PLUMA INVITADA
Sepultando la ira
Esa fuerza psíquica que me lleva a situar los problemas espirituales de los guatemaltecos puede servir para una reflexión acerca de las acciones de las personas. Federico Nietzsche, el gran filólogo alemán, siempre comprendió que las maquinaciones inconscientes de las personas cotidianas se vuelven incluso mucho más grotescas que las acciones de los más viles criminales.
Aquellos que en algún momento nos muestran su amistad, su apego y apoyo en una u otra circunstancia pueden volcarse contra uno de la manera más feroz, arbitraria, destruyendo todo lo bueno, lo bello y amable únicamente por el sentimiento de placer que les da la venganza.
En el alma de la gente cotidiana hay un sentimiento humanamente primitivo que puede convertir un hálito de disgusto en una tormenta de odio que destruye todo a su paso sin afán de conseguir nada a cambio, sino mostrar la fuerza de la maldad que los corroe por dentro en sus más íntimos y airados sentimientos.
Hay gente que ha vivido en armonía conmigo. En algún momento aparece en sus corazones una llama de primitivismo con toda una hiel orgullosa y sanguinaria que provoca espanto por esa fuerza indestructible y rebelde de ver en el que ha sido amigo una trama de sentimientos de odio.
He comprobado que ningún principio racional puede hacer cambiar a las personas cuando se ensañan sobre uno por el placer, como decía Nietzsche, elevado que causa el denigrar al otro.
He visto personas intensamente religiosas con una verdadera identidad con su profesión de fe cometer los actos más abominables del espíritu humano. Con sus acciones descristianizan el cristianismo y su esperanza en el obrar humano.
No sé qué elevada tensión pasa en aquellos dispuestos para hacer el mal. Cautivan a Dios en su soledad y dejan libre en sus corazones la maldad que todo lo destruye y lo corroe. Esa arrogancia, ese egotismo destruye personas, destruye familias, destruye comunidades y llena de mezquindad el corazón humano.
Ese irrefrenable sentimiento de poder sobre los demás, de socavar las bases de una vida civilizada, apoyados por el canibalismo burocrático de las instituciones del Estado dando una falsa esperanza a los que desatan el odio arrollador sobre el prójimo. Muchas veces aunque la persona está equivocada surge en sus primitivas intenciones humanas no enmendar, sino contribuir a la destrucción del prójimo.
Todos los desastres que sufren las familias de los guatemaltecos pudieron ser evitados. Si sepultamos el odio rompemos esa brecha con el maligno proceder de las instituciones de justicia que en la mayoría de los casos prefieren justificar su presupuesto en denigrar la acción de unos hacia otros convirtiendo a las personas en vulnerables presas de su afán por presentar al mundo estadísticas de salvar precisamente lo que ellos han contribuido a aniquilar.
Ese predominio de la pasión sobre la razón enluta todos los días hogares y provocan desigualdades en la familia guatemalteca.
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