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Al igual que muchos guatemaltecos muestra en su aspecto la ascendencia maya. Es alto, corpulento, con pronunciados rasgos indigenas acentuados por una nariz aguileña. Nuestras conversaciones se llevarán a cabo por las tardes, después de tomar el té.
Durante nuestra entrevista, vestido con pantalón de franela gris, chaleco tejido sabre camisa de cuello abierto y ascot, y en pantuflas, Asturias habló sin reservas con una distintiva elocuencia barroca. Su voz grave y musical cambiaba de tono según el tema.
“A mi madre que me contaba cuentos”, lee la dedicatoria de su primer libro Leyendas de Guatemala, publicado en Madrid en 1930…
En esta dedicatoria hay la parte del amor filial, la parte del reconocimiento del hijo a su progenitora, a la persona que no solo le dio la vida, sino que después lo encaminó por el sendero del espíritu. En las Leyendas de Guatemala rendía mi devoción a mi país, a mi tierra natal, a mi pequeño rincón de volcanes, de lagos, de montañas, de nubes, de pájaros, de flores…
¿Quiénes fueron sus primeros ascendientes europeos?
Mis primeros ascendientes del lado español llegaron por los 1770 o 1780. Era un Sancho Alvarez de las Asturias, conde de Nava y Noroña. Él vino de Oviedo directamente a Guatemala, luego vinieron sus hermanos, luego se mezclaron en Guatemala con los indígenas y dieron origen a todos los Asturias. Al principio el apellido era simplemente Alvarez, luego Alvarez de las Asturias, luego se suprimió el Alvarez, quedó de las Asturias, y finalmente se suprimió “de las” y quedó Asturias…. Mis padres eran gente de un gran valor espiritual en el sentido de haber hecho estudios, de haberse esforzado por mejorarse y también por haber amado la libertad; por eso mismo han sufrido las persecuciones terribles de la dictadura del Señor presidente.
Sus estudios, ¿los hizo en la ciudad de Guatemala?
Sí, hasta terminar la carrera de abogado y notario. Empecé a estudiar alrededor de 1903-1904 en una población llamada Salamá donde mis padres vivieron por unos años. Mi padre era abogado, recibido en 1887 con muy buenas calificaciones, y mi madre era profesora. Ellos formaron su hogar y cuando llega el presidente José María Reina Barrios le da a mi padre uno de los cargos más interesantes para un joven abogado. Mi padre habría llegado muy lejos si no ocurre que muerto este presidente entra Estrada Cabrera, que es El señor presidente, y que toma inquina con todos aquellos que habían sido nombrados anteriormente. Esto hace que mis padres se empobrezcan y no puedan permanecer en la capital. Mi abuelo materno les ofrece entonces, para que puedan defenderse mejor, ir con sus dos hijos a una de sus propiedades en Salamá… Fui a la escuela a aprender las primeras letras, pero fue en ese río, en esas piedras, en esas tardes, en esas luces, en esas hojas donde aprendí la magia de mi país, las voces de mi país.
“En Guatemala, la tierra se estrecha muchísimo, los océanos se acercan y el istmo centroamericano se vuelve una cintura sumamente delgada. Hay además dentro de las tierras centroamericanas ríos e infinidad de lagos, como ocurre en Guatemala, inmensos lagos a distintas alturas, desde lagos a 2,000 metros sobre el nivel del mar, como el lago de Atitlán, hasta lagos al nivel del mar, como Amatitlán. El sol pega en los mares, pega en los ríos, pega en los lagos, y después de reflejarse en el agua la luz sube hasta la atmósfera. Es por eso que la luz de Guatemala parece siempre de cristal mojado. No hay objetos inmediatos, nunca se ven las cosas cerca, siempre hay una lejanía; es como verlos copiados en un espejo o a través de una lente”.
Años más tarde usted se ve obligado a irse de Guatemala por razones políticas. ¿Quisiera recordar esa época tan decisiva en su vida?
Nosotros, estudiantes de 20 años, los de la “Generación del 20” habíamos luchado contra la dictadura de Estrada Cabrera, que fue la dictadura de los 22 años, y logramos derrocarla. Se instaló en Guatemala un gobierno democrático, pero de muy poca duración porque pronto hubo un golpe de estado militar y continuó con otro nombre la forma de la dictadura que ya existía. En ese momento nos apartamos de la política y creamos la Universidad Popular. Tratábamos de formar un país en el cual el pueblo no fuera ignorante de sus derechos y obligaciones políticas, porque comprendíamos entonces que así como habíamos derrocado a Estrada Cabrera y había quedado una dictadura, esta dictadura no había quedado solamente porque había gente que quisiera ejercerla, sino porque había un pueblo ignorante, que no podía defender sus derechos y libertades mientras no los conociera.
En esos años usted escribe Leyendas de Guatemala. ¿Qué relación hay entre este libro y los estudios que estaba haciendo?
Este libro fue como una reacción del sentimiento artístico frente al trabajo seco y científico que se hacía con el profesor Raynaud. Como yo tenía un espíritu más creativo me dediqué entonces a recordar un poco las leyendas y a escribir ese libro. Cuando Raynaud se enteró de que lo había escrito me miró un poco con conmiseración, porque para él, como científico, toda esa creación ya no formaba parte de su ciencia.
¿Seguía también participando en la política de su país?
Yo participé en la política cuando fui joven y estudiante, hasta los 23 o 24 años. Después no volví a participar porque vivía casi siempre fuera de Guatemala. Volví a mi país a los 33 años, durante el gobierno dictatorial del general Jorge Ubico, en que no se hacía política porque el presidente pensaba, sentía y hablaba por todos nosotros. No vuelvo a la política hasta los años 1944-1945 en que cae Ubico y se inician los dos gobiernos de la revolución, el del doctor Juan José Arévalo y el del coronel Jacobo Arbenz. Yo soy escritor, no político, y nunca pretendí serlo.
¿Por qué transcurren 16 años entre la publicación de Leyendas de Guatemala (1930) y El señor presidente?
Porque tuvimos por 14 años la dictadura de Jorge Ubico. Cuando regresé a Guatemala dejé una copia de mi libro ya terminado con el profesor francés Georges Pillement. Él lo tradujo después al francés, pero no me lo envió porque era muy peligroso. El señor presidente recién sale en México en 1946.
¿Cómo nació este libro?
En 1923 se hace un concurso para cuentos en El Imparcial de Guatemala. Yo había preparado un cuento que se llamaba Los mendigos políticos, que es casi el primer capítulo de El señor presidente. Ese cuento ya no tuve tiempo de mandarlo al diario y cuando me vine a Europa lo metí entre mi equipaje. En París, cuando me reunía con mis amigos hispanoamericanos cada uno contaba anécdotas de los dictadores de sus países y yo recordaba lo que había oído en mi casa durante la época de Estrada Cabrera, cómo se cerraban las puertas, se registraba todo y recién cuando se estaba seguro que nadie podía oír empezaban a hablar. Nunca mencionaban el nombre de Cabrera, decían “el hombre”, y contaban que habían matado, envenenado, o torturado a alguien en la comisaría. Un día empecé a ligar todos estos recuerdos con Los mendigos políticos y así surge la novela con la historia del general Canales y del licenciado al que culpan por la muerte de “el loquito”. Casi todos los personajes corresponden a personas reales que yo combino con la mitología y con toda la imaginativa que tiene el libro. En Cara de Ángel traté de reunir dos o tres figuras muy importantes de ese momento. A este personaje lo hice bello porque me parece corresponde un poco a un brillante y bello abogado que se llamó Francisco Galves Portocarrero, que Cabrera pervirtió profundamente.
Hablando de los dictadores de América Latina, usted dijo que presidentes como este solo aparecen en los países propensos a la mitología…
Para que exista un presidente así se necesita que haya mitos, y Estrada Cabrera pasó a ser un mito.
¿En qué forma lo influyó el surrealismo?
Encontramos que nos daba una libertad de creación. Para nosotros, gentes de otras razas, muy pegados a las normas de una creación en la que la inteligencia y la razón vigilaban, el surrealismo nos abría una puerta para poder decir nuestro inconsciente, nuestro mensaje interno nacido de nuestro ser profundo. Hay textos indígenas, como en el Popol Vuh o como en los Anales de Xahil, que son verdaderamente surrealistas. Tienen la dualidad de la realidad y del sueño, hay una especie de sueño, de irrealidad, con tantos detalles, que al contarlos son más realidad que la realidad misma; de ahí nace eso que nosotros llamamos el “realismo mágico”.
Usted manifiesta esa preocupación por el lenguaje en toda su obra.
Sí, pero esa preocupación es un poco de carácter telúrico, indígena, porque los indígenas tienen un concepto sagrado de la palabra. La palabra permite, según ellos, apropiarse de la cosa que uno dice. Yo digo “casa”, me apropio de una casa, es una forma de hacerla mía. En su sabiduría, ellos dicen “en la palabra todo, fuera de la palabra nada”.
¿No perjudica a su creación lingüística, cuya fuente es el lenguaje diario guatemalteco, vivir fuera de su país?
Estar fuera del país es para el escritor ventajoso y desventajoso. Alejarse es perder la fuente prístina de todos los elementos auditivos, olfativos y hasta gustativos, pero por otro lado es útil alejarse porque es entonces cuando se puede apreciar mejor el paisaje, ver mejor los personajes, oír mejor los sonidos.
“Tratábamos de formar un país en el cual el pueblo no fuera ignorante de sus derechos y obligaciones políticas”.
Miguel Ángel Asturias al explicar el objetivo de haber creado la Universidad Popular.