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Cómo la guerra de Rusia contra Ucrania está empeorando la hambruna en el mundo
De marzo a noviembre, Ucrania reportó un descenso en la exportación de toneladas métricas de cereales y oleaginosas, en respecto a antes de la guerra.
Salida de humo durante un ataque ruso al puerto de Kherson, en la costa ucraniana del Mar Negro, el 23 de noviembre de 2022. (Foto Prensa Libre: Finbarr O'Reilly/The New York Times)
Los enormes buques que transportan trigo y otros cereales ucranianos están retenidos a lo largo del Bósforo, aquí en Estambul, a la espera de ser inspeccionados antes de dirigirse a puertos de todo el mundo.
El número de buques que navegan por este estrecho, que conecta los puertos del mar Negro con aguas más amplias, cayó en picada cuando Rusia invadió Ucrania hace diez meses e impuso un bloqueo naval. Bajo presión diplomática, Moscú ha empezado a permitir el paso de algunos buques, pero sigue restringiendo la mayoría de los envíos procedentes de Ucrania, que junto con Rusia exportaba una cuarta parte del trigo mundial.
Y en los pocos puertos ucranianos que siguen en operación, los ataques con misiles y aviones no tripulados de Rusia contra la red energética de Ucrania paralizan de manera periódica las terminales granaderas donde el trigo y el maíz se cargan en los barcos.
Una duradera crisis alimentaria mundial se ha convertido en una de las consecuencias de mayor alcance de la guerra de Rusia, pues ha contribuido a la hambruna generalizada, la pobreza y las muertes prematuras.
Estados Unidos y sus aliados se esfuerzan por reducir los daños. Funcionarios estadounidenses están organizando esfuerzos para ayudar a los agricultores ucranianos a sacar alimentos de su país a través de redes ferroviarias y de carreteras que conectan con Europa del Este y en barcazas que remontan el río Danubio.
Sin embargo, a medida que el invierno se adentra en el país y Rusia arremete contra las infraestructuras ucranianas, la crisis se agrava. La escasez de alimentos ya se ha visto agravada por una sequía en el Cuerno de África y por condiciones meteorológicas inusualmente severas en otras partes del mundo.
El Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas calcula que más de 345 millones de personas sufren o corren el riesgo de sufrir inseguridad alimentaria aguda, más del doble que en 2019.
“Nos enfrentamos ahora a una crisis masiva de inseguridad alimentaria”, señaló el mes pasado Antony Blinken, secretario de Estado de EE. UU., en una cumbre con líderes africanos en Washington. “Es producto de muchas cosas, como todos sabemos”, aseguró, “incluyendo la agresión de Rusia contra Ucrania”.
La escasez de alimentos y los altos precios están causando un intenso dolor en África, Asia y América. Las autoridades estadounidenses están especialmente preocupadas por Afganistán y Yemen, asolados por la guerra. Egipto, Líbano y otras grandes naciones importadoras de alimentos están teniendo dificultades para pagar sus deudas y otros gastos porque los costos se han disparado. Incluso en países ricos como EE. UU. y el Reino Unido, el aumento de la inflación, provocado en parte por las perturbaciones de la guerra, ha dejado a los más pobres sin lo suficiente para comer.
“Al atacar a Ucrania, el granero del mundo, Putin está atacando a los pobres del mundo, aumentando el hambre mundial cuando la gente ya está al borde de la hambruna”, señaló Samantha Power, administradora de la Agencia de EE. UU. para el Desarrollo Internacional (Usaid).
Los ucranianos comparan los acontecimientos con el Holodomor, cuando Iósif Stalin provocó una hambruna en la Ucrania soviética hace 90 años que mató a millones de personas.
Blinken anunció el 20 de diciembre que el gobierno estadounidense empezaría a conceder excepciones generales a sus programas de sanciones económicas en todo el mundo para garantizar que la ayuda alimentaria y de otro tipo siguiera fluyendo. La medida pretende garantizar que las empresas y organizaciones no retengan la ayuda por temor a entrar en conflicto con las sanciones estadounidenses.
Funcionarios del Departamento de Estado afirmaron que se trataba del cambio más significativo en la política de sanciones de EE. UU. en años. El Consejo de Seguridad de la ONU adoptó una resolución similar el mes pasado.
Sin embargo, la alteración intencionada del suministro mundial de alimentos por parte de Rusia plantea un problema totalmente distinto.
Moscú ha restringido sus propias exportaciones, lo cual ha aumentado los costos en otros lugares. Y, lo más importante, ha interrumpido la venta de fertilizantes, que son necesarios para los agricultores de todo el mundo. Antes de la guerra, Rusia era el mayor exportador de fertilizantes.
Sus hostilidades en Ucrania también han tenido un efecto importante. De marzo a noviembre, Ucrania exportó en promedio 3,5 millones de toneladas métricas de cereales y oleaginosas al mes, lo que supone un fuerte descenso respecto de los 5 a 7 millones de toneladas métricas mensuales que exportaba antes del inicio de la guerra en febrero, según datos del Ministerio de Política Agraria y Alimentación del país.
Esa cifra sería menor de no ser por un acuerdo alcanzado en julio por las Naciones Unidas, Turquía, Rusia y Ucrania, denominado Iniciativa de Cereales del Mar Negro, en el que Rusia accedió a permitir las exportaciones desde tres puertos marítimos ucranianos.
Rusia sigue bloqueando siete de los trece puertos que utiliza Ucrania. (Ucrania tiene dieciocho puertos, pero cinco están en Crimea, de la que Rusia se apoderó en 2014). Además de los tres del mar Negro, tres del Danubio están en funcionamiento.
El acuerdo inicial era solo por cuatro meses, pero se prorrogó en noviembre por otros cuatro. Cuando Rusia amenazó con abandonarlo en octubre, los precios mundiales de los alimentos subieron entre un cinco y un seis por ciento, explicó Isobel Coleman, administradora adjunta de Usaid.
“Los efectos de esta guerra son muy perturbadores”, afirmó. “Putin está llevando a millones de personas a la pobreza”.
Aunque los aumentos del precio de los alimentos en el último año han sido especialmente acusados en Oriente Medio, el Norte de África y Sudamérica, ninguna región ha sido inmune.
“Hay subidas de precios que van desde el 60 por ciento en EE. UU. hasta el mil 900 por ciento en Sudán”, explicó Sara Menker, directora general de Gro Intelligence, una plataforma de datos sobre clima y agricultura que realiza un seguimiento de los precios de los alimentos.
Antes de la guerra, los precios de los alimentos habían subido a sus niveles más altos en más de una década debido a las interrupciones provocadas por la pandemia en la cadena de suministro y a la sequía generalizada.
EE. UU., Brasil y Argentina, los principales productores de cereales del mundo, han sufrido tres años consecutivos de sequía. El nivel del río Misisipi descendió tanto que las barcazas que transportan el grano estadounidense a los puertos quedaron temporalmente varadas.
El debilitamiento de muchas divisas frente al dólar estadounidense también ha obligado a algunos países a comprar menos alimentos en el mercado internacional que en años anteriores.
“Había muchos problemas estructurales y la guerra empeoró las cosas”, aseguró Menker.
En los últimos seis meses, los precios de los alimentos han retrocedido de los máximos alcanzados en la primavera, según un índice elaborado por las Naciones Unidas. Pero siguen siendo mucho más altos que en años anteriores.
Una incertidumbre para los agricultores este invierno es el aumento del precio de los fertilizantes, uno de sus mayores costos.
Los agricultores han circunvalado el mayor costo aumentando el precio de los productos alimentarios. Y muchos agricultores están utilizando menos fertilizantes en sus campos. El resultado será un menor rendimiento de las cosechas en las próximas temporadas, lo que hará subir los precios de los alimentos.
Según Coleman, las explotaciones de subsistencia, que producen casi un tercio de los alimentos del mundo, son las más afectadas.
En un comunicado emitido al término de su reunión en Bali, Indonesia, en noviembre, los líderes del grupo de los veinte principales países ricos y en desarrollo afirmaron estar profundamente preocupados por los desafíos a la seguridad alimentaria mundial y se comprometieron a apoyar los esfuerzos internacionales para mantener en funcionamiento las cadenas de suministro de alimentos.
“Necesitamos reforzar la cooperación comercial, no debilitarla”, declaró en la cumbre Ngozi Okonjo-Iweala, directora general de la Organización Mundial del Comercio.
El gobierno estadounidense gasta casi US$2 mil millones al año en seguridad alimentaria mundial, y puso en marcha un programa llamado Feed the Future tras la última gran crisis alimentaria, en 2010, que ahora abarca veinte países.
Desde el comienzo de la guerra de Ucrania, EE. UU. ha aportado más de US$11 mil millones para hacer frente a la crisis alimentaria. Eso incluye un programa de 100 millones de dólares llamado AGRI-Ucrania, que ha ayudado a cerca de 13 mil agricultores ucranianos —el 27 por ciento del total— a acceder a financiamiento, tecnología, transporte, semillas, fertilizantes, sacos y unidades móviles de almacenamiento, explicó Coleman.
Los esfuerzos podrían ayudar a reconstruir el país al tiempo que alivian la crisis alimentaria mundial: una quinta parte de la economía ucraniana está en el sector agrícola, y una quinta parte de la mano de obra del país está relacionada con él.
“Es muy importante para la economía ucraniana, y para la supervivencia económica de Ucrania”, concluyó.