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Las pruebas en los apartamentos de Nueva York: ¿qué tan contaminante es en realidad la estufa de gas?
Las inquietudes acerca de los efectos que tienen las estufas de gas en la salud y el cambio climático ya han hecho que algunas ciudades y estados traten de eliminar gradualmente las conexiones de gas natural.
Lecturas de la calidad del aire en la cocina de la casa de Tina Johnson, en Harlem, el 21 de mayo de 2023. (Calla Kessler/The New York Times)
Todas las mañanas, cuando millones de estadounidenses encienden la estufa de gas de su cocina para calentar agua o preparar papas fritas, no solo están dispersando el delicioso olor del desayuno que inunda su hogar. Las flamas azules emiten tanto contaminantes dañinos, por ejemplo el dióxido de nitrógeno, como gases que contribuyen al calentamiento del planeta.
Entonces, hace poco, un equipo de científicos de la Universidad de Stanford inició un recorrido para realizar algunas pruebas en los apartamentos neoyorquinos con el fin de conocer mejor el grado de contaminación y la manera en que pasa de una habitación a otra en los lugares que habita la gente. Esto forma parte de un estudio de diez ciudades que ya está demostrando cómo los contaminantes pueden desplazarse con rapidez a las estancias, a las habitaciones y, en ocasiones, muy lejos de las estufas que los generaron.
Las inquietudes acerca de los efectos que tienen las estufas de gas en la salud y el cambio climático ya han hecho que algunas ciudades y estados traten de eliminar gradualmente las conexiones de gas natural en los edificios nuevos, y el gobierno federal también ha procedido a intensificar las normas de eficiencia de las estufas de gas. Pero este tema se ha vuelto polarizante. En Washington, la semana pasada los republicanos convocaron a una audiencia del Comité de Supervisión de la Cámara para “analizar la agresión reglamentaria del gobierno de Biden a las estufas de gas de los estadounidenses”.
En una fresca mañana de domingo, los investigadores de Stanford hicieron su primera escala en la ciudad de Nueva York: un proyecto de viviendas públicas en Morningside Heights en el alto Manhattan. Su primer desafío era transportar al piso 18 un equipo de 136 kilos. “Espero que haya ascensor”, comentó con recelo Rob Jackson, profesor de la Escuela Doerr de Sustentabilidad de la Universidad de Stanford y director del equipo. (Sí lo había).
El apartamento de tres habitaciones que estaban visitando —la casa de Tina Johnson, madre de tres hijos adultos— da a las vías del tren elevado y tiene una cocina-comedor repleta del olor a las hierbas y especias que ella utiliza para preparar su comida preferida: ratatouille estilo estadounidense. Johnson acababa de cocinar un desayuno de huevos fritos y papas.
“Me alegra que estén aquí”, les dijo a los investigadores. Acaban de instalar una estufa nueva en su unidad, pero sigue “sin soportar el olor” del gas que sale de ella, afirmó. Johnson comentó que se había ofrecido como voluntaria para participar en el estudio a través de un grupo de la localidad contra el cambio climático porque ella y sus hijos tienen asma y otros problemas de salud; estaba ansiosa por saber cómo afectaba su estufa al aire que respiraban.
Mangueras a la altura de la nariz
Los investigadores se pusieron a trabajar encendiendo instrumentos de análisis y colocando mangueras más o menos a la altura de la nariz, para extraer muestras de gas. Después de tomar las lecturas de base, llegó el momento de abrir el gas, un solo quemador pequeño al máximo.
La máquina detectó el cambio de inmediato: un aumento en la concentración de dióxido de nitrógeno, el cual, entre otros efectos negativos para la salud, puede irritar el aparato respiratorio, agravar los síntomas de enfermedades respiratorias y propiciar al asma. La concentración aumentó a 500 partes por cada mil millones, cinco veces más de la referencia de seguridad para la exposición durante una hora establecida por la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por su sigla en inglés). (También se triplicó la concentración de benceno, una sustancia que produce cáncer en los seres humanos y que se encuentra en el humo del cigarrillo y las emisiones de los automóviles).
Hicieron esto con la puerta de la cocina sellada y la ventana también cerrada. La cocina de Johnson no cuenta con campana extractora, la cual podría ayudar con la ventilación.
Al abrir la entrada a la cocina y la ventana, como según Johnson casi siempre lo hacía mientras cocinaba, los niveles de dióxido de nitrógeno disminuyeron a cerca de 200 partes por cada mil millones. Pero eso también implicaba que los vapores de la estufa ahora estaban filtrándose al resto del apartamento.
En una de las habitaciones, las concentraciones de dióxido de nitrógeno llegaron a cerca de 70 partes por cada mil millones, de por debajo del límite de la EPA, pero muy por encima de las normas de la Organización Mundial de la Salud relacionadas con la exposición crónica.
Cada vez ha habido más pruebas de los riesgos para la salud que representan las estufas de gas. Un artículo publicado a fines del año pasado reveló que las estufas de gas pueden estar vinculadas a casi el trece por ciento de los casos de asma infantil en Estados Unidos. Investigaciones anteriores demuestran que las estufas de gas también han provocado síntomas de asma más agudizados.
Hay ciertas medidas sencillas que la gente puede tomar para reducir el peligro, como abrir las ventanas y comprar un purificador de aire.
‘El escenario de una fiesta’
Al día siguiente, el equipo regresó a hacer pruebas en otro sitio, esta vez en un apartamento de Airbnb en la zona central de Harlem. Su objetivo era recrear el “escenario de una fiesta o cena familiar”, señaló Yannai Kashtan, candidato a doctorado en ciencias de la Tierra e integrante del equipo de investigadores.
A fin de reducir su propia exposición, los miembros del equipo acamparon en un balcón, con vista panorámica al alto Manhattan, aguantaban la respiración y entraban y salían corriendo para verificar los niveles.
Durante unos 40 minutos, los niveles de dióxido de nitrógeno llegaron a 200 partes por cada mil millones en la estancia, 300 partes en la habitación y 400 partes en la cocina, o al doble, triple y cuádruple de los límites establecidos por la EPA para una hora de exposición. Las concentraciones de benceno también se triplicaron después de que encendieron la estufa.
Esta estufa tenía campana. “Pero sientan esto”, dijo Kashtan con la mano en una corriente de aire caliente que estaba saliendo de la orilla de la campana en vez de descargar hacia afuera. Eso significaba que la campana “no implica mayor diferencia” para el aire viciado, explicó.
En total, el equipo llevó a cabo pruebas de todo un día en ocho apartamentos de la ciudad de Nueva York, entre ellos un hogar en Brooklyn donde los investigadores se desconcertaron por una particularidad de Nueva York: las ventanas estaban selladas con plástico. Esto servía para aislar, comentó Nina Domingo, quien comparte con dos compañeras la unidad de la planta baja. Pero esto también implicaba que había poca ventilación, lo cual era preocupante debido a que la cocina tampoco tenía una campana que descargara hacia el exterior.
En el área inmediata de la cocina, las concentraciones de dióxido de nitrógeno pronto aumentaron a casi 2,5 veces el límite de la EPA.
Los resultados del equipo aún son preliminares, pero coinciden con los de un conjunto de investigaciones científicas que han vinculado las emisiones de las estufas de gas con la contaminación nociva que afecta tanto el cambio climático como la salud pública. Investigaciones previas también han revelado que cuando la estufa está apagada, las emisiones siguen liberándose debido a que las estufas pueden filtrar gas natural, que en su mayor parte es metano, un potente gas de efecto invernadero.
Es posible que vaya a verse un cambio.
Más del 60 por ciento de los hogares estadounidenses ya usan la electricidad para cocinar, y el gobierno de Biden ha propuesto ampliar las normas de la eficiencia de las estufas de gas para obtener un ahorro de energía aproximado de 100 millones de dólares para la gente además de los beneficios a la salud y al medioambiente. Varias ciudades, principalmente en los estados demócratas, han aprobado o estudiado prohibir conexiones nuevas de gas, lo que, de hecho, requeriría que en las construcciones nuevas hubiera instalaciones eléctricas para la calefacción y para cocinar, aunque algunos de los estados republicanos han decidido impedir dichas prohibiciones.