REGISTRO AKÁSICO

Vivir en el error provoca la decadencia

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El futuro presidente del Brasil, Jair Bolsonaro, no se contiene. Caro le ha costado en la vida; pero también, le ha servido para encumbrarse. Cuando era capitán, expresó su queja por el bajo salario a través de la prensa; eso le valió la baja. Al mismo tiempo, gracias al escándalo inicial, consiguió un escaño parlamentario por 28 años. Proclamar a los cuatro vientos su antipatía hacia los homosexuales lo marcó de prejuicioso; no obstante, ganó el apoyo de intolerantes. Siempre se desdice; sin embargo, le recuerdan sus exabruptos, pues están grabados en audio o video. Para cualquier opinante, las execraciones y epítetos provocarían una sonrisa. Pero, dado que poseía una investidura parlamentaria, resultaba en escándalo y ser ubicado como un ultraderechista.

La suerte, si se puede llamar así, a recibir una puñalada en el vientre; hizo que la población se apiadara del candidato inmerso en una opaca campaña electoral de dos años. La herida, lo convirtió en el contendiente del ex Ministro de Educación, Doctor en Economía y abanderado de la izquierda por designación del encarcelado ex Presidente Lula da Silva. Aparentemente su opositor, Fernando Haddad, le ganaría a un candidato de ocurrencias y extremismos. No obstante, no se midió que las sindicaciones administrativas contra Haddad, en la gestión como alcalde de Sao Paulo, lo soterrarían.

Además, el recién electo Bolsonaro, contó con los opositores al Estado laico. El país sudamericano se enaltece con el lema: orden y progreso. Pero la cantaleta: Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos, atrajo a la perrería fundamentalista.

No hubo vencedor, sino derrotado. Las culpas han de buscarse en el hartazgo social hacia los izquierdistas, cuyos líderes se perciben como tramoyistas facilitadores de la manipulación social.

No se trata de apoyo determinante de sectores reaccionarios o de miedos impulsados por la prensa y televisión. Al contrario, en el caso brasileño, hubo un excesivo regodeo de los medios de comunicación social de masas, contra el ganador Bolsonaro, como racista, misógino, depredador de la naturaleza y represivo sin medida. Todas las advertencias contenidas en las denuncias, se borraban ante la simpleza de indicar la posible corrupción de los líderes de izquierda. Allí se generó la diferencia para terminar con el borreguismo de la corrección política.

Había un enojo de los electores por los negocios de los potentados apañados por los líderes supuestamente de izquierda. Una parte del electorado no estaba dispuesto a perdonar. La enseñanza de esa elección consiste en la existencia de una minoría crítica que se ha desmarcado. Aprecia como burla las imágenes de televisión y descripciones de jadeantes locutores radiales, donde se presentan dudosos señalamientos contra otrora poderosos. Poco a poco se reconoce la maniobra del chivo expiatorio.

Los errores en las fuerzas populares no deben ser reseñados de manera abstracta. No son yerros, sino actuaciones internas intencionadas de perjuicio organizativo; los partidarios las soportan pues valoran la unidad. Pero hay un cansancio, un límite, por toda la podredumbre que ha hundido a la opción revolucionaria.

Creer que se abusará por siempre. Sentirse dueño de votos de una ciudadanía ansiosa del progreso social. Subestimar el poder del pensamiento crítico, la desmoralización ante líderes vendidos, el estupor cuando se levantan banderas ajenas ligadas a la narcoactividad o el consentimiento de los negocios sucios, son las razones por las que pierde la izquierda simulada. Lo dicho para Brasil, vale para nuestro país.

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