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Nueva teoría propone que antiguos parientes humanos enterraban a sus muertos en cuevas
Los Homo naledi enterraban a sus muertos en tumbas, encendían fogatas para iluminar su camino por la cueva y marcaban las tumbas con grabados en las paredes, revela estudio.
Grabados en las paredes de la cueva Rising Star en Sudáfrica. Los investigadores aseguran que las marcas las creó un grupo de parientes del ser humano con cerebro pequeño, el Homo naledi, hace más de 240.000 años. (Berger et al., 2023 vía The New York Times).
En 2015, los científicos informaron de un descubrimiento asombroso en las profundidades de una cueva sudafricana: más de 1500 fósiles de una antigua especie de homínido que nunca se había visto.
Las criaturas, pertenecientes a los Homo naledi, eran bajitas, con brazos largos, dedos curvados y un cerebro de un tercio del tamaño del de un humano moderno. Vivieron en la época en la que los primeros humanos se desplazaban por África.
Ahora, tras años de analizar las superficies y sedimentos de la elaborada cueva subterránea, el mismo equipo de científicos hace otro anuncio sorprendente: los Homo naledi (a pesar de tener un cerebro diminuto) enterraban a sus muertos en tumbas. Encendían fogatas para iluminar su camino por la cueva y marcaban las tumbas con grabados en las paredes.
Lee Berger, paleoantropólogo de la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo, y director del proyecto, afirmó que el descubrimiento de que un homínido de cerebro pequeño hiciera cosas tan humanas tenía un gran significado. Berger sugiere que los cerebros grandes no son esenciales para el pensamiento sofisticado, como la creación de símbolos, la cooperación en expediciones peligrosas o incluso el reconocimiento de la muerte.
“Este es ese momento de ‘Viaje a las estrellas’”, comentó. “Sales, te encuentras con una especie, no es humana, pero es igual de compleja que los humanos. ¿Qué es lo que haces? En ese momento nos encontramos, ahora mismo”.
No obstante, varios expertos en grabados y entierros antiguos dijeron que las pruebas aún no respaldaban estas conclusiones extraordinarias sobre el Homo naledi. Señalaron que las pruebas halladas hasta ahora en las cuevas podrían tener otra serie de explicaciones. Por ejemplo, es probable que los esqueletos hayan sido abandonados en el suelo de la cueva, y tal vez el carbón y los grabados encontrados en la cueva habían sido dejados por humanos modernos que entraron mucho después de que el Homo naledi se extinguió.
“Parece que el relato es más importante que los hechos”, aseveró Maxime Aubert, arqueólogo de la Universidad Griffith de Australia.
Berger tenía previsto exponer sus hallazgos en una reunión científica el lunes y la revista eLife publicará tres artículos en los que se detallan las pruebas. Según un portavoz de la revista, en estos momentos los estudios se encuentran en fase de revisión por pares y se publicarán cuando hayan concluido.
En 2013, dos espeleólogos sudafricanos que exploraban la cueva Rising Star descubrieron los restos del Homo naledi. Berger organizó una expedición al complejo sistema de cámaras y túneles, que se extiende por kilómetros bajo tierra.
“Cuando estás ahí adentro, es como si estuvieras en otro planeta”, afirmó Tebogo Makhubela, geólogo de la Universidad de Johannesburgo que se unió al equipo en 2014.
Los investigadores hallaron una gran cantidad de huesos, pero para llegar hasta ellos fue necesario practicar espeleología de riesgo. Algunos pasadizos eran tan estrechos que solo podían pasar los miembros más pequeños del equipo.
En total, los investigadores han encontrado huesos de al menos 27 individuos. A Berger y sus colegas les parecía improbable que simplemente hubieran sido arrastrados por la corriente hasta las profundidades de la cueva.
En su informe de 2015, los investigadores sugirieron que el Homo naledi llevó los cuerpos allí a propósito, pero los dejó en el suelo de la cueva en lugar de enterrarlos, un acto que los arqueólogos llaman “depósito funerario”. No dejaba de ser una afirmación desafiante, dado lo primitivo que se veía el Homo naledi. Berger y sus colegas sostenían que la especie pertenecía a un linaje que se separó de nuestros antepasados hace más de 2 millones de años. Mientras que nuestro linaje creció y desarrolló un cerebro grande, el suyo no.
Al principio, los científicos pensaron que los fósiles estaban diseminados de manera uniforme por el suelo de la cámara, pero al excavar más sedimentos en 2018, observaron que dos esqueletos bastante completos descansaban dentro de depresiones ovaladas.
Y no parecía que los esqueletos hubieran formado las depresiones al hundirse en el sedimento. Por ejemplo, había una capa anaranjada de lodo que rodeaba los óvalos, pero esta no se encontraba adentro. A lo largo de los bordes, la excavación tenía un aspecto prolijo.
Este hallazgo, así como otras líneas de evidencia, han llevado a Makhubela y sus colegas a concluir ahora que los restos habían sido enterrados. “Al parecer, todas detallan la misma historia”, dijo.
Hasta ahora, solo se sabía que los humanos enterraban a sus muertos y la tumba humana más antigua que se conoce data de hace 78.000 años. El Homo naledi vivió mucho antes. Makhubela señaló que sus fósiles tenían al menos 240.000 años y podrían tener hasta 500.000 años.
Los científicos también encontraron trozos de carbón, huesos quemados de tortugas y conejos, y hollín en las paredes de la cueva, cerca de los fósiles. Por eso, sugirieron que los Homo naledi utilizaban carbones encendidos para alumbrarse dentro de las cuevas y llevaban madera u otro combustible para hacer fuego. Quizá hayan cocinado los animales para comerlos o tal vez lo hayan hecho a manera de ritual.
Cuando estos nuevos descubrimientos salieron a la luz, Berger decidió que tenía que echar un vistazo por sí mismo a una de las cámaras, conocida como Dinaledi, que contenía una supuesta tumba. Tuvo que perder 25 kilos para poder atravesar el pasadizo. En julio, estaba listo para el viaje.
Berger entró solo y examinó los fósiles. Al salir, pasó junto a un pilar. En uno de sus lados, observó un conjunto de surcos similares a símbolos de numeral grabados en la superficie dura.
Salir era más difícil que entrar. “Estuve a punto de morir”, explicó Berger, pero logró escapar con un desgarre en el manguito rotador. Dos miembros del equipo, Agustín Fuentes, de la Universidad de Princeton, y John Hawks, de la Universidad de Wisconsin, lo esperaban en la cámara contigua. Berger les enseñó las fotografías que había tomado de los surcos.
Los dos científicos sacaron sus teléfonos de inmediato y mostraron la misma imagen: un grabado realizado por neandertales en una cueva de Gibraltar. Era sorprendentemente similar a lo que Berger acababa de ver.
Con base en el creciente número de fósiles que los científicos están encontrando en Rising Star, señaló Fuentes, parece como si el Homo naledi pudiera haber visitado la cueva durante quizás cientos de generaciones, avanzando juntos hacia las oscuras profundidades para enterrar a sus muertos y marcar el lugar con arte.
Este tipo de práctica cultural, argumentó Fuentes, habría exigido algún tipo de lenguaje. “No se puede hacer eso sin algún tipo de comunicación compleja”, dijo.
“Soy muy optimista en cuanto a la existencia de los entierros, pero aún no hay un consenso al respecto, no está claro”, afirmó Michael Petraglia, director del Centro Australiano de Investigación sobre la Evolución Humana. Petraglia quería ver análisis más detallados de los sedimentos y otros tipos de pruebas antes de juzgar si los óvalos eran entierros. “El problema es que se adelantaron a la ciencia”, aseguró.
Por su parte, Paul Pettitt, arqueólogo de la Universidad de Durham, Reino Unido, afirmó que era posible que el Homo naledi no hubiera traído los cadáveres, ni para depositarlos ni para enterrarlos. Es probable que los cuerpos hubieran sido arrastrados por la corriente. “No estoy convencido de que el equipo haya demostrado que se tratara de un entierro deliberado”, afirmó.
En cuanto a los grabados y las fogatas, los expertos afirmaron que no estaba claro que el Homo naledi fuera el responsable de ellos. Era posible que fueran obra de humanos modernos que llegaron a la cueva miles de años después. “Todo esto es, como mínimo, poco convincente”, dijo João Zilhão, arqueólogo de la Universidad de Barcelona.
Una manera de comprobar estas posibilidades sería recoger muestras de los grabados, del carbón y el hollín para calcular su antigüedad.
Si un homínido como el Homo naledi podía hacer grabados y cavar tumbas, significaría que el tamaño del cerebro no era esencial para el pensamiento complejo, afirmó Dietrich Stout, un neurocientífico de la Universidad de Emory que no participó en los estudios.
“Creo que la pregunta interesante de cara al futuro es para qué se necesita exactamente un cerebro grande”, dijo Stout.