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Escasez de trabajadores temporales pone en aprietos a los negocios en EE. UU.
Residentes de otros países rechazan opciones de trabajo estacionales, que significan pagos bajos y esfuerzos físicos muy grandes.
Trabajadores migrantes mexicanos de la cosecha de perejil orgánica en las granjas de Bolsa Familia el 11 de octubre de 2011 en Wellington, Colorado, (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL)
Tyler Holt resumió el problema que enfrenta todos los años su empresa de paisajismo de Utah. “La gente que quiere estar en la fuerza laboral desea estabilidad… si quiere trabajar, lo hace de tiempo completo”, comentó Holt. “A nivel local, simplemente ningún trabajador quiere hacer nada estacional”.
La queja ha resonado no solo entre los paisajistas de Utah, sino también en los parques de diversiones de Wyoming, los restaurantes de Rhode Island, los tramperos de cangrejos de Maryland, los campamentos de Colorado y miles de otros negocios en todo el país que dependen de los trabajadores estacionales del extranjero para realizar trabajos no agrícolas de salarios bajos.
En años recientes, la lucha por estos invitados laborales de temporada ha sido intensa, pues la tasa de desempleo bajó poco a poco y aumentaron las tensiones en torno a la política migratoria. Sin embargo, este año, después de que la pandemia del coronavirus primero detuvo y luego limitó con gravedad el flujo de trabajadores extranjeros a Estados Unidos, la competencia ha sido en especial feroz.
En la primavera, el gobierno del presidente Joe Biden respondió a las súplicas frenéticas de las pequeñas empresas. No renovó una suspensión relacionada con la pandemia del programa J-1, el cual provee visas a corto plazo diseñadas para los estudiantes extranjeros que llegan a Estados Unidos a trabajar y viajar. Poco después, aumentó la cuota de las visas temporales del programa H-2B para trabajadores temporales no agrícolas, las cuales se otorgan mediante una lotería.
No obstante, los negocios desde Maine a California siguen estancados a causa de las restricciones a los viajes, el trabajo pendiente y las demoras en los consulados extranjeros para aprobar a los candidatos.
Holt, el director ejecutivo de Golden Landscaping and Lawn en Orem, pidió 60 trabajadores con visa H-2B, con la esperanza de que el equipo pudiera estar listo para el 1 de abril, cuando empezó la temporada. Fracasó en la lotería inicial, pero tuvo más suerte la segunda vez, cuando el gobierno aumentó un tercio la cuota.
El 9 de julio, Holt se enteró con deleite de que su solicitud había sido aprobada. Sin embargo, ahora, casi a la mitad de su temporada de ocho meses, todavía no llega ningún trabajador.
“Nada”, respondió indignado dos semanas más tarde, cuando se le preguntó si había novedades.
Holt señaló que había aumentado su pago normal de US$14 por hora para atraer a los trabajadores locales: primero US$2, luego US$3, después US$4 y por último US$5. “Le daré un trabajo a quien lo quiera”, mencionó. Los equipos que tiene están trabajando de 60 a 70 horas a la semana para cumplir con la demanda.
Los paisajistas como Holt emplean más trabajadores con visa H-2B que cualquier otra industria: más o menos la mitad del total aprobado. Y su incapacidad de tener una fuerza laboral lista para el inicio de la temporada ha sido costosa.
Ken Doyle, presidente de All States Landscaping en Draper, Utah, comentó que la llegada más reciente de 27 trabajadores extranjeros temporales le había costado entre un 15 y un 20 por ciento de su negocio, alrededor de US$1 millón.
“Vamos muy retrasados”, señaló. “Hemos perdido algunas cuentas muy grandes”.
Doyle reconoció que el trabajo puede producir ampollas y dolor de espalda. “Es un trabajo difícil”, comentó un día en que la temperatura superó los 37 grados. “Hace calor afuera. Cavan hoyos para los rociadores o los árboles, tienden césped y cargan cosas pesadas”.
De acuerdo con el programa de visas H-2B del que dependen Doyle y Holt, la cantidad de trabajadores extranjeros estacionales suele limitarse a 66 mil por año, divididos entre las temporadas de verano e invierno. Los trabajadores veteranos, quienes regresaban año con año, solían quedar fuera del total, pero el Congreso detuvo esa práctica en 2017 cuando el debate migratorio se volvió más acalorado. El año siguiente, el gobierno instituyó un sistema de lotería que inyectó una nueva capa de incertidumbre sobre un proceso de por sí frustrante.
“Es una gran apuesta si quieres un negocio viable”, opinó Doyle.
Unos salarios más altos podrían alentar a más trabajadores nacidos en Estados Unidos a buscar esos trabajos, comentó Muzaffar Chishti, director del Instituto de Política Migratoria en la Escuela de Derecho de la Universidad de Nueva York. Sin embargo, Chishti arguye que en todos los mercados laborales, hay empleos difíciles, desagradables y de bajos sueldos sin oportunidades de crecimiento —como el trabajo agrícola o el empacado de productos cárnicos— que son considerados menos deseables por motivos económicos y culturales.
Algunas de las actitudes en torno a los trabajos están cambiando, en particular en los sectores del servicio, comentó Chishti, pero “todavía no sabemos bien cuál será el impacto de la pandemia”.
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Los trabajadores temporales que son invitados también han quedado enredados en discusiones más amargas y de mayor envergadura en torno a la inmigración. Según Chishti, hay una idea incorrecta y generalizada de que todos los trabajadores extranjeros quieren quedarse en Estados Unidos.
“Muchos trabajadores no quieren necesariamente venir y vivir aquí para siempre”, comentó. “Quieren trabajar de manera legal e ir y venir. Por ejemplo, su vida en México puede ser mejor que la vida en una ciudad estadounidense”.
Mientras tanto, los empleadores están teniendo dificultades. Los pequeños pueblos con centros vacacionales a menudo dependen de los trabajadores estacionales del extranjero porque su población no basta para llenar todas las vacantes que de pronto están disponibles en hoteles, restaurantes, heladerías o pistas de esquí que les dan servicio a hordas de turistas que aparecen y luego desaparecen.
“Simplemente no tenemos suficientes trabajadores locales para sostener la economía como se necesita en el verano”, comentó Jen Hayes, el enlace de Old Orchard Beach, un pequeño pueblo costero de Portland, Maine, con el programa de visado J-1.
En términos históricos, durante los veranos, el pueblo ha tenido entre 650 y 740 trabajadores estudiantes del extranjero —de países como Turquía, Rumania y Rusia—, pero Hayes estimó que hasta finales de julio tan solo había entre 125 y 150. Un evento de bienvenida al inicio del verano que suele estar plagado de actividades atrajo tan solo a un puñado de personas.
La escasez de mano de obra ha obligado a algunos negocios a limitar sus horarios o cerrar un día adicional a la semana.
Los costos exorbitantes de alojamiento en enclaves para vacacionar —ya sea en los Hamptons, en Ketchum, Idaho, o en Provincetown, Massachusetts— reducen todavía más la cartera de trabajadores disponibles, internacionales o domésticos.
En Maine, donde la economía depende en gran medida del turismo y los visitantes de otros estados, los trabajadores con visas J-1 y H-2B por lo general representan entre el 10 y el 14 por ciento de la fuerza laboral de la temporada, comentó Greg Dugal, director de asuntos gubernamentales en HospitalityMaine, una agrupación comercial.
No obstante, este año, el estado tendrá suerte si recibe la mitad de la cantidad usual, mencionó Dugal, quien agregó que muchas de las personas que fueron aprobadas para el verano llegaron más tarde de lo normal debido a demoras en su proceso.
“El asunto sigue siendo que teníamos una escasez de trabajadores antes de la pandemia”, comentó, y “ha empeorado después de la pandemia por la misma razón y muchos otros motivos”.