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Pasó de ser el ‘tío Xi’ al gobernante enaltecido: el dirigente chino personifica su era autoritaria
Los funcionarios chinos alaban sus discursos como si fueran textos sagrados y le profesan lealtad con un fervor que llega a ser similar al de la era de Mao Zedong. Si alguien se burla en privado de Xi, puede terminar en la cárcel.
El presidente de China, Xi Jinping, aparece en una pantalla durante la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, en Pekín, el domingo 20 de febrero de 2022. (Hiroko Masuike/The New York Times)
En sus primeros años como dirigente de China, Xi Jinping pagaba sus propias albóndigas al vapor en algún restaurante barato, se enrollaba de manera informal los pantalones para que la lluvia no se los salpicara y le tocaban empalagosas melodías populares. Sus creadores de imagen lo retrataban como “Xi Dada”, el afable, pero firme “tío Xi” del pueblo.
Qué infinitamente diferente es ahora. Una década después, Xi domina el país como un adusto monarca comunista, pensando en las ancestrales dinastías derrotadas de China y decidido a lograr su ascenso permanente en un mundo frenético. Sus reuniones públicas son despliegues reglamentados de elogios.
Un congreso del Partido Comunista que se inauguró el pasado domingo se perfila para ser el momento imperial de Xi al fortalecer y ampliar su mandato al mismo tiempo que incrementa los riesgos a largo plazo procedentes de su excepcional supremacía. Parece que está seguro de ganar un tercer mandato como secretario general del partido en la reunión de Pekín y acabar con las expectativas recientes de que los dirigentes chinos gobernarían durante más o menos una década.
“La certeza de que su poder está más allá del desafío solo se dará, en realidad, en acuerdos del más alto nivel, pero aparte de eso, nos enfrentamos a muchísimas dudas”, dijo en una entrevista Wu Quang, analista político de Pekín.
La evolución de la imagen pública de Xi ha igualado la trasformación que ha hecho de China un Estado orgullosamente autoritario, que desecha las críticas de Washington, que está cada vez más seguro de que la democracia de Occidente ha perdido su atractivo y está impaciente por tener mayor poder de decisión en la configuración del orden mundial del siglo XXI.
El congreso del partido será el escenario para que Xi demuestre que sigue sin dejarse intimidar a pesar de la reciente afectación económica, de los brotes de covid-19 y de una creciente enemistad con Estados Unidos, el cual ha catalogado a China como una amenaza para la seguridad nacional. Es probable que les diga a los 2296 delegados del congreso que su gobierno ha salvado muchas vidas gracias a su estricta política “cero covid”, que ha encaminado la economía por la vía de un desarrollo más sano, justo y eficiente, que ha llevado a China a una posición más alta a nivel internacional, y que avanzado mucho en la modernización del ejército.
“Quiere demostrar que está decidido a hacer grandes cosas”, señaló Neil Thomas, analista en política china de Eurasia Group. “Considera que su papel en la historia es romper el ciclo histórico de ascenso y caída de las dinastías para que el Partido Comunista permanezca en el poder casi eternamente”.
Xi, de 69 años, se presenta como el guardián tradicional del destino de China. Menciona la caída de los ancestrales imperios de China y está decidido a garantizar que esta no vuelva a ser presa de una descomposición política, de sublevaciones ni de agresiones externas. Menciona las recomendaciones a los emperadores de asegurar la obediencia, así “como el dedo le obedece al brazo”.
Le ha dado por usar un imponente lema chino, guo zhi da zhe, que suena ancestral y que más o menos habla de “la buena causa de la nación”. Parece como si hubiera sido transmitido por algún filósofo; de hecho, Xi o sus asesores lo acuñaron en 2020.
Xi ya está viendo mucho más allá de los próximos cinco años e intentando construir una edificación perdurable de poder y política. Está dándole forma a su propia creencia y formando cohortes de protegidos, tecnócratas y comandantes militares más jóvenes que puedan llevar su influencia hacia las décadas venideras. Consolidar su posición central era de “gran importancia” para el ascenso de China, señaló un grupo de altos funcionarios que se preparan para el congreso.
“Xi Jinping quiere demostrar que no es solo un dirigente del partido, sino también casi un profeta espiritual para China, un audaz estadista visionario”, comentó Feng Chongyi, profesor adjunto en la Universidad Tecnológica de Sídney que estudia la historia política reciente de China.
Al estar rodeado de funcionarios respetuosos, es posible que Xi sea más propenso a extralimitaciones arrogantes. Tal vez las preguntas sin respuesta de cuánto tiempo seguirá en el poder y cuándo nombrará a su sucesor inquieten a los funcionarios, a los inversionistas y a otros gobiernos. La mayoría de los expertos creen que, por temor a disminuir su autoridad, no designará ningún heredero en este congreso.
Si el crecimiento de China sigue tambaleando, quizás Xi sea menos generoso con sus grandes programas tecnológicos y proyectos destacados como Xiong’an, una ciudad sin terminar de cuidados bulevares y edificios de oficinas afuera de Pekín cuyo diseño ejemplifica su idea de una sociedad ordenada y avanzada. Esto también se sumará a las tensiones de su programa económico, el cual ha dado prioridad a los intereses del Estado, a decepción de los inversionistas privados.
“Todavía no estamos en una época en que la economía y la sociedad lo obedecen íntegramente” comentó Wu. “Los conflictos entre la política y la economía en los próximos cinco años serán más graves que en la década anterior”.
Un día después de que nombraron a Xi el líder del partido en noviembre de 2012, docenas de profesores, abogados y funcionarios jubilados se reunieron en un hotel de Pekín y exhortaron al nuevo gobierno de China a adoptar la liberalización política como un remedio para la corrupción y el abuso. “La democracia, el Estado de derecho, los derechos humanos y el gobierno constitucional son la irrefrenable marejada global”, decía su petición.
Tras décadas de subir en la jerarquía administrativa en zonas costeras comerciales en ruinas, Xi asumió el poder en medio de expectativas generalizadas de que sería un pragmático dispuesto a tolerar esas peticiones, si no es que a pronunciarse sobre ellas. Muchas personas mencionaron la posible influencia de su padre, un funcionario que se desempeñó bajo las órdenes de Deng Xiaoping cuando, en la década de 1980, el país estaba abriéndose y aventurándose a las reformas de mercado.
Después de diez años, se ha depurado el grupo de Pekín que organizó la reunión de 2012. Ya han fallecido muchos funcionarios de mayor edad que firmaron la petición; un empresario que puso su nombre fue encarcelado; otros asistentes se han retirado en silencio o aceptado la agenda de Xi.
Según la visión del mundo de Xi, el partido es el custodio de la jerarquía y disciplina tradicionales chinas, contrapuestas al mal funcionamiento de las democracias. Xi sostiene que el poder centralizado del partido puede llevar a China a lograr hazañas que van más allá del alcance de los países de Occidente, como reducir la pobreza en las zonas rurales, tener acceso a nuevas tecnologías o frenar de manera eficiente la propagación del COVID-19, o eso pareció durante algún tiempo.
“La superioridad de nuestro sistema político y de gobernabilidad es incluso muchísimo más clara en la respuesta a la pandemia del COVID y la victoria en el combate a la pobreza”, señaló Xi en marzo. “El contraste entre el orden chino y el caos de Occidente se ha vuelto todavía más nítido”.
Varios meses después, cuando Xi convocó a cientos de funcionarios a escuchar los planes para el congreso, el ánimo del pueblo chino había cambiado de modo significativo.
Las estrictas medidas del gobierno contra los incesantes brotes han provocado una frustración cada vez mayor. La economía de China se ha visto envuelta en una penosa desaceleración ocasionada por las restricciones de la pandemia y por las medidas para controlar a las grandes empresas de tecnología y los desarrolladores con un gran endeudamiento. Además, el presidente ruso, Vladimir Putin, un líder autoritario como Xi, ha estado inmerso en la tambaleante invasión a Ucrania, lo cual ha obligado a Pekín a realizar malabares diplomáticos.
Xi casi nunca especifica el nombre de Estados Unidos, pero sus advertencias son bastante claras. Parece que las desavenencias con los gobiernos de Trump y Biden por las ventas de tecnología, los derechos humanos y Taiwán han acentuado su desconfianza en las intenciones de Occidente.
Es probable que la nueva estrategia de seguridad nacional del presidente Joe Biden aumente la cautela de Pekín. En ella, Biden llamó a China “el único país que tiene tanto la intención de reconfigurar el orden internacional como, cada vez más, el poder económico, diplomático, militar y tecnológico para alcanzar ese objetivo”.
Xi ha dicho con anterioridad que “el tiempo y el ímpetu están del lado de China” y llamó a Estados Unidos “la mayor fuente de caos en el mundo actual”.
Conforme se ha aproximado el congreso, los altos funcionarios chinos han llenado a Xi, el líder “esencial”, de promesas de lealtad absoluta. “Abracemos la esencia con un corazón sincero”, dijo uno de ellos. “En cada momento y en cada circunstancia, confiemos en la esencia, seamos leal a ella y defendámosla”, dijo otro.
El presidente de China, Xi Jinping, aparece en una pantalla durante la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022, en Pekín, el domingo 20 de febrero de 2022. (Hiroko Masuike/The New York Times)
Sun Dawu en uno de sus almacenes de Baoding, China, el 16 de abril de 2019. (Na Zhou/The New York Times)