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Por qué superé mis dudas con la vacuna
La inmunidad contra el covid-19 ayudará a que haya menos muertes y que la convivencia regrese pronto.
Entre más personas se vuelvan inmunes al virus, menos podrá este flagelo mutar y evadir las vacunas disponibles y las versiones actualizadas de las vacunas que los científicos están esforzándose por producir en la actualidad. (Foto Prensa Libre: Gracia Lam/The New York Times)
Si me hubieran encuestado el otoño pasado, habría quedado registrada como una escéptica de la vacuna contra el COVID-19. A todo el que me preguntó le dije que iba a esperar al menos 6 meses después de que se aprobara una vacuna, momento para el cual esperaba que supiéramos más sobre el grado y tal vez la duración de su efectividad y sus posibles efectos secundarios, en especial en los adultos mayores.
No fui en absoluto la única a la que le preocupaba que la influencia política pudiera traer como resultado una aprobación prematura de una vacuna, antes de que su seguridad estuviera bien establecida.
Esa duda se disipó rápidamente tras escuchar los informes de los directores de la Administración de Alimentos y Medicamentos y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por su sigla en inglés), además de varios expertos en vacunas que conozco y en los que confío. Todos le dieron un efusivo sello de aprobación tanto a la vacuna de Pfizer como a la de Moderna.
Así que, a mediados de enero, cuando el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, anunció que los residentes de 75 años en adelante ya podían tener acceso a la vacuna, busqué un enlace digital para programar una cita 5 días después.
En el centro de vacunación masiva al que asistí en Brooklyn, todas las personas que me encontré se veían alegres, pacientes y reconfortantes, incluyendo a la joven mujer que me registró y que no pudo encontrarme en su listado de citas de las 3 p. m.
“No se preocupe”, me dijo de forma tranquilizadora, “usted va a recibir la vacuna”.
En la siguiente ventanilla, un hombre joven de Nigeria verificó mi identificación y mi tarjeta de Medicare y entendió lo que había sucedido. Resulta que sin darme cuenta había reservado una cita a las 3 a. m., pues no me había dado cuenta de que el centro estaba abierto las 24 horas de los 7 días de la semana. Tras otro “No se preocupe”, pasé a ser vista por un joven especialista de Florida, quien me inyectó la vacuna de Moderna en el brazo izquierdo, sin dolor.
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Luego procedí a sentarme en una carpa de espera durante 15 minutos para asegurarme de que no tendría reacciones graves. Al día siguiente, recibí un mensaje de texto: “Hola, Jane, es hora de tu chequeo diario v-safe” junto al enlace a un sitio web de los CDC con las preguntas: “¿Cómo te sientes hoy?” (Bien, Regular, Mal); “¿Has tenido fiebre o has sentido febrícula hoy?” (Sí, No); seguido de una verificación de síntomas, primero en el lugar de la inyección para ver si había dolor, enrojecimiento, inflamación o comezón y luego en general, para escalofríos, dolor de cabeza, dolores en las articulaciones, dolores musculares o corporales, fatiga o cansancio, náusea, vómito, diarrea, dolor abdominal, erupción en la piel o cualquier otro síntoma que quisiera reportar.
Por último, me hicieron varias preguntas generales del impacto en la salud relativas a mi capacidad para trabajar y realizar mis actividades cotidianas diarias y si necesitaba consultar a un profesional médico. Recibí el mismo mensaje de texto a la misma hora todos los días durante más de una semana y también me proporcionaron un enlace por si quería enviar un informe al Sistema de Notificación de Eventos Adversos a las Vacunas.
La segunda dosis, administrada 34 días después, estuvo aún más tranquila. Para entonces ya había conversado con muchas personas de distintas edades que habían recibido ambas inyecciones. Solo dos reportaron haber tenido reacciones adversas —fiebre, náusea, fatiga extrema— que duraron uno o dos días. Me preparé para lo peor, pero nunca sucedió. El brazo, hombro y cuello me dolieron un poco la primera noche, pero la mayor parte del dolor desapareció a la mañana siguiente. Aunque mi hijo estaba presente en caso de que no pudiera sacar a pasear a mi perro, su ayuda no fue necesaria. Incluso pude nadar un poco esa tarde.
Sin embargo, te aseguro que incluso si hubiera tenido una mala reacción a la vacuna lo habría asumido como un pequeño precio a pagar por estar protegida contra una enfermedad bastante devastadora y muy a menudo mortal como el COVID-19. Continuaré pidiéndole a todas las personas que me encuentro que hagan todo lo posible para vacunarse contra el COVID-19, en especial ahora que están comenzando a aparecer y a propagarse variantes posiblemente más potentes.
Entre más personas se vuelvan inmunes al virus, menos podrá este flagelo mutar y evadir las vacunas disponibles y las versiones actualizadas de las vacunas que los científicos están esforzándose por producir en la actualidad.
Algunas personas, al escuchar que las personas vacunadas aún pueden propagar la infección y deben continuar utilizando cubrebocas y practicando el distanciamiento social —cosa que sin duda seguiré haciendo incluso tras haber sido inmunizada por completo— se preguntan si vale la pena vacunarse. Sí. Vale la pena. Absolutamente.
Si bien existe la posibilidad de que una persona inmunizada pueda infectar a otras, la evidencia existente sugiere que el riesgo es muy pequeño. Mucho más importante son los datos irrefutables de que las vacunas están salvando vidas. Las vacunas casi eliminan por completo el riesgo de enfermedad grave, hospitalización y muerte por el virus. De las 32.000 personas que obtuvieron la vacuna en los ensayos de Pfizer y Moderna, solo una persona desarrolló un caso grave de COVID-19. Incluso si las mutaciones futuras del virus hacen necesario un refuerzo anual, ¿cuál es el problema? Ya lo hacemos con la vacuna contra la influenza.
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Ten en cuenta también que hasta un tercio de las personas que enferman de COVID-19 pueden terminar con síntomas debilitantes que persistan durante muchos meses, quizás hasta de manera indefinida para algunos. No siempre es un virus como la gripe o el resfriado común, que desaparece a la semana. Ocho meses después de recuperarse de un caso bastante leve de COVID-19, un amigo de mediana edad, por lo demás sano, me dijo que aún le dolían los pulmones cuando hacía algún esfuerzo.
Estoy ansiosa por volver a asistir a presentaciones en vivo de música clásica y ópera y de no ver películas y obras de teatro en mi computadora o televisión sino en la pantalla grande y en el teatro, junto a otras personas que puedan reír, llorar o burlarse conmigo. Pero hasta que la mayoría de nosotros seamos inmunes de manera confiable a este coronavirus que ha aterrorizado y aislado a tantos de nosotros durante tanto tiempo, nada de esto puede suceder.
Mientras tanto, continuaré presentando los hechos conocidos y trataré de disipar la información engañosa sobre las vacunas. Espero que las celebridades que tienen el respeto de las comunidades que dudan de la vacuna puedan convencer a esas personas de que controlar la infección y propagación del COVID-19 es crucial, no solo por su propio bien, sino por el futuro de sus familias, sus ciudades, su país y el de una vida que podría volver a tener algún atisbo de normalidad.