Revista D

Apasionados por el vinilo

Entre nostalgia y estanterías, los viejos discos de larga duración no se marcharon nunca y resistieron el auge y caída de los CD.

Los discos de vinilo suelen tener varios tamaños que dependen de las revoluciones por minuto (rpm) que tienen;  los más populares   son de 33 y  45; entre los menos comercializados están los de 78 rpm.  (Foto Prensa Libre: Alejandro Ortiz López )

Los discos de vinilo suelen tener varios tamaños que dependen de las revoluciones por minuto (rpm) que tienen; los más populares son de 33 y 45; entre los menos comercializados están los de 78 rpm. (Foto Prensa Libre: Alejandro Ortiz López )

En 1986, después de casi cuatro décadas de reinado del disco larga duración de vinilo, fue desplazado por el disco compacto, disco láser o CD, sobre todo por su tamaño, alta fidelidad y capacidad de almacenamiento. Pero lo mismo que lo hizo ascender, lo derrumbó: la tecnología.

Conforme crecieron las descargas digitales y el consumo de música en línea, decayeron las ventas de CDs.

El rey vinilo, destronado y todo, nunca murió. Se volvió un producto de nicho, un culto para los admiradores de la reproducción física. Sus “defectos” se convirtieron en sus fortalezas: era un soporte físico que le seguía dando a la música ese contacto cercano con el oyente.

En el primer semestre de 2020, la Industria Discográfica de EE.UU. que registra todas las ventas musicales en ese país reportó que, por primera vez, desde 1986, las ventas de vinilos (US$232 millones) superaban a las de CD (US$129 millones). Y si bien las ventas digitales ocupan el 85% del mercado, los discos físicos aún suenan.

Historia

Aunque Tomas Alva Edison inventó el fonógrafo 1877, se equivocó al colocar soportes cilíndricos para sus grabaciones. Fue Emile Berliner quien lo cambió todo en 1895 cuando patentó el gramófono, que se valía del registro sonoro en un disco.

En 1948, los primeros discos de vinil empezaban a ser comercializados. Los discos de larga duración (o long plays, en inglés) se convirtieron en una pieza imprescindible del entretenimiento. Durante la década de 1980, los casetes, y posteriormente los discos compactos en los noventas, acapararon mayor atención.

A pesar de ello, y aunque parecía relegado, el rey vinilo siempre se mantuvo allí. Ni los aires de modernidad, los sitios de piratería digital o las grandes plataformas de música por transmisión —como Spotify, Deezer o iTunes— han impedido que los discos de larga duración sigan consumiéndose alrededor del mundo. En Guatemala, su resistencia también se hace escuchar.

Suena la nostalgia

Si alguien puede jactarse de vivir la evolución de los formatos musicales y sus distintas expresiones, ese es Pepe Luarca. Aunque su amor se encuentra en el hacer fotográfico, siempre ha habido un espacio para la música y los vinilos.

Aquella pasión inició cuando de niño iba junto a su madre al Portal del Comercio donde compraba cuanto disco podía. Durante la juventud se amistó a un compañero con las mismas aficiones sonoras. Aquella mancuerna suscitó uno de los giros más definitivos en la vida de Luarca, cuando, en una ocasión, los jóvenes llegaron a retirar un lote de discos que habían ordenado a la tienda que más frecuentaban.

Sucedió que el pedido venía duplicado. El amigo de Pepe no pudo costearlo todo, por lo que Luarca se quedó con los discos. En la selección venía un repertorio tan diverso como novedoso: música en inglés, italiano y portugués hecha a partir de varios géneros.

Con tantos discos en su haber, Pepe decidió venderlos. Se dirigió al antiguo centro comercial La Galería (ubicado anteriormente en la 7ª avenida de la zona 9), donde le ofrecieron tener un pequeño quiosco para distribuir la música. Sin pensarlo, accedió. Bautizó el local como Discos y cosas, puso un anuncio en los periódicos y el tiempo se encargó de hacer el resto.

El coleccionista Pepe Luarca en uno de los establecimientos actuales de Discos y cosas. (Foto: Cortesía Pepe Luarca)

“La gente llegaba a aprender. Las personas siempre preguntaban de quién era la música que sonaba en las tiendas. Abrimos las puertas a nuevas corrientes”, agrega en referencia a la variedad de géneros que sonaban en Discos y cosas: jazz, pop, rock, instrumental y demás.

En sus tiendas, que llegaron a ser alrededor de 40 en el área urbana, se encontraban distintos formatos de discos: de 33 y 45 revoluciones por minuto, pero también se podía adquirir tornamesas y un sinfín de objetos para complementar la experiencia sonora.

Aquel emprendimiento, que nació en diciembre de 1980, hoy es recordado por Luarca con satisfacción. Aunque en la actualidad persisten dos tiendas (en zona 1 y zona 4), la música en vinilo sigue reivindicándose como hace 40 años.

“La gente cree que vender discos de vinilo es una locura, pero hay quienes siguen comprándolos y vendiéndolos”, exclama el comerciante, aunque asegura las cosas no son como antes.

La llegada de Internet y las nuevas tecnologías redujeron la clientela de Discos y cosas. Mientras que un disco de vinilo costaba 150 quetzales, Luarca sabía que había quienes descargaban el material de la red. “No se podía competir con eso”, asegura.

Entre mares de discos y recuerdos, Pepe siempre se ha sentido acompañado por la música. Aunque no le gusta tanto hablar de su colección de vinilos —una que se extiende a 30 mil ejemplares—, confiesa que la experiencia sonora le ha resultado terapéutica.

En la actualidad, Discos y cosas, ofrece a los nostálgicos libros, revistas, además de una gran cantidad de producciones de antaño como ediciones especiales, bandas sonoras, música popular, y una fina selección de ecléctica musical internacional.

Nueva generación

Daniel Mellado también logra identificarse como un nostálgico de los vinilos. El primero que compró a sus 18 años fue uno del puertorriqueño Willie Colón.

Sin imaginarlo, aquel sería el inicio de una aventura que hoy lleva por nombre La Bananera Records; una tienda virtual que acerca a jóvenes con producciones contemporáneas llevadas al vinil.

“Quien colecciona estos discos sabe lo que cuesta. Me dije que sería bueno poner una tienda en línea, ya que sería más fácil adquirirlos así”, cuenta Mellado.

Lo decidió a principios del 2018, luego de sentirse aturdido por los complejos y ostentosos trámites burocráticos para adquirir la música que le interesaba en formato analógico.

El corte de La Bananera Records no es como el de otras tiendas de discos que han existido o persisten en el país.

La música importada por este novel proyecto responde a artistas alternativos contemporáneos que editan su música en sellos anglosajones como XL Recordings, Matador Records o 4AD, entre otros y que publican géneros como indie, synth-pop, rock y otros.

Daniel Mellado (izquierda) en uno de los primeros eventos de La Bananera Records llevado a cabo en el edificio OEG. (Foto: Cortesía La Bananera Records)

En la actualidad, La Bananera Records ha crecido hasta atender pedidos de los usuarios cibernéticos en sus cuentas de Instagram y Facebook. Entre los discos más solicitados se encuentran títulos de bandas como la experimental y legendaria Radiohead, los rockes Interpol o los psicodélicos Unknown Mortal Orchestra.

De acuerdo con Mellado, el riesgo de traer esta música siempre ha estado presente y sin esperarse, ha ido cada vez en aumento. Durante los recientes meses de la pandemia, el proyecto contabilizó 500 nuevos seguidores en su perfil de Instagram. El público que lo consulta oscila entre los 25 y 30 años.

“Promover la cultura del vinilo es ponerle pausa al ritmo de la vida que tenemos. Todo se ha tornado a la comodidad y a la facilidad, pero escuchar un disco en este formato es algo diferente. Invita a las personas a escuchar las intenciones del artista y a tomarse el tiempo de apreciar cada detalle”, cuenta el cabecilla de La Bananera Records.

Aunque el proyecto da sus primeros pasos, se pretende llevarlo a un espacio físico donde el sonido nunca deje de estar presente y que, a la vez, se pueda complementar con expresiones visuales.

Pareciera que la misión musical de Mellado se centra más en un compromiso con las nuevas generaciones que incluso, con su propio rol como coleccionista. Asegura tener apenas 100 discos de vinilo en su biblioteca, ya que prefiere guardar con él producciones que sí escuchará.

A sus casi 30 años, Mellado está consciente del fenómeno analógico del que participa. Expresa que “este resurgimiento ha sido un sentimiento de nostalgia, tanto para la gente que vivió en otra época, como algunos otros que se fueron cautivando”; entre ellos, él.

Al ritmo de la fiesta

Luis Angel Alvarado se considera un adicto a la música. Lo dice con certeza a sus 47 años, luego de una vida allegada al sonido que arrancó de joven cuando tocaba batería en un ensamble de marimba.

Pasado el tiempo se obsesionó con las tornamesas luego de conocer las discotecas rodantes hacia finales de los ochenta. “Imaginé que algún día iba a estar en una de esas discos. Fue lo que me hizo clic”, cuenta Alvarado.

A principios de la década de 1990, Luis Angel empezó a comprar sus primeros LPs. Con pocos recursos económicos, asegura que logró hacerse de una galería bastante variada. Adquirió producciones de pop, trance, high-energy, y otro sinfín que abarcaba ritmos latinos como el merengue, la salsa y muchos más.

Luego vinieron las tornamesas, los mezcladores y el entusiasmo por “pinchar” —un término designado por disc jockeys (DJs) para referirse a la mezcla de canciones—. Luego de una ávida y autogestionada practica por varios años, hacia finales de los noventa logró el reconocimiento de un DJ que lo acercó al mundo de la radio.

Luis Angel Alvarado —DJ Pato Guatemala— suele propiciar una fiesta virtual desde su casa todos los sábados. (Foto: Fernando Cabrera)

Ahí, en un nuevo espacio, lejos del trabajo que solía realizar como empacador, se enfrentó al futuro. Con una mezcladora oxidada y el centenar de discos compactos, así como de vinilo que había acumulado para entonces, Alvarado se hizo de un espacio en las frecuencias radiales bajo el pseudónimo de DJ Pato Guatemala.

De esa cuenta nacieron los Sábados de mezclas, un programa que empezaba al medio día y seguía hasta las 16 horas, y que debido al éxito que representó fue extendido hasta las 18 horas. Sus actos se empezaron a valer de una mixtura que abarcaba merengue, reggae, música trans, salsa, pop y mucho más.

En la actualidad esa dinámica es replicada por DJ Pato a partir de su perfil de Facebook en el que realiza transmisiones continuas. Cada sábado, la fiesta es propiciada desde su biblioteca—hogar, donde entre vinilos y su característica frase “Ulugrunnmm…” llega a las más de 50 mil personas que le siguen en dicha plataforma.

“No sabía el éxito que iba a tener”, cuenta Alvarado a propósito de su accionar como DJ. Hoy, el compás rítmico sigue definiendo su vida. Su rutina lo lleva hasta el cuarto donde yace una biblioteca con más de 10 mil discos; entre ellos, compactos y de vinilo.

DJ Pato narra que cada día graba discos analógicos en versiones digitales, ya que muchos no se encuentran en la red. Calcula dedicar de 6 a 8 horas alrededor de este ejercicio, a la vez se mantiene mezclando e indagando en nuevas propuestas.

Comparte que su secreto para mezclar se basa en la afinación de su oído y del repertorio. Para elegir una canción asegura debe conocer bien un género, así como el gusto de la gente. Esto es importante, ya que la afición va de la mano de éxitos musicales con huella a nivel global y local. Todo se basa en una “conectividad desde el gusto”, asegura DJ Pato.

“Con el vinilo se puede expresar desde el oído puro. Claro que la tecnología facilitó las cosas, pero hay una magia entre mezclar como antes en una tornamesa. La motivación es única”, comparte Alvarado.

Sin parar de girar

De acuerdo con el historiador Mario Castañeda, la llegada de LPs a Guatemala se contextualiza dentro de la oleada de nuevas tecnologías que data a finales de la década de 1950.

Dentro del país, el consumo se popularizó en centros urbanos —especialmente en la capital— donde se podían adquirir producciones de música popular, instrumental y hasta géneros como el mariachi.

Castañeda resalta que, quienes solían adquirir esos discos eran personas con un poder adquisitivo estable, pues muchos viajaban al extranjero y traían vinilos que posteriormente eran reproducidos durante los memorables repasos (o fiestas de adolescentes).

No obstante, la presencia del vinilo fue cambiando hacia las décadas de 1970 y 1980 “a la luz de los procesos políticos (como la Guerra Fría) que incidían en lo que se escuchaba”, explica el historiador.

Por esa razón mucha música de Estados Unidos llegaba a Guatemala y otros lugares.

“Era el teje cultural de Estados Unidos por importar su cultura, además de su injerencia política. Guatemala se dedicaba a importar y no exportar, por lo que muchos artistas nacionales no se vieron apoyados por la industria”, explica el historiador.

Algunos clásicos en vinilo cuyos lanzamientos se dieron alrededor de la década de 1980. (Foto: Alejandro Ortiz López)

Con el paso del tiempo, empresas como Discos de Centroamérica (Dideca) tuvieron un rol importante ya que dotaron al país y a otros de la región de producciones en formato vinil, aún hasta inicios de la década de 1990 cuando los discos compactos abarcaron la industria musical.

La presencia de estos objetos y su perduración se relacionan más allá de la nostalgia; misma que muchos coleccionistas aseguran experimentar. Así lo explica Castañeda: “El vinilo ha atravesado varias generaciones y ha tenido un papel importante, pero su uso y características siempre han dependido del contexto y del poder adquisitivo”.

Alejandro Flores, sociólogo con énfasis político y cultural, coincide con lo mencionado por Castañeda. “Creo que el uso de vinilos tiene que ver con cierto tipo de profesión. No cualquier persona los obtiene”, resalta.

A esto agrega el rol de los DJs quienes se valen de los objetos para desarrollar sus actividades. En su caso, dice Flores, no tiene que ver tanto con una cuestión de moda, sino con las posibilidades de generar sonidos que muchos de estos músicos dicen propicia el vinilo.

Además, resalta que como en el caso de muchos coleccionistas, los discos suelen ser “tesoros personales”.

El también antropólogo social se remite a la sociología cultural para ampliar el éxito que han supuesto los vinilos. Comenta que no se trata de “modas” que emergen espontáneamente, sino de un plan de producción cultural donde los publicistas, expertos en mercadeo y músicos saben cuáles son las potencialidades de consumo.

“Muchas veces, algo que pega en un ámbito probablemente no pegue otro. Existen sectorizaciones de consumo de productos y de tendencias culturales. Pienso que se trataría de una relación dialéctica entre industria, diseño y consumo, atravesada por clase social”, explica.

Flores complementa que las expresiones y la materialidad cultural pueden variar de época. No obstante, en el 2020 se continúa viendo cómo la afición por el consumo analógico es el diario de muchos amantes que entre bibliotecas y recuerdos, le dan otro ritmo a la vida mediante sus atesorados vinilos.

El vinilo como soporte

Luis Alfredo Mijangos Soto —también conocido como DJ Mijangos 502 Guatemala— lleva más de tres décadas cerca de las tornamesas y los discos de vinilo, tanto en su faceta de animador, como de técnico. Por ello, explica algunas nociones básicas de los vinilos:

  • Material de los discos: el acetato, que es más duro, suele ser la materia con la cual se graba el ‘máster’ o primera copia original de un disco que pasa a ser de vinilo. Este último material suele ser más flexible y empezó a comercializarse alrededor de 1960.
  • Revoluciones por minuto (Rpm): los discos analógicos suelen tener distintas revoluciones por minuto, lo que quiere decir que el disco gira en círculo sobre un eje, y por cada vuelta hay una revolución. Las revoluciones que existen son de 33, 45 y a veces, de 78.
  • Pulgadas: los discos tienen distintas pulgadas, que corresponden a su longitud. El de 33 rpm tiene 12 pulgadas; el de 45 rpm, 7 pulgadas y el de 78 rpm, 10 pulgadas.
  • Cantidad de temas: Cada disco tiene espacio para cierta cantidad de canciones. El de 45 rpm puede contener dos (una canción por cada lado) y el de 33 pm seis por cada lado.
El surco del disco de vinilo es el equivalente a una pista donde cada riel contiene una canción. (Foto: Alejandro Ortiz López )
  • Proceso de grabación de un disco: todo empieza en un estudio de grabación donde hay una consola con distintos canales que graban la melodía de cada instrumento dentro de las piezas. Las mismas se irán a una máquina donde se conglomerarán en una sola pieza sonora para darle el volumen adecuado. Una vez se tienen las pistas individuales, estas pasan a un ‘reel’ que es un reproductor de cinta de grabación.  Por último, los datos de la cinta son grabados sobre el disco ‘máster’ a lo largo de un recorrido llamado surco. Esta grabación final se logra con una aguja que es montada sobre el disco.
  • Partes de un tocadiscos: Los principales componentes son la base, el plato, un adaptador, velocidad rpm, brazo, contrapeso, pitch y la púa.
  • Curiosidades de antaño: Muchas bandas sonoras de películas se grababan en discos de 33 rpm, pues contenían más temas. En ocasiones, las disqueras hacían mismas ediciones de discos en distintas revoluciones por minuto, ya que algunas piezas ameritaban ser extendidas para que sonaran por más tiempo en las discotecas.

 

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