EDITORIAL

Un debate de señalamientos

Es imposible señalar a un ganador claro del debate, cuyo ritmo fue rápido, aunque la mayoría de analistas estadounidenses coinciden en señalar una victoria de la aspirante demócrata. Pero en realidad no hubo una diferencia con las cifras de las encuestas, según las cuales la distancia entre ambos es menor al margen de error de estas mediciones.

Quedaron comprobados los estilos opuestos. Clinton demostró su experiencia con contrataques serenos a las arremetidas e interrupciones constantes del contrincante, plagado de lenguaje corporal agresivo, con gestos burlones, y de reacciones nerviosas. No hizo referencia a la construcción del muro en la frontera sur y se centró en señalar que Estados Unidos es un país “del Tercer Mundo” y repitió varias veces que es “un desastre”, por lo cual él lo hará grande de nuevo.

Los ricos, afirmó, “crearán tremendos trabajos”, “no pueden regresar su dinero porque hay muchas trabas”, y “algunos quieren apoyar a la gente y pagar impuestos”, además de calificar a sus compañías de “increíbles”.

Un tema en que ambos coincidieron es el riesgo de los ataques cibernéticos contra Estados Unidos, provenientes de personas individuales y de gobiernos como el de Rusia. Trump mencionó por su nombre a Vladimir Putin. La andanada de Clinton se centró en señalar que ha sido racista en la contratación de empleados en sus empresas y que no ha pagado impuestos federales en 30 años. Trump la acusó, por su parte, de ser “una mala persona”, sin “estamina” y firmante de acuerdos malos e inconvenientes para su país.

Estos son solo algunos ejemplos del tono de la presentación, evidentemente dirigida por ambos aspirantes a los votantes estadounidenses. Por eso, desde la perspectiva extranjera, no tuvo realmente una diferencia significativa y resulta una cuestión de opiniones y de valoraciones subjetivas señalar que hubo un vencedor. Siempre ha sido notoria en los ciudadanos de Estados Unidos su generalizada actitud de no darle importancia a su país como potencia mundial y por tanto con efectos globales a causa de las decisiones tomadas por el Ejecutivo, por el Senado o por el Congreso.

En Guatemala, una intervención como la comentada hoy debe analizarse desde la perspectiva de los posibles cambios en la relación bilateral o con el Istmo, sobre todo en el actualísimo tema del Triángulo Norte. Es una política de Estado, diseñada para obtener logros inmediatos pero sobre todo mediatos y a largo plazo, aunque parece haber preocupación por los cambios que Trump haría en diplomacia. Pese a ello, no se puede concluir que debido a debates se pueda pensar en cambios fundamentales en escenarios como el que interesa a la región centroamericana. Al final, debe prevalecer la idea de que Estados Unidos tiene aliados, no necesariamente amigos.

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