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“La historia se debe revisar y se debe reescribir”
La historiadora Artemis Torres Valenzuela cuenta en esta entrevista su experiencia al frente de la Escuela de Historia de la Usac por 8 años y da su perspectiva sobre los 199 años de independencia.
Artemis Torres es historiadora e investigadora del Centro de las Culturas de la Usac. Foto Prensa Libre: Carlos Hernández
Apasionada por redescubrir la evolución de Guatemala como nación, Artemis Torres impulsó la renovación de contenidos y abordajes en la Escuela de Historia, a fin de superar los relatos románticos o las versiones oficiales para encontrar las circunstancias humanas, los aportes ciudadanos y el necesario aprendizaje para no repetir los mismos errores del pasado.
“Es necesario encontrar a nuestros sujetos protagónicos de una historia verdadera, no complaciente ni legitimadora, que ha sido lo tradicional y en muchos casos emanada desde la oficialidad, y ese reto es el que se ha tenido en la Escuela desde mis antecesores en la dirección y que continúa”, afirma Torres, licenciada en Historia y doctora en Filosofía.
¿Cómo se cambia ese relato de la historia?
Se trata de utilizar nuevas corrientes historiográficas, nuevas metodologías, asumir la investigación de nuevos sujetos protagónicos de los hechos.
La clave está en romper la tradición positivista, una escuela historiográfica tradicional que viene desde el siglo XIX, según la cual ciertos personajes son los únicos constructores y arquitectos de los hechos. Se deben romper paradigmas para posicionar otros métodos. Un referente clásico de este cambio de enfoque es el libro La patria del criollo, que está cumpliendo 50 años y cuyo abordaje sigue siendo novedoso, porque se atreve por vez primera a dar explicaciones contundentes, en una concepción distinta del proceso nacional.
¿Qué efectos tiene en su opinión el relato histórico tradicional?
Esa historia es contar nada más un abordaje memorístico. Las nuevas generaciones reciben ese tipo de historia sin mayor explicación, con lo cual forma individuos especialistas en la reproducción del mismo relato intocable, en donde la interpretación no es posible.
Esto a su vez dificulta generar mentalidades críticas y fomenta individuos robóticos que responden a normativas descriptivas y sin tener una actitud ante la vida histórica.
¿Qué se puede hacer?
Desde la Escuela de Historia se fomentó la investigación con enfoques integrales en todas las carreras: Arqueología, Antropología, Profesorado y Licenciatura en la enseñanza de Historia, Archivística.
El país debe trascender de manera crítica para dar los cimientos, para dar pautas con conciencia social de lo que ha sido pasado, pero de lo cual el presente es referente y materia fundamental para transformar el futuro.
Desgraciadamente, el enfoque memorístico, acrítico, ha predominado. Voy a usar una palabra muy agresiva, pero ese enfoque solo busca hacer alumnos borregos, que siguen las pautas determinadas sin analizar, precisamente para que no busquen cambios.
¿Qué ejemplos hay de esta posibilidad de cambio?
Hay especialidades de la historia que van por la recuperación de los grupos alternos o desfavorecidos en su propia vida cotidiana. Para enseñar la Historia, se debe quitar el mito de que es un relato único e intocable.
En los diccionarios de antaño, la historia parecía ser un oficio artístico, de las bellas artes, todo con tintes literarios. Hoy esa historia de grupos subalternos tiene valor. Todos somos actores de una historia viva, una historia real. Lo que hacemos en nuestra vida cotidiana es signo de la estética del momento, pero es parte de una historia que debe aspirar a la totalidad.
En ese sentido, la Universidad de San Carlos está llamada por mandato constitucional a hacer que sus ciencias y, en este caso, la ciencia de la historia tenga una función de utilidad al dar a conocer a sus ciudadanos un relato real y objetivo, en donde todos somos parte y sujetos protagónicos, con nuestro trabajo, con nuestra lucha por el sustento.
Con nuestras conductas, costumbres, tradiciones, estamos construyendo esta historia. Esa historia se desenmarca de la visión positivista narrativa, solo de grandes personajes, de próceres que están en un pedestal en una hornacina, y el pueblo aparece solo cuando es útil. La historia es de todos nosotros.
¿Cómo quitamos ese mito?
La historia se debe revisar y se debe reescribir. El país debe construir sus propios libros de historia emanados desde una óptica integral. No quiere decir desechar todo, sino revisar los procesos metodológicos, retomar obras clásicas y volver a debatir sobre ellas. En el ámbito académico, las acciones concretas son las de mejorar la profesionalización. En ese sentido se está terminando de afinar el primer doctorado en Ciencias Sociales, producto de tres escuelas: las de Trabajo Social, Ciencia Política e Historia abanderamos ese proyecto, para generar los primeros doctores en ciencias sociales egresados de la universidad pública, para generar académicos con voz y opinión en la agenda nacional.
A nivel de estudiantes de primaria y secundaria, ¿cómo propone transformar la enseñanza de Historia?
Se debe encontrar dinámicas vivenciales, llevar a los estudiantes al Centro Histórico o lugares emblemáticos para explicarles el porqué de la estética, del origen y evolución de los lugares. La misma ciudad es un complejo arqueológico, articulado con Kaminaljuyú, y eso se debe poner en evidencia para que los niños y jóvenes visualicen el cambio, la transformación.
Estamos por llegar a la puerta de los 200 años de la Independencia. ¿Cómo abordar hechos como la firma de la emancipación política de España, hace 199 años, el 15 de septiembre de 1821?
Es un hecho importante, pero que se debe analizar. La misma Universidad de San Carlos tiene una comisión del Bicentenario en la que participan varias unidades. El Centro de Estudios para las Culturas de Guatemala participa. Pero esta comisión está encargada no de celebrar, sino de promover la reflexión sobre ese fenómeno histórico, para poder relatarlo, pero con todo y su verdadero entorno, efectos, motivaciones. Sin enaltecer a los llamados próceres como aquellos personajes inalterables, incuestionables.
“Se debe promover la reflexión sobre ese fenómeno histórico, para poder relatarlo, pero con todo y su verdadero entorno e implicaciones”.
Se debe quitar ese velo, pues el proceso surgió para una elite criolla que ha sido incapaz de mantener un proyecto de patria. Esas faltas que vemos son las que hoy repercuten en una Guatemala que en la historia reciente se debate entre pobrezas y necesidades. No hay que celebrar con algarabía, con desfiles, con actos protocolarios sistematizados fomentados incluso en las dictaduras, sino con una visión de mentalidad crítica y constructiva.
Aquella élite que firmó la independencia no fue capaz de incorporar a los pueblos indígenas, y ese es uno de los puntos más controversiales, pues todavía no ha sido posible articular una visión. Es cuestionable hablar de patria y libertad con orden y progreso, pues esto no ha traído desarrollo.
Pero de alguna manera esos próceres y símbolos están muy arraigados, generan sentimientos, valores patrióticos…
Sí, porque esta patria tiene mucho de romanticismo: una corriente cultural que en el siglo XIX fomentó el sentimiento de nacionalidad en términos literarios. Los próceres tuvieron esa carga de subjetividad romántica que se desbordó en obras literarias que aclamaban ese nacionalismo. Sin embargo, ellos mismos no se sentían ni de la Patria Grande —España—, pero tampoco identificados con los sectores populares internos en esa misma lógica superior. Ese romanticismo condujo al fanatismo de lo nacional para tener algo. Ellos estaban prácticamente expatriados.
“Los criollos guatemaltecos eran vistos en aquel momento con desprecio por los grupos de peninsulares, quienes los consideraban como los campiranos confinados a un espacio”.
¿Qué papel tuvo esta situación en la imposibilidad de mantener la Unión Centroamericana?
La independencia fue ajena a mucha gente. Muchos de nuestros bisabuelos no fueron parte de ese escenario antiguo, porque ni se enteraron. Algo así pasó con las élites centroamericanas. A partir de la integración de la Federación, cada élite de cada Estado veía con recelo a las élites de Guatemala, donde se había concentrado el poder político y económico durante la época colonial. Entonces esa práctica se prolongó, esa superioridad se generó y se discutía si el poder se centralizaba o si se aplicaba el modelo federal.
Sin embargo, las élites locales tenían sus propias guerras internas, es decir las discrepancias entre liberales y conservadores seguían en la metrópoli guatemalteca. Pero hasta en eso hay que analizar la dicotomía: ¿hasta dónde los liberales fueron verdaderamente liberales y los conservadores verdaderamente conservadores? Ambos tenían un poco del otro, hasta ejércitos propios, deslealtades, debilidad política, inexperiencia administrativa. Manuel José Arce, primer presidente de la Federación, entra con una bandera de líder liberal, pero le ponen limitaciones. Luego entra Francisco Morazán, hondureño, quien termina fusilado.
¿Cómo sembrar la semilla de la reflexión en la historia?
Fomentando la discusión, el abordaje; fomentando la lectura, la revisión de lo que dice el arte de cada época. Se debe comprender que la historia no tiene un tiempo matemático. Además, hay que abrirse a otros relatos de la historia; por ejemplo, los testimonios de la cosmovisión maya.
Como dice el poeta Morales Santos en el poema, “Madre, nosotros también somos historia”.
Todos construimos la historia a diario, nuestros padres y abuelos la construyeron, pero no todos sus aportes se han registrado o valorado, a pesar de su gran valor para el país.
Investigadora de la historia
- Es originaria de Jutiapa y estudió magisterio en el instituto Belén.
- Su abuelo Víctor Valenzuela Méndez fue alcalde de Jutiapa en 1945. Era un apasionado de la historia y de la cultura griega. De ahí algo de la influencia para el nombre Artemis.
- Estudió la licenciatura en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos, de la cual fue directora desde 2012 hasta este año.
- Actualmente es investigadora del Centro de Estudios de las Culturas de Guatemala, que anteriormente se llamaba Centro de Estudios Folclóricos (Cefol).