Suicidios de oficio
El miércoles nos sorprendió —otra vez— la noticia de un hombre que por octava vez se sube a la Torre del Reformador para supuestamente suicidarse; por octava vez lo rescatan los bomberos; por octava vez se lo llevan a la Policía donde redactan un informe. De nuevo, declara que lo hizo por un mal amor; una vez más es llevado a la Torre de Tribunales; posteriormente, lo ingresan al famoso hospital Federico Mora donde queda recluido, lo que no será por mucho tiempo debido a que tiene que hacerse responsable un familiar y —como otras veces— nadie dará la cara por él.
Este pobre hombre, Abel López, cuyos motivos profundos desconozco y no me competen, no encontrará sosiego ni tratamiento de salud emocional, mental o lo que fuere. Le tocó en la vida hacer pública la exacerbación de sus emociones. La mayoría, en cambio, y como dice la canción, “sufre en silencio”, igual o peor, solo que tras los micrófonos y las cámaras; la diferencia es que a unos toca la actuación, a otros el rol de presentadores y al resto el de observadores con gaseosa y papalinas.
Si bien López no conseguirá gran cosa, probablemente logrará que tras sus tentativas enrollen con alambre de púas la Torre del Reformador para que nadie más se tire o haga como que se tira. Como cuando colocaron mallas sobre el puente del Incienso y designaron soldados armados para ahuyentar a los suicidas. Era de suponer que el soldado diría a la persona angustiada a punto de lanzarse: “Si se tira, la mato”.
Este país es así. Cuando han desenterrado cadáveres asesinados durante el genocidio de los años de 1980, los culpables han dicho que fue obra del terremoto. Y como difunden la novedad de que el terremoto es obra de Dios, pues la gente se siente obligada a aceptar lo que venga. Lo cierto es que se requiere de una mente retorcida para mentir de esa manera; de otra mente brutal para legalizar la negación, y de locura general para tragarse cualquier cosa.
Supongo que una mayoría hemos pensado alguna vez en el suicidio. La línea que separa a quien lo piensa de quien lo hace es delgada. Cuántos se habrán arrepentido cinco metros antes de tocar el suelo. Jóvenes hay que se suicidan por alguna herida interna enmascarada de amor. De eso está llena la literatura. En la vida real, sin embargo, el 28 de noviembre, Antonia Guzmán Ixmatul, de 15 años, se suicidó porque era obligada por las maras a cobrar extorsiones. Un suceso gravísimo. Rápidamente se desfiguró la desgracia personal y social diciendo que podría tratarse de alguna venganza entre pandillas. Creer las versiones oficiales es tan irracional como aceptar que alguien se suicida dándose balazos en la pierna, en el hombro y en la cabeza.
@juanlemus9