SIN FRONTERAS
Revolución o migración
Cuando al pobre no le queda más nada, la unión es su única fuerza. Lo hemos visto a través de la historia, y está sucediendo hoy, frente a nuestros ojos. Abrirlos o cerrarlos será nuestra decisión. La fila humana que lleva a miles de hermanos hondureños con dirección norte no es mucho más que eso. En casa no tienen comida, ni seguridad; pero, en especial, ya no tienen esperanza. Todos sus reclamos han sido desoídos. El Gobierno y la política, secuestrados en beneficio de pocos mezquinos. Así que la gente se va, como lo haría cualquier ser humano con deseo de sobrevivir. Son quienes por años han huido escondidos, empeñando lo poco que tienen, para invertir en una apuesta insegura: la migración solitaria, o la de los coyotes. La disyuntiva no es más si escapar o no. Es cómo hacerlo. Y han encontrado fuerza en la unión de miles que optaron por hacerlo hoy de frente. Tomar el salvavidas de la emigración, dando la cara al sol. Para quienes sienten empatía por las causas de los pobres, esta es una manifestación que mezcla tragedia y belleza. Pues se entiende como un último recurso, ponderando más la situación de la que escapan, a pesar de los peligros implícitos en la escapatoria.
Pero en nuestros países, las reacciones de los pobres siempre tienen detractores irreflexivos. No importa cómo sean estas, siempre se les encuentra un defecto que desvía la atención de su condición. Si es electoral, se les acusa de haber caído en las manos del populismo. Si manifiestan en las calles, se dice que fueron comprados, como si fueran incapaces de racionalizar una posición. Hay soberbia cuando se habla acerca de las posiciones políticas del desafortunado. Y esto mismo ha sucedido frente al éxodo centroamericano. Hasta ahora, los países han asegurado que la principal causa de migración es el engaño de inescrupulosos coyotes. Lo dice el gobierno estadounidense, y lo repite Guatemala, a través de su servicio exterior. Pero hoy que las familias caminan hacia el norte en grupo y en público, sin el acompañamiento de traficantes, surge un interés desmedido por conocer quién tuvo la idea, como si la respuesta masiva al llamado no fuera más importante. Pues ninguna convocatoria al exilio sería exitosa, si las condiciones en que vive la mayoría no fueran aplastantes, como lo son.
Es lógico que EE. UU. se preocupe por caravanas masivas que buscan entrar en su territorio. Pero es innegable que su propia intervención en esta región ha sido desafortunada, y que ha contribuido al actual desastre regional. Este fin de semana conmemoramos en Guatemala el aniversario de la revolución cívica, política y social que modernizó al país en 1944. Esta planteaba el desarrollo a través de la inclusión de las mayorías. Apostó por la educación, la salud, y el bienestar laboral y personal del guatemalteco. Pero diez años más tarde, la intervención estadounidense terminó con esa esperanza. Ahora, setenta años después, las familias que carecen de esas condiciones son quienes escapan del país, buscando precisamente eso.
En Honduras y en Guatemala, sus pueblos han buscado nuevas revoluciones. Electoralmente, en el primero, para luego ser defraudados por la institucionalidad. Y en el segundo, contra la corrupción e impunidad, para ver ahora cómo se retrocede a favor de quienes saquean al Estado para su beneficio propio. En todo, EE. UU. ha estado presente, como el gran socio y amigo. Nuestros pueblos comprenden su situación. Desmotivados por el resultado de sus revoluciones, les queda la última y única otra opción: escapar. Si el electorado estadounidense fuera más acucioso, lo entendería así. Pero todo parece que esta nueva crisis migratoria servirá para beneficio del partido republicano, que vota al ritmo de los gritos de Trump.
@pepsol