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Opinión: Estamos en una “recesión anímica”
Cuando pensamos en fenómenos como la inflación y la política monetaria, es mejor interpretarlos a través de la gente. y la gente, por supuesto, es caótica, por lo que lleva a la recesión.
Las vibraciones en la economía son... extrañas. Muy raro. (Foro Prensa Libre: HeeJae Kim/The New York Times)
La economía es la historia de lo que hacen las personas: cómo gastamos el dinero y el tiempo, los aspectos cuantitativo y cualitativo de la existencia. Cuando en esa historia hay demasiado ruido para interpretarla, la gente empieza a esperar lo peor. En los relatos contradictorios sobre el estado de la economía influyen las interpretaciones contradictorias sobre dichos relatos, y discernir qué está pasando realmente en la economía se vuelve casi imposible. Lo que la gente espera puede acabar sucediendo pronto, y ahora mismo, con unos datos cada vez peores, las expectativas de muchas personas coinciden en prever una recesión. Y esas expectativas podrían perfectamente conducirnos a ella.
El producto interior bruto de Estados Unidos se contrajo en el segundo trimestre de 2022, siguiendo el decrecimiento del trimestre anterior. Estas cifras del PIB fueron la guinda en el pastel de las malas noticias: una subida del 9,1 por ciento en el índice de precios al consumo, los precios de la vivienda por las nubes y la desaceleración del mercado laboral, como evidencia el aumento de las solicitudes de prestaciones por desempleo.
Los indicadores económicos parecen cuadros de puntos de datos y tendencias pintados por Jackson Pollock. Si piensas lo suficiente en todos ellos, empiezan a tener un poco de sentido, pero hay mucho que interpretar. Los economistas tienen teorías básicas sobre cómo debería comportarse la economía, pero una pandemia, una guerra y los problemas en la cadena de suministro han agrandado la brecha entre la “realidad” de los datos económicos y cómo experimentan las personas esa realidad. Si no tenemos cuidado, las hipótesis viciadas —lo que John Maynard Keynes denominó “espíritus animales”, o lo que el economista Fischer Black llamaba “ruido”— llenarán ese vacío y harán realidad nuestras peores expectativas.
En torno al 70 por ciento del PIB es gasto en consumo, que en gran medida obedece al ánimo del consumidor. Cómo nos sintamos tú y yo y todos los demás respecto al estado de la economía determina qué y cuánto compramos. Las mediciones recientes de la confianza del consumidor han sido débiles, y el Índice de Confianza del Consumidor de The Conference Board ha caído a su nivel más bajo desde febrero de 2021. Según las cifras de la Oficina de Estadísticas Laborales de la semana pasada, los salarios ajustados a la inflación disminuyeron el 3,1 por ciento el año pasado y, con la subida de los precios, el poder adquisitivo no deja de menguar. Es casi imposible entrar en el mercado inmobiliario, ya que el precio de la vivienda se ha disparado el 40 por ciento en los dos últimos años. En términos generales, los consumidores no están de muy buen ánimo en lo que respecta a su capacidad para comprarse nada.
Muchos culpan de la inflación a los precios abusivos de las empresas, y sin duda hay algo de verdad en ello. Sin embargo, las previsiones de ganancias de muchas compañías también se están desplomando, ya que también han de lidiar con el encarecimiento de los costos de producción. Varios minoristas están llegando a una situación en la que su inflación se vuelve deflacionaria, ya que los excedentes de inventario que adquirieron para mitigar las incertidumbres de la cadena de suministro se venden ahora por debajo de su precio para intentar darles salida.
Una restricción presupuestaria, para los consumidores y también las empresas, es la falta de suministros de primera necesidad, como el gas natural y el petróleo. Cuando suben los precios de la energía, tiene que subir el de todo lo demás, y puede tener el efecto de un doble costo para los consumidores.
La Reserva Federal (Fed), el regulador supremo de las vibraciones, en las épocas buenas y en las malas, se ha lanzado a lo Rápido y furioso a intentar combatir la inflación. La principal herramienta de la Fed es, actualmente, empeorar las vibraciones generales, y gestionar la demanda con una subida de los tipos de interés y hacer que a la gente le resulte más caro comprar cosas.
La percepción de la gente moldea la economía, pero quien moldea esas percepciones es la Fed. El riesgo de ir demasiado deprisa es especialmente alto ahora, cuando el desplome del PIB y de otros indicadores económicos demuestra que la economía ya se está ralentizando. Si la Fed sube demasiado los tipos de interés en este contexto, se arriesga a una recesión.
La Fed está haciendo todo lo que puede por lograr un “aterrizaje más o menos suave”, que entraña sus riesgos. Como todos sabemos, la Fed no puede plantar maíz. No puede hacer que los barcos vayan más rápido. En esencia, el juego de herramientas del presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, es bajarse las gafas y decir con un tono severo: “Eh, dejemos de comprar tantas cosas” para intentar normalizar las fuerzas de la oferta y la demanda.
El problema es que la demanda no necesita ralentizarse aún más: eso ya está pasando. Lo que necesitamos son cambios en la parte del suministro —más trabajadores, más productos y más servicios—, y eso requiere algo más que políticas monetarias.
Los ánimos en la economía están… raros. Esa extrañeza tiene efectos reales. Un estudio reciente reveló que el ánimo sí influye en lo que hace la gente, y el relato de los medios sobre la economía es responsable del 42 por ciento de la caída del ánimo del consumidor en la segunda mitad de 2021.
Los indicadores como el PIB son importantes, pero muchas veces los problemas económicos radican en las expectativas. Cuando pensamos en cosas como la inflación, las condiciones financieras y la política monetaria, lo mejor es plantearlas a través de la gente. Y la gente, por supuesto, hace tonterías y es caótica. Demasiados economistas y expertos olvidan que la economía consiste, en realidad, en un puñado de gente que va por ahí comportándose como tal y tratando de darle un sentido a este mundo.
Cuando las políticas se centran más en unos indicadores que podrían no reflejar la realidad completa, y no en esa gente caótica que hace tonterías, a la que se supone que dichas políticas deben servir, entramos en un territorio peligroso.
No hay recesión económica, todavía. Ahora mismo estamos en una especie de “recesión anímica”: un periodo donde la bajada de las expectativas que sienten las personas se basan en preocupaciones del mundo real y sus experiencias en el pasado. Las cosas no van bien. Y, si no mejoran, tendremos que preocuparnos por algo más que las malas vibraciones.