para la nicotina.

En ambos casos, el vapor resultante tiene un porcentaje mucho menor de los “subproductos” de la combustión —quema- del tabaco—. Esto ya se ha comprobado en estudios clínicos pero estos todavía deben ser validados por pares científicos y por las autoridades sanitarias. Quienes quizá van más avanzados en ese proceso son los de Phillip Morris Internacional (PMI) que incluso ya presentaron una solicitud ante la FDA de Estados Unidos sobre su primer “producto de riesgo reducido” —así le llaman a esta nueva categoría—.

Lo que me parece extraordinario es que las empresas se trazaran el objetivo de reinventarse y cambiar completamente su industria en el corto plazo, como lo expresó el mismo CEO de PMI, Andre Calantzopoulos: “Nuestra ambición es convencer a todos los fumadores adultos actuales, que tienen la intención de seguir fumando, a que se cambien a los productos libres de humo lo más pronto posible”. Me parece a la vez loable y fascinante esta búsqueda de un producto con menos riesgo de uso para los usuarios.

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