CATALEJO
Un pastor convencido de su papel histórico
Monseñor Óscar Julio Vian Morales deja una honda huella histórica porque siempre actuó y comprendió la necesidad de ser la iglesia institución separada del Estado, lo cual no implica silencio ante la coyuntura nacional, ni ante las acciones ilegales e inmorales de quienes no ejercen la política, sino la politiquería. Su voz y la del resto de integrantes de la Conferencia Episcopal, durante casi diez años, fustigó a la corrupción, con lo cual siguió con sencillez la voz del papa Francisco, quien la considera una cultura de la muerte. Lo hizo con un estilo sencillo, cercano a la feligresía y un ejemplo de ello fue cuando hace unos dos o tres años cantó una canción popular frente a las cámaras de la televisión, con su traje de autoridad eclesiástica.
Esa sencillez no le impidió ser un duro crítico a los gobiernos y de la clase política. Un caso cercano fue el pacto de corruptos en el Congreso. A su criterio. En ese estilo personal sin duda influyó su formación salesiana, centrada en la atención de las necesidades de los fieles jóvenes de menores ingresos económicos, lo cual no constituía prueba de valor hacer eso sino nada más era cumplir con su deber. Fue notorio su interés por la renovación de cuadros en las distintas divisiones de la sociedad, derivado de sus críticas directas e indirectas por los integrantes de la impresentable vieja política, en estos momentos luchando con desesperación para mantener un status quo de toda clase de prebendas cuyo resultado ha sido la actual y triste situación de Guatemala.
Por la importancia del cargo, los arzobispos de Guatemala no pueden dejar de tener un lugar destacado en la historia, en circunstancias diferentes, y por ello ser centro de discusiones a favor y en contra de su tarea. Lo comprueban tanto monseñor Vian como sus cuatro antecesores: Rodolfo cardenal Quezada Toruño, Próspero Penados del Barrio, Mario cardenal Casariego y Mariano Rosell. Como lamentablemente sucede con los personajes históricos de 1950 a estas fechas, los análisis de su paso por la silla episcopal no se ha hecho de manera serena y aun hay, hasta dentro de los historiadores religiosos, críticas cuyo error es, a mi juicio, no tomar en cuenta la importancia del factor histórico nacional y del entorno internacional. Pero ese es otro tema
Debo señalar dos asuntos acerca del fallecimiento de monseñor Vian, quien para su fortuna sufrió menos de tres meses porque el cáncer fue feroz. Ambos, regados por las redes sociales, demuestran gran dosis de vileza. El primero fue una esquela dos días antes de su muerte, lo cual debió ser desmentido oficialmente. Y el segundo fue casi increíble: alguien envió el anuncio oficial del fallecimiento y le agregó tres figuras “emoticones”. Una son manos aplaudiendo; otro, una mano con el pulgar hacia arriba y el tercero una cara con un ojo cerrado dándole besos a un corazón. El texto agregado dice “Es pasos y pedales tambien je je” (sic) Me parece aún peor por la cobardía del anonimato y me aterra hasta dónde llega la insensibilidad en nuestro país.
Monseñor Vian llegó al cargo siendo relativamente poco conocido a nivel nacional, como fue también el caso de monseñor Penados. Ambos ejercieron su apostolado religioso de manera silenciosa, sin manifestaciones públicas adicionales a las señaladas por la tradición y la liturgia. Sus acciones en el campo extra-religioso pero de importancia nacional, como lo hicieron sus antecesores, le abren la puerta a la historia de los momentos de cambio vividos ahora. Y aunque no es tampoco el tema de este artículo, es indudable pensar en la relación directa y necesaria entre la fe y la vida, y en el peligro para cualquier religión si las figuras políticas caen en el error de confundir curules o podios con púlpitos.