También retrató las vivencias de enfermos de VIH o trabajadoras sexuales, a quienes la publicista supo ver más allá de su realidad y, a la vez, encariñarse con esos personajes “marginados” que terminaron siendo amistades.
Esas experiencias han sido tan solo algunas pinceladas de los acercamientos que Aragón ha logrado durante las últimas dos décadas, luego de valerse de una cámara, para así lograr su mayor interés fotográfico: registrar las complejidades sociales y la ternura en ellas, dentro de Guatemala.
En este diálogo, Aragón nos acerca a su territorio visual, que es el de nuestro país.
¿Cómo llegó a la fotografía?
Trabajo en publicidad. En 1999 llevaba la cuenta de Kodak y nuestros clientes en Estados Unidos querían que la población amara la fotografía, por lo que nos enviaron a los publicistas a recibir un curso con la fotógrafa Wendy Walsh en Santa Fe, Nuevo México (EE. UU.), para conocer más del tema.
A pesar de que estudié Comunicación, no tenía cámara en ese entonces y pedí prestada una para el taller. Cuando llegué me encantó. Walsh había trabajado con pandillas y nos mostró su obra.
Regresé a Guatemala y comencé a tomar fotos algo clásicas de los paisajes y la gente. Al tiempo regresé a Santa Fe para tomar un curso con el fotógrafo Miguel A. Gandert, que realizó una serie documental en la zona. Eran fotos distintas; ese enfoque me tocó mucho.
Luego fui a Francia para seguir instruyéndome. Allí, la novia del profesor —que era documentalista— me dijo algo que ahora me parece obvio, pero me resonó mucho. Dijo que uno debe tomar fotos de lo que le importa.
Es obvio, pero me abrió la mente para tomar fotos más conscientes.
¿Qué aconteció a partir de eso?
Empecé a buscar temas que me incomodaran, como la vida y la muerte. Me acerqué a enfermos de VIH, quienes me permitieron documentar el proceso de su enfermedad.
Me dijeron que si llegaban a morir podía enseñar las fotos; si seguían vivos, no, para evitar la estigmatización.
Fue una experiencia fuerte porque empezaba a conocer la historia de alguien, me acercaba y creaba una relación, pero luego algunos morían. Esto me ayudó a entender la importancia de lo que nadie estaba viendo.
Los temas sociales siempre me han interesado. Me interesa contar historias que pertenecen a las minorías o de los que son invisibilizados.
Por ejemplo, con la serie Antipostales la idea era retratar la Guatemala que muchas personas no quieren ver.
Fotografié La Línea —barrio donde suele darse el trabajo sexual en Gerona, zona 1— porque había sido una revelación para mí y quise crear un vínculo con las mujeres del lugar.
Me llamaba la atención por un tema visual, pero terminé disfrutándolo más luego de conocer las historias de las mujeres. Durante dos años, fui todos los sábados a fotografiarlas.
¿Desde qué sentimiento han surgido sus series?
Son historias personales que me enternecen. Muchas de estas me han tocado por alguna razón, que tal vez no llegue a entender conscientemente. Creo que tengo la mirada de una mujer de clase media entre dos mundos. Con esto he logrado una capacidad crítica de ver al país.
¿Qué similitudes ha logrado encontrar entre esos dos mundos mencionados?
La ternura y la necesidad de negarnos lo que somos. En todas las series existe un hilo conductual que explora las clases sociales. Un ejemplo es Súper rubias, donde plasmé el deseo de las personas por ser rubias.
¿Cree que la fotografía está intencionada para proponer cambios?
La fotografía es un viaje personal, una mirada que no pretende cambiar las cosas. Hay gente que ve mis imágenes y se incomoda. Me gusta que suceda. Eso es lo más lejos que mis imágenes pueden llegar.
Las historias que fotografío están ahí; yo no soy la causante. Pasa que hay gente que no quiere verlas.
¿Qué temática ha perseguido últimamente en sus imágenes?
Las migraciones desde el 2000. Este tema es el que más me toca últimamente, porque la migración ha generado un cambio cultural.
He estado trabajando una serie de migrantes en California.
También desarrollé la serie Home y participé en el proyecto en el altiplano nacional Arquitectura de remesas, donde se documentaban las influencias de las remesas en las casas y familiares de migrantes.
¿Las historias que ha fotografiado son suyas o de los otros?
Son de los dos. Siento que son más mías porque está mi mirada. Aunque también puede haber otra versión que sea la de ellos. En estos años he aprendido sobre la responsabilidad que se tiene por los otros.
Enseño lo que veo a quienes fotografío, aunque muchas veces no como ellos quieren verse. Es inevitable, pero también es importante tomar fotos que no indignen a las personas.
¿Que implicaría el respeto al objeto social fotografiado?
En mi caso, me quito la culpa estableciendo una relación con ellos. Hay, sin duda, un sentimiento de poder y de privilegio.
Tengo 50 años y al acercarme a alguien asumo que no creen que les haré algo malo. Además, asumo una postura maternal que me ha permitido hacer series como Jóvenes, en la que fotografié el ímpetu de la juventud.
¿Cuál ha sido el proyecto más retador o complejo para llevar a cabo?
Emocionalmente, el de los pacientes con VIH.
¿Cuál de sus imágenes cree que condensa la identidad fotográfica de Andrea Aragón?
Me identifico mucho con la serie Antipostales. Me encanta Guatemala, me da risa y ternura a la vez; me encanta todo lo que pasa acá. Conmueve muchísimo y me resulta entrañable.
¿Ha cambiado la publicidad su manera de apreciar y plantear imágenes?
De seguro. Al final se buscan ciertas estéticas. Mi ser publicista y mi ser fotógrafo son diferentes y tal vez no se concilian. Soy publicista para comer y fotógrafa para vivir.
¿Qué ha ganado durante estos años?
Sensibilidad, una mirada muy crítica y a la vez tierna sobre las cosas. Puede que sea un tema egoísta, porque he ganado mucho a raíz de esto. Ha sido un regalo muy grande. Me ha convertido en una mejor persona.