REGISTRO AKÁSICO

Romper el corazón para prevalecer

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Todos los reaccionarios son tigres de papel, afirmó Mao Ze Dong. Trataba de afirmar la fortaleza de una posición moral sobre las balandronadas de cabecillas del populacho acostumbrados al odio étnico o de clase.

Digan lo que digan, esta situación se refleja en la firma del nuevo Acuerdo Comercial entre México y Estados Unidos. Falsarios atribuyen a Donald Trump el mérito. ¿Cómo? El mandatario llamó país estafador a su vecino. Señaló a los inmigrantes como violadores y contrabandistas de drogas. Indicó que el TLCAN era el peor tratado de la historia. Atribuyó la decadencia industrial a lo externo, en lugar de observar la baja productividad interna. Abandonó la tradición en política exterior al declarar al libre comercio operando contra su país. Hasta calificó a la Organización Mundial de Comercio como un desastre.

En contra, la clase política mexicana no perdió el aplomo. El presidente Enrique Peña Nieto se mostró tranquilo. En principio, con una dignidad obvia, se negó a realizar la visita pactada a EE. UU. Luego nombró como canciller a un político cercano al grupo familiar de Trump para renegociar nuevas condiciones. La apertura económica mexicana a la inversión extranjera directa busca la formación de un espacio de producción compartido. Cierto, México incrementó la exportación de US$60 mil millones en 1994 a US$380 mil millones en 2015. No obstante, los bienes son producidos por empresas donde el capital norteamericano es importante. Sobre todo en la industria automotriz, donde es obvia la superioridad de la mano de obra mexicana sobre la norteamericana, incluidos los robots.

Se busca generar un espacio norteamericano donde la laboriosidad de las poblaciones de Canadá, EE. UU. y México establecieran una sociedad de prosperidad compartida. Sin embargo, el supremacismo blanco, base social del gobierno de Trump, ha impulsado la actuación a dos manos contra el continente. Con una promueve a oenegés que sabotean la política de entendimiento o el respeto al régimen de legalidad. Con la otra, igualmente exige la sumisión abyecta de los gobernantes como única actuación frente a la potencia norteamericana.

Si lo dicho le suena familiar, no tenga miedo a pensar. Sin perderse en lo accesorio, conviene insistir en la fortaleza de la política mexicana demostrada en la elección de Andrés Manuel López Obrador, la mejor opción en ese tiempo agitado. Operó el milagro: la firma expedita del acuerdo comercial, como continuación del TLCAN con unos pocos ajustes. El 45% de un automóvil vendido en EE. UU. lo harán trabajadores cuyo salario sea de US$16 la hora, y el 75% de sus partes con origen en cualquiera de los dos países. Se adicionó un capítulo sobre comercio digital y se insiste en fortalecer la propiedad intelectual. También se garantiza la operación de bancos de EE. UU. en toda el área. México acepta que se generen sindicatos bajo orientación de la AFL-CIO, que proclaman derechos laborales que no existen en los mismos EE. UU. Para evitar la denuncia del pacto por el nuevo gobierno mexicano, se indica que se revisará en seis años.

Como indicó Lázaro Cárdenas del Río, México tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos. La realidad geopolítica sigue pesando. No se trata de colisionar contra la política del capital monopólico. A pesar de la intromisión, mientras se mantenga la dignidad nacional con el menor daño posible, la unidad del país debe sostenerse. Los tiempos son difíciles, pues la decadencia de la potencia se aprecia de larga duración. No hay peor cosa que los zarpazos de un tigre herido, aunque sea de papel.

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