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Opinión: Los rusos debemos aceptar la verdad: fracasamos
Quiero creer que hicimos todo lo posible para frenar a Putin, pero no es cierto. Protestamos, nos organizamos, ejercimos presión, difundimos información, pero no logramos evitar la guerra.
Oficiales de policía detienen a un partidario de Alexei Navalny durante una protesta en apoyo a él en Moscú, el 31 de enero de 2021. (Sergey Ponomarev/The New York Times)
“Despierta, Sonya, la guerra ha comenzado”. Esas fueron las primeras palabras que le dije a mi novia la mañana del 24 de febrero (noche del 23 de febrero en Guatemala), mientras misiles rusos caían sobre Ucrania. Las palabras que jamás pensé que tendría que decir.
Nadie en Moscú creía que pudiera haber una guerra, aunque ahora está dolorosamente claro que el Kremlin llevaba años preparándola. Nosotros, los millones de rusos que nos oponíamos en público o en secreto al régimen del presidente Vladimir Putin, ¿fuimos solo testigos silenciosos de lo que estaba ocurriendo? Peor aún, ¿lo avalamos?
La respuesta es no. En 2011, cuando se anunció que Putin volvería al Kremlin como presidente, decenas de miles de personas salieron a las calles a manifestarse. En 2014, cuando Rusia anexionó Crimea y fomentó la guerra en el Donbás, organizamos enormes mítines antibélicos. Y en 2021, volvimos a salir a las calles de todo el país cuando el principal opositor ruso, Alexéi Navalny, fue detenido tras su regreso a Moscú.
Quiero creer que hicimos todo lo posible para frenar a Putin, pero no es cierto. Aunque protestamos, nos organizamos, ejercimos presión, difundimos información y llevamos vidas honestas a la sombra de un régimen corrupto, debemos aceptar la verdad: fracasamos. No logramos evitar una catástrofe y no conseguimos cambiar el país para bien. Ahora debemos cargar con ese fracaso.
Los rusos que se oponen a la guerra se encuentran en una situación terrible. No es solo que no hayamos podido detener esta guerra absurda e ilegal, sino que ni siquiera podemos protestar contra ella. Una ley aprobada el 4 de marzo castiga la expresión del sentimiento antibélico en Rusia hasta con 15 años de prisión. (Ya han sido detenidas unas 15.000 personas por acciones contra la guerra desde que comenzó la invasión). Ante un futuro intolerable, miles de personas han huido del país. Los que se quedaron han perdido gran parte de la libertad que les quedaba. Después de que Mastercard y Visa suspendieron sus operaciones en Rusia, muchos ni siquiera pueden pagar un servicio de VPN para tener acceso a medios de comunicación independientes.
Es como si fuéramos vistos como criminales no solo por nuestro propio Estado, sino también por el resto del mundo. Sin embargo, no somos criminales. Nosotros no empezamos esta guerra, y no votamos por las personas que lo hicieron. No trabajamos para el Estado que ahora bombardea ciudades ucranianas. Una y otra vez, alzamos nuestras voces contra las políticas del gobierno, incluso cuando era cada vez más peligroso hacerlo.
No fue fácil. A lo largo de la última década, una serie de leyes represoras sofocaron las manifestaciones públicas, diezmaron la prensa libre, censuraron internet y suprimieron la libertad de expresión. Se bloquearon los medios de comunicación independientes, se etiquetó a los periodistas como “agentes extranjeros” y se cerraron las organizaciones de derechos humanos. Miles de personas fueron detenidas y golpeadas. Destacados críticos se vieron obligados a exiliarse o fueron asesinados. Navalny fue encarcelado y podría permanecer en prisión durante muchos años. Pagamos por nuestra rebeldía.
Aun así, nos corresponde a nosotros iniciar la conversación sobre lo que ha sucedido. La invasión de Ucrania marca el fin, de manera definitiva, de la era de la posguerra para Rusia. Durante los 77 años transcurridos desde la Segunda Guerra Mundial, Rusia fue considerada —independientemente de otras percepciones— como el país que ayudó a salvar a la humanidad del mayor mal que el mundo ha conocido. Rusia fue el país heroico que derrotó al fascismo, aunque esa victoria diera entrada a 45 años de comunismo en media Europa. Ya no es así. Rusia ahora es la nación que desató un nuevo mal y, a diferencia del anterior, está escudado con armas nucleares.
La responsabilidad principal por este mal recae directamente en Putin y su séquito. Sin embargo, para aquellos que se opusieron al régimen, de maneras grandes y pequeñas, la responsabilidad también es nuestra. ¿Cómo ocurrió? ¿Qué hicimos mal? ¿Cómo podemos evitar que se repita? Esas son las preguntas a las que nos enfrentamos. No importa dónde estemos —en Moscú, Tiflis, Ereván, Riga, Estambul, Tel Aviv o Nueva York— y no importa lo que hagamos.
La responsabilidad es la clave. Había muchas cosas buenas en el país en el que crecí, el que dejó de existir hace dos semanas. No obstante, nos faltaba la responsabilidad. Rusia es una sociedad muy individualista en la que, citando al historiador cultural Andrei Zorin, la gente vive con la mentalidad de “déjame en paz”. Nos gusta aislarnos unos de otros, del Estado, del mundo. Eso nos permitió a muchos tener vidas animadas, optimistas y llenas de energía, con el sombrío telón de fondo de las detenciones y la prisión. Pero en el proceso, nos volvimos insulares y perdimos de vista los intereses de todos los demás.
Ahora debemos dejar de lado nuestras preocupaciones individuales y aceptar nuestra responsabilidad común en la guerra. Ante todo, ese acto es una necesidad moral. Pero también podría ser el primer paso hacia una nueva nación rusa: un país que pueda hablar con el mundo en un lenguaje distinto al de las guerras y las amenazas, un territorio que no provoque miedo en los demás. La creación de esa Rusia es hacia donde nosotros, marginados, exiliados y perseguidos, debemos dirigir nuestros esfuerzos.
Mediazona, un sitio web independiente que cubre los procesos penales y el sistema penitenciario, tiene un eslogan perturbador: “Se pondrá peor”. Durante la última década, esa ha sido una predicción sombríamente acertada. Mientras Rusia bombardea Ucrania, es difícil imaginar que las cosas no puedan ser sino atroces. Sin embargo, debemos hacerlo.