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Opinión: Bioética y cómo debe ser la actitud hacia el medioambiente en Guatemala

Se debe establecer una bioética nacional para un desarrollo integral que sea seguro, sano, justo y equilibrado para todos los seres del planeta.

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Se debe establecer una bioética nacional para un desarrollo integral que sea seguro, sano, justo y equilibrado para todos los seres del planeta.

Mi interés en el ambiente se deriva de una visión familiar. Hemos vivido en una finca de café que tenía mi padre desde 1923, en la zona 16, quien era agricultor de montaña. Mi madre era hija del embajador de Italia. Ellos nos inculcaron a los siete hermanos y hermanas —yo soy el menor— valores como el respeto al agua, al aire, al suelo y al cosmos. Desde pequeños nos enseñaron a respetar la vida y los derechos humanos, y eso es lo que marcó nuestra existencia. Nosotros manejamos lo que queda de la finca bastante bien, orgánicamente. Fuimos de los primeros en Guatemala en criar lombrices rojas coquetas, hace 60 o 70 años, para abono orgánico.

Cuando tenía 17 años me fui a trabajar al Instituto Geográfico Nacional (IGN) y ahí me formé bajo los auspicios del gran ingeniero Alfredo Obiols Gómez. Obtuve becas para estudiar Geografía, Cartografía, Geodesia y Fotogrametría en varios lugares, como Países Bajos, el Washington Science Center y la Universidad de Oregón. Fui buen estudiante dentro y fuera de Guatemala. El IGN, a finales de la década de 1950, lo modernizamos. Se le consideraba la “perla de América” y era el instituto de geografía más prestigioso, después del de Colombia, y donde empezamos a ver aspectos de ordenamiento territorial y control de la contaminación en la década de 1960.

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Mario Dary me invitó a formar una escuela de Biología y yo acepté. Se formó un grupo compuesto por el doctor Juan de Dios Calle, el licenciado Julio Barrios y el doctor Luis Ernesto García, una de las personas más inteligentes que he conocido; un ingeniero civil, con doctorado summa cum laude en Hidrología y uno de los mejores hidrólogos que ha tenido Guatemala. Con estudiantes de la Escuela de Biología de la Usac y de la Facultad de Arquitectura de la Landívar formamos un grupo de estudiantes buenísimo, con ideas claras, que se interesaban en el ambiente, para tratar temas de contaminación, y empezamos a ver los problemas de minería y petróleo, pero no nos hacían caso y no teníamos asidero legal o institucional. Dábamos clases en el Jardín Botánico.

Después se me presentó una oportunidad de trabajo con Naciones Unidas y fui a parar a Estocolmo, donde me encontré de nuevo con el ingeniero Alfredo Obiols Gómez, acompañado por un grupo nutrido de guatemaltecos, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano —1972—. En Guatemala, el problema ambiental era la actitud irreverente de la sociedad hacia las leyes cósmicas, físicas, matemáticas y naturales, que son imbatibles. En Europa había problemas serios, donde las grandes empresas eran las reinas y señoras del cambio social y económico. Hubo mucho combate con algunos miembros de la delegación guatemalteca, encabezada por el general Leonel Vassaux, ministro de Gobernación de Guatemala.

Iba gente inteligente de Guatemala y se trataron temas como la deforestación, la pérdida de bosque de la Costa del Pacífico, a causa del cultivo de cochinilla y, después, del banano, plátano y algodón. Luego llegó la caña de azúcar, que es un buen protector del suelo. Se llegó a extremos de usar pesticidas muy tóxicos como DDT, que se detectaba, incluso, en la leche materna. Como el DDT tiene una vida media de 53 años, quedan remanentes en la actualidad.

En esa conferencia hablé sobre el derecho humano a un ambiente sano, seguro y saludable. Esas tres palabras incomodaron mucho a las grandes potencias, pues en ese entonces los derechos humanos se asociaban con la izquierda. La delegación guatemalteca mantuvo su postura. Era un grupo pro población y a favor de la diversidad biológica, étnica y cultural. Llegó muy poca gente de Asia y de África. Esa reunión fue como un shopping list ambiental para la reconstrucción de Europa para llegar a grandes bancos y grandes empresas.

La oficialización del Conama —Comisión Nacional del Medio Ambiente— se dio el 24 de febrero de 1976, a cargo del Ministerio de Gobernación, y se estableció la Comisión Presidencial del Medio Humano. El coordinador de la Comisión era el viceministro Leonel Mendizábal Escobar y la conformaban Tomás Núñez, Marta Pilón de Pacheco, que, aunque no era científica, tenía buenas ideas y mucha fe; Luis Ernesto García, Hugo Martínez, Mario Dary y Julio Barrios. Nos dividimos el trabajo, pues Dary vivía enredado con tanto estudiante, así como yo, que llegué a tener mil estudiantes y 10 asistentes. La Comisión funcionó hasta 1986.

En 1974 me comisionaron para escribir la Ley para el Mejoramiento del Medio Ambiente de Guatemala. La escribí a mano, encerrado durante tres días, luego de los cuales salió una ley con visión sistémica para proteger el planeta y el sistema terráqueo, climático, atmosférico, hidrológico y biológico. Para 1980 aún seguía sin ser aprobada y algo hacían para no pasarla en el Congreso. Ese año salí para Oregón, después trabajé para el BID y el Banco Mundial, y regresé en el 2000. La ley se aprobó 12 años después, en 1986, cuando se creó el Ministerio de Ambiente y Recursos Naturales, del cual fui ministro del 2008 al 2011.

Ayudé a formar el Instituto Nacional Forestal, diseñado por un grupo de personas guatemaltecas y la FAO, para intentar ordenar la parte forestal. Salí de ese instituto para hacerme cargo del proyecto del Centro Técnico de Evaluación Forestal, para evaluar los bosques desde el punto de vista de biodiversidad, no solo para medir la calidad y tamaño de nuestros árboles.

Desde entonces ha habido escasos avances para detener el deterioro ambiental y, más reciente, el cambio climático. El contexto sagrado de la vida se sigue deteriorando. No hemos entendido que debemos salvar el planeta Tierra, que es un pedacito de la Vía Láctea que se mueve a 695 mil km/hora. Es una joya del multiverso y cosmos. La visión que tengo no es pesimista, sino realista. Cuando nací había 20% de la población actual de Guatemala y 20% de deforestación, y ahora es del 78%. La erosión del suelo sigue deteriorándose y representa un 72% de la extensión del país. En relación con el agua, tenemos bastante; la mayoría contaminada, y hay muchas zonas donde podemos cosecharla y almacenarla.

Los problemas no se han resuelto porque no hay deseo ni poder político suficiente para hacerlo. El movimiento ambientalista empezó a crecer durante el conflicto armado, cuando murió mucha gente ambientalista. El Instituto Privado del Cambio Climático sí está haciendo lo correcto y es lo que se debe hacer en Guatemala, y hay que darle recursos. Su director, el doctor Álex Guerra Noriega, es una personalidad patriota, muy inteligente y con visión científica. Así también la abogada Alejandra Sobenes, persona a la que le tengo fe y que conoce muy bien las leyes ambientales.

El cambio climático es un punto importante y debatido, porque más dinero nos va a costar repararlo. Si se deja que se deteriore, los daños van a ser más grandes. En el 2050 o 2060 vamos a tener un aumento de temperatura de 2 a 2.7 grados centígrados. Mientras siga aumentando la población habrá mayor demanda de energía y materiales, y mayor contaminación. La gente debe dejar de contaminar y debe reusar, reciclar.

Este es un planeta que le dejaremos a nuestros hijos, es un derecho humano y no podemos seguir contaminándolo. Es un asunto de actitud y de comportamiento, pero se ha perdido la moralidad.

 

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