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INTERACTIVO | Conectividad rota: Los lugares de Guatemala a los que ni las carreteras llegan
Comunidades rurales sobreviven en medio de la precariedad de servicios provocada por la falta de carreteras de acceso y el abandono estatal.
Las carreteras en el país están en tan mal estado que hay aldeas prácticamente aisladas. (Foto Prensa Libre: Carlos Hernández)
Prensa Libre y Guatevisión identificaron comunidades que parecen estar más lejos de todo y que, incluso, permanecen aisladas y carecen de servicios básicos de calidad en el país debido a que no existen carreteras en buen estado para llegar a ellas.
Este reportaje es parte del especial Conectividad Rota, en la que se recorrieron 3 mil 632 kilómetros de la red vial nacional y se identificó como el mal estado de las carreteras daña el país.
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Una mezcla de gris y azul pinta el cielo. El sol y las nubes flotan sobre el valle. Las montañas están cortadas por líneas de tierra y barro que bajan a la planicie en forma diagonal. Sobre esos caminos incipientes circulan picops a la velocidad de un cortejo procesional. Un acelerón puede arrojar al barranco a las personas que viajan en las palanganas de los vehículos. Y allí, casi nadie llega.
Al centro del valle hay un archipiélago de viviendas construidas con madera, lámina o bambú. Las casas descansan sobre terrenos de pasto delimitados por senderos de terracería. Algunas gozan de la compañía de perros, cerdos o caballos. Otras tienen plantaciones de maíz, plátano o cardamomo. Juntas conforman San Marcos El Triunfo, un paraje de sangre q’eqchí’ ubicado en San Miguel Uspantán, Quiché, a más de 400 kilómetros de la capital.
La distancia parece más larga porque no existe una carretera que conduzca a la localidad. Esta es una de las dos comunidades que Prensa Libre y Noticiero Guatevisión identificaron como algunas que permanecen aisladas y carecen de servicios básicos de calidad en el país, según un recorrido efectuado en tres mil 631 kilómetros de red vial.
No hay ningún cartel o señal que identifique a San Marcos El Triunfo. Ni siquiera figura en todos los mapas oficiales del Ministerio de Comunicaciones, Infraestructura y Vivienda (CIV). Es uno de los 92 poblados de la Zona Reina, un territorio dentro de San Miguel Uspantán que se caracteriza por ofrecer clima y recursos naturales propicios para la agricultura.
Aunque favorece los cultivos, la Zona Reina está lejos de ser un terreno fértil para las aspiraciones de todos sus habitantes. Ottoniel Gómez, quien tenía un año cuando su familia se mudó al área, lo sabe.
Luce unas botas negras, pantalones de mezclilla y playera blanca. Sus prendas están manchadas de un café tenue, signo de sus labores diarias: reparar vehículos y, sobre todo, cultivar cardamomo.
“El cardamomo aquí no se come, no lo podemos procesar. No podemos hacer mayor cosa, más que darlo casi regalado”, dice con la mirada baja.
Ottoniel tiene 27 años, el tiempo que ha pasado sin disfrutar de una carretera que conecte a su comunidad con el resto del país. Comparte su casa con Jackie, su esposa, con quien cría a David Ottoniel, su hijo de tres meses.
Para el joven padre, un camino de asfalto o concreto que cruce la Zona Reina transformaría las vidas de quienes se asentaron allí. Son más de 20 mil habitantes, según la Municipalidad de San Miguel Uspantán.
“Aquí estamos bendecidos, pero necesitamos los servicios como cualquier persona […] Tenemos necesidades hasta para tirar”, señala Ottoniel.
Cardamomo “regalado”
El mecánico sube la colina pequeña que va hacia su dormitorio, erigido con bambú y madera. Cada uno de sus pasos imprime una huella en la tierra. Detrás de la choza hay una parcela en la que crecen plantas de cardamomo.
Ottoniel se acerca a una mata y retira algunas de las hojas que murieron. Cuida con empeño esas semillas, pues las vende a los comerciantes que se atreven a arribar en su casa.
“Aquí, los carritos pasan comprando, pero se quedan atascados por la mala condición de la carretera. Una vez, el carro de mi papá se arruinó porque había lodo y no hubo quién lo sacara”, lamenta.
Por una libra de cardamomo, Ottoniel recibe alrededor de Q2. Afirma que los compradores solo están dispuestos a pagarle ese precio debido al costo alto de trasladar el producto desde San Marcos El Triunfo hacia otras localidades del país, como Cobán, en Alta Verapaz, a unos 200 kilómetros de distancia o unas cinco horas en vehículo.
“Descuentan el pago del flete. […] Aquí no entra carro sencillo. Tal vez entra, pero nunca vuelve a regresar”, indica.
Esa tarifa que padecen los agricultores en la Zona Reina es detectada por el Comité de Cardamomo de la Asociación Guatemalteca de Exportadores (Agexport). Su gerente, Efraín Álvarez, calcula que, en localidades con mejores accesos, como la cabecera altaverapacense, los productores podrían cobrar hasta un 40% más.
“En Cobán la libra está en un máximo de Q4.50. Pero ese es el tema: en la Zona Reina los tienen abandonados”, expone.
De acuerdo con estimaciones de Agexport, la Zona Reina produce un promedio de cuatro mil toneladas de cardamomo al año, el 15% de la cantidad total que Guatemala exporta al mercado exterior.
A Ottoniel le gustaría que su aporte a ese volumen se traduzca en más ingresos para su familia. “Llevaría mucho plato a la mesa, como dicen los políticos”, dice mientras suelta una risa breve.
La ausencia de una carretera lo separa de su sueño, que también toca fibras religiosas. El padre de familia busca remodelar la iglesia evangélica que está al lado de su vivienda. La dirige junto con Gudiel, su hermano, y su papá, Armando. El templo tiene un techo de lámina y paredes de madera y block pintadas de blanco.
“[Con una carretera] bajarían los precios del flete y no lo cobrarían caro. Entonces podríamos recibir más dinero, vendrían más clientes y tal vez hasta nosotros podríamos llevar nuestro producto a Cobán”, opina.
Sumidos en el rezago
Ottoniel no es el único que sufre las consecuencias de vivir incomunicado. El aislamiento permea en todas las esquinas de San Marcos El Triunfo, donde habitan alrededor de 200 familias, según las autoridades indígenas del lugar.
En cada terreno hay ejemplos de las actividades económicas que mantienen a flote a los pobladores. Varios son agricultores o ganaderos; otros manejan tiendas de productos básicos; unos pocos venden medicinas; y un puñado comercia gasolina. En cada casa hay un intento de forjar una vida, un esfuerzo abatido por la falta de servicios básicos de calidad.
El agua potable es una dicha que dura tres horas cada cuatro días. Un manantial situado a dos horas a pie de la comunidad suministra el líquido a los residentes, pero las tuberías de plástico que salen del tanque están rotas. “Algunos llenan tambos con la lluvia, por si no viene el agua”, cuenta Ottoniel.
La energía eléctrica y el internet fijo son un mito. No hay. Quienes disfrutan de la electricidad compraron paneles solares con ahorros de años. De acuerdo con los registros de los líderes locales, los afortunados integran menos de la mitad del paraje. El resto alumbra con candelas.
La falta de conexión eléctrica daña la calidad educativa en la localidad. Así lo afirma Juan Alfredo Morales, el maestro de tercero primaria de la única escuela en el valle.
El centro de enseñanza está formado por cinco inmuebles de blocks azules y techos de lámina. Al lado de cada puerta de metal hay un símbolo patrio pintado por los estudiantes. Son ocho aulas: una para la dirección, otra para la preprimaria y seis para la primaria. La secundaria ocupa tres de estas últimas durante las tardes.
“Este año está difícil porque los niños de tercero no saben leer y escribir. Por la pandemia de covid-19, dejamos a los niños sin recibir clases”, explica Juan Alfredo, sentado en un deteriorado pupitre de madera y hierro.
San Marcos El Triunfo está en el departamento menos alfabetizado del país. Tres de cada 10 quichelenses no saben leer y escribir, según el censo levantado en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), que carece de datos específicos de la Zona Reina.
El profesor Morales intenta reducir la cifra de analfabetismo a diario. Por la mañana, imparte todas las materias oficiales a sus 27 estudiantes de tercero, aunque a veces los deja por unos minutos y corre al salón de la preprimaria para asignarles tareas a los más pequeños. “Es un va y viene”, menciona.
Además de equipo tecnológico, a la escuela le urgen docentes. Solo dispone de tres maestros permanentes para 246 alumnos. “En años anteriores ha habido plazas aquí, pero nadie la toma porque estamos retirados. Aceptan las que están cerca de sus pueblos y nosotros nos quedamos sin profesores”, refiere Juan Alfredo.
Donde también faltan profesionales es en el puesto de salud de la comunidad. El inmueble, construido con láminas y blocks, mide unos 10 metros cuadrados. Afuera, al lado de la entrada principal, un cartel de vinilo invita a las personas a prevenir el coronavirus. Adentro, solo hay una clínica disponible para los enfermos.
En ese consultorio nunca atienden médicos, pues no hay ninguno en el poblado. De hecho, en todo Quiché escasean. Por ejemplo, solo tres de cada 10 partos en ese departamento son asistidos por médicos, según la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi) de 2014.
Seis enfermeros están encargados de aliviar los padecimientos de los habitantes de San Marcos El Triunfo. Pero casi siempre solo hay uno sentado en el escritorio de la clínica. Cada salubrista tiene a su cargo tres comunidades de la Zona Reina que deben visitar todas las semanas.
“Nosotros caminamos como tres horas para ir a las aldeas. En las montañas casi no entra carro ni moto”, relata Juana Yat, una de las enfermeras.
Las distancias largas son inclementes incluso cuando se trata de una emergencia médica. El hospital más cercano al paraje está en el casco urbano de San Miguel Uspantán, a unas dos horas en vehículo, un tiempo que puede aumentar cuando no hay una ambulancia disponible.
“Supongamos que alguien se hirió: en dos horas ya habría muerto. El tiempo que tardaría en llegar a Uspantán. Y eso ocurre si hay ambulancia, pero nosotros no tenemos todos los días, porque la prestamos entre las comunidades”, explica Juana.
El Índice de Desarrollo Humano (IDH), que mide la calidad de vida de las personas según su esperanza de vida, nivel de ingresos y educación, identifica estas carencias de servicios básicos en San Marcos El Triunfo y, sobre todo, en Quiché. En el informe de 2016, Quiché fue el departamento que figuró como el cuarto peor evaluado en todo el país, detrás de Alta Verapaz, Huehuetenango y Chiquimula.
Fortuna relativa
Hay comunidades dentro de la Zona Reina que corren mejor suerte que otras. Las dos mil familias que viven en Saquixpec, una aldea q’eqchi’ a una hora en vehículo de San Marcos El Triunfo, están conscientes de su fortuna.
La localidad está en las faldas de una montaña. Desde el cielo, cientos de palmeras y cedros ocultan varias de las viviendas, construidas, en su mayoría, con blocks o ladrillos. Algunos inmuebles tienen dos niveles y más de cuatro habitaciones. Los techos son de lámina o teja. Aunque no hay postes de energía eléctrica, el agua sí sale de los chorros de las pilas comunales.
Al centro de esta comunidad hay un camino de tierra, único en la Zona Reina. La vía mide solo 200 metros, pero es suficiente para proveer el sustento básico a los residentes del lugar.
“¿Qué le damos? ¿Qué lleva?”, grita una vendedora de textiles mayas. Su tienda de ropa es uno de los 25 negocios ubicados en frente de esta calle, mejor conocida entre los pobladores como “el mercado”.
Los productos llegan con mayor facilidad a este sitio que a cualquier rincón de San Marcos El Triunfo. La diferencia entre ambos poblados, aseguran los líderes locales, es la carretera de acceso.
“La gente viene a buscar nuestra comunidad porque está pegada a la carretera. Los comerciantes la ven más accesible. Fluye constantemente y sí hay mercado”, resalta Alvino Sanjosé, autoridad indígena de Saquixpec.
Pero no todo es perfecto en la aldea. El asfalto comunica a las familias solo con el sur de Quiché. Al norte, este y oeste, donde está San Marcos El Triunfo, no hay ni un camino pavimentado.
Una carretera en buen estado podría proporcionarle más ingresos a Hermelindo Lux, quien traslada frutas y verduras desde el norte hacia Saquixpec. “Por ejemplo, el tomate en Uspantán o Cobán puede valer Q2.25, pero aquí cuesta Q3, por el pasaje. Si hubiera una carretera en condiciones favorables, las cosas bajan de precio”, apunta.
Para los negociantes informales de “el mercado”, la demanda de una vía pavimentada se torna más urgente cuando recuerdan cómo subsistían antes de que existiera el asfalto hacia el sur.
“Era muy difícil trasladar los productos desde cualquier lado. El proyecto debe ser terminado por completo ya que permitiría que muchas comunidades se desarrollen”, opina Cristina López, que comercia zapatos y pan de banano.
Una obra interminable
La carretera que atraviesa la Zona Reina permaneció como un mero anhelo de los pobladores hasta 2018, cuando la Dirección General de Caminos (DGC) contrató a la compañía israelí Solel Boneh para construirla.
El proyecto fue financiado con un préstamo de US$89 millones (unos Q682 millones) otorgado y supervisado por la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA).
La constructora beneficiada enfrenta señalamientos de entregar sobornos a funcionarios en el caso judicial Construcción y Corrupción, revelado en 2017 por el Ministerio Público (MP) y la extinta Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (Cicig).
La DGC agotó los fondos japoneses en diciembre de 2021 y ahora depende de su propio presupuesto para construir la obra. Según el Sistema de Inversión Pública (SNIP), ha gastado más de Q769 millones en los trabajos.
El contrato incluye cuatro tramos carreteros que suman 150.47 kilómetros. Cuando quede inaugurada, la carretera conectará a Playa Grande Ixcán, al norte de Quiché, con Chicamán, al sur. Según proyecciones de la DGC, beneficiaría a más de 249 mil personas. Entre ellas, la Agexport estima que hay más de cuatro mil pequeños productores de cardamomo.
El camino asfaltado también podría salvar vidas. En marzo de 2022, Víctor Hugo Figueroa, en ese entonces alcalde de San Miguel Uspantán, falleció en un accidente vial mientras conducía sobre uno de los senderos que aún no estaban pavimentados en las montañas de la Zona Reina.
“Cuando llueve, se derrumba y no hay paso. Todo se lava y se cae donde [los constructores] tiraron la tierra”, comenta Raúl Sánchez, que cada semana transporta maíz por los mismos caminos del exjefe edil.
Aunque los habitantes de la Zona Reina claman por la carretera, la obra afronta obstáculos: la construcción del tercer tramo, al norte de San Marcos El Triunfo y Saquixpec, está suspendida desde diciembre de 2021, asegura una fuente involucrada en el proyecto, que prefirió omitir su nombre.
De acuerdo con el experto, la razón es que el CIV no ha oficializado una ampliación presupuestaria del contrato. Este incremento asciende a Q43.6 millones y servirá para reparar daños provocados por las tormentas Eta e Iota en noviembre de 2020.
“[El CIV] todavía no ha emitido el acuerdo ministerial, así que la ampliación no está vigente”, afirmó la fuente a Noticiero Guatevisión y Prensa Libre. Al cierre de este reportaje, la cartera no dilucidó qué faltaba para publicar el acuerdo.
“Hay poco interés, pues los del ministerio casi nunca vienen desde que empezó el proyecto. No hacen supervisiones y no han visto nuestras necesidades”, critica Felipe Baj, autoridad indígena de Saquixpec.
Solel Boneh no atendió la solitud de entrevista para este reportaje. En el contrato inicial, se comprometió a entregar la vía en mayo de 2021. Ante los imprevistos, pidió a la DGC modificar la fecha final, acordada para mayo de 2023.
Sin embargo, Luis Gabriel Jo, jefe de la DGC, desconoce si la carretera quedará lista a tiempo. “Yo no te podría dar una fecha exacta, porque se están haciendo readecuaciones del programa de trabajo, de acuerdo con la disponibilidad presupuestaria”, justifica.
La construcción de esta obra vial en Quiché obedece a los Acuerdos de Paz de 1996, que ordenan al Estado a dotar de infraestructura básica a los lugares afectados por el conflicto armado interno, librado en la segunda mitad del siglo XX.
A pesar de la demora de la DGC, la esperanza de que llegue la carretera permanece firme entre los habitantes de la Zona Reina. Así lo asegura Ottoniel, mientras toca una guitarra en la iglesia al lado de su casa.
El mecánico practica melodías sacras con frecuencia, pues desea que su bebé también sea músico en el futuro. “Quiero que toque el clarinete y enseñarle”, dice con el niño en sus brazos.
Para el productor de cardamomo, un camino en mejores condiciones no solo elevaría los ingresos económicos de su familia y el resto de su comunidad. Le permitiría, sobre todo, estar más cerca de Dios.
“Todavía no tenemos el suficiente efectivo para remodelar la iglesia, pero tenemos fe de que sí se va a llevar a cabo”, expresa con un brillo en sus ojos.