¿Qué recuerda de su travesía?
Fue dura. En esa época ya había muchos ladrones en el sistema de trenes de México. Recuerdo que nos tuvimos que esconder en el trayecto entre Coatzacoalcos y la Ciudad de México, y de ahí hacia Guadalajara, pues los oficiales nos podían detener en cualquier momento. Pero la experiencia que nunca voy a olvidar fue cuando, también en tren, nos tocó pasar por el desierto de Sinaloa, pues el calor era intenso y no teníamos nada qué beber o comer, ni tampoco dinero para comprar lo poco que vendían. Así, sin nada, pasamos tres días.
¿Con quiénes iba?
Éramos bastantes, incluidos los coyotes, pero nadie de mi familia.
¿Sus familiares apoyaron que se marchara a Estados Unidos?
La necesidad me empujó a hacer eso. Había nueve bocas que alimentar, pero no teníamos nada, ni siquiera para un cuaderno; éramos muy pobres. Además, afectaban las secuelas de la guerra interna —en ese municipio hubo varias masacres—. Por todo eso, mi padre aceptó que me viniera. Incluso, vendió un caballito para pagar mi pasaje, que en ese tiempo (1988) costaba como Q500, pero ya era bastante dinero.
¿Lo esperaba algún familiar en EE. UU.?
Sí, tenía un tío en Los Ángeles, California, quien le pagó al coyote otros US$300 por haberme cruzado por Tijuana. En ese entonces era lo que cobraban, que era poco comparado con lo que exigen hoy.
Al llegar, ¿sintió el choque cultural?
Sí. De hecho, lo sentí desde que estuve en México. En Guadalajara estaba comiendo cuando, de pronto, la señora de la venta me preguntó si quería popote. Le dije que sí y le acerqué mi plato, pensando que me estaba ofreciendo una salsa o un picante. Ella solo se me quedó viendo. Yo no sabía que un popote era una pajilla.
¿Qué hizo al llegar a Los Ángeles?
Me recibió mi tío, pero acá uno tiene que valerse por sí mismo desde el principio, todos los días desde muy temprano hasta bastante entrada la noche. La gente la pasa muy mal si no sabe inglés ni tiene documentos. Los patrones se aprovechan porque aducen que uno no tiene derechos, ni siquiera a reclamar un sueldo. Muchos, incluso, llegan a pagar menos del salario mínimo.
¿Usted sabía inglés?
Ni una sola palabra; tampoco conocía las costumbres de la gente. Me sentía fuera de lugar, lejos de mi familia y mis amigos. Tampoco tenía trabajo ni dinero. Llegó un punto en el que me quise regresar a Guatemala, pero a la vez tuve la voluntad de luchar por mi familia.
¿Cuál fue su primer empleo?
Fue en la costura, en el centro angelino. Estuve ahí por siete años. Mientras trabajaba iba a estudiar inglés por las tardes al Belmont Community Center, donde acudían otros migrantes, entre ellos muchos guatemaltecos. También asistía a un curso de computación, que luego me sirvió para trabajar.
No perdió el tiempo.
Claro. Siempre quise ser alguien en este país. Con el tiempo me otorgaron asilo político.
¿Cuándo se independizó?
Después de esos siete años en costura me convertí en contratista independiente de publicidad. Trabajaba para compañías grandes como Walmart, JC Penney o Sears. En 1998 me surgió la idea de trabajar en medios de comunicación, pues me di cuenta de que las empresas de esa magnitud no atendían de forma directa al mercado guatemalteco. No había nadie que transmitiera nuestros valores, música, idiomas… cultura en general. Ni siquiera nuestro futbol.
¿Y qué decidió hacer?
Bueno, seguí con mi trabajo, pero siempre con la idea de materializar algo. Durante la Copa Mundial de Sudáfrica 2010, una radio de Míchigan me brindó la oportunidad de participar, y transmitíamos los partidos de los equipos latinoamericanos, entre ellos México, Brasil y Argentina. En el 2011, ya con recursos y algo más de experiencia, decidí comprar una radio virtual que estaban vendiendo en Huehuetenango. Le puse Pancholón Radio.
A propósito, ¿quién le puso el sobrenombre Pancholón?
Fue un chileno que estuvo con nosotros en las transmisiones de la Copa Mundial 2010. Me llamo Francisco y, por lo tanto, me dicen Pancho, pero este compañero le añadió el resto.
Así que Pancholón Radio…
Sí. Empezamos a transmitir sones y marimba. Fuimos la primera radio virtual con ese formato. Ahora somos Pancholón Broadcasting Corporation y hemos añadido programación deportiva y noticiosa, así como otros shows de entretenimiento.
¿Dónde los escuchan?
Al principio solo la familia —ríe—, pero de a poco nos fuimos expandiendo. Hoy, nuestra audiencia está entre los 80 mil y 100 mil diarios, que es bastante para un medio virtual, pero mi meta es llegar a los dos millones. De momento, nuestros radioescuchas están en Canadá, México, Guatemala y el resto de Centroamérica, pero principalmente son los migrantes mexicanos y guatemaltecos en Estados Unidos.
Específicamente de Guatemala, ¿dónde está su mercado?
Estamos fuertes en Huehuetenango, San Marcos, Quiché, Quetzaltenango, Izabal, Sololá y la capital.
¿En qué idiomas transmiten?
El 80 por ciento de la programación está en español y el restante en q’anjob’al.
¿A qué le atribuye el éxito?
Mucho se debe a la nostalgia, por eso tratamos de llevar algo de Guatemala a los paisanos que viven en Estados Unidos.
¿A cuánta gente emplea?
Son cinco personas a tiempo completo y tres parciales. La empresa opera en Estados Unidos, pero todos los colaboradores transmiten desde Huehuetenango, porque sé que allá nuestra gente necesita empleo. Imagínese, yo salí de allá hace casi 30 años y persiste la problemática laboral y la extrema pobreza, y a esto se le suma la violencia.
¿Tiene un trabajo alterno?
Sí. Programo robots en una fábrica de automóviles, pues en Los Ángeles aprendí a manejar software avanzado.
¿Y a qué hora duerme?
¡Uy! Duermo solo cinco horas al día. Pero me gusta lo que hago.
Bastante duro.
Es el pago que uno tiene que hacer acá. Hay que luchar para lograr lo que se quiere.
¿Qué consejo le da a las personas que piensan viajar a EE. UU. de forma ilegal?
Todos deben saber que la travesía es de alto riesgo; es jugarse la vida. Además, los buenos trabajos que se ofrecen son para gente cualificada. Los que están de manera ilegal solo podrán aspirar a empleos extremos en los que recibirán una paga igual a la de un agricultor en Guatemala. Son cuestiones injustas, por supuesto, pero así está la situación.
PERFIL
– Francisco Juan Francisco nació en la aldea Palestina La Unión, Santa Cruz Barillas, Huehuetenango, el 15 de enero de 1971.
– Domina el español, q’anjob’al e inglés.
– Migró hacia Estados Unidos en 1988 por la falta de oportunidades laborales en Guatemala.
– Recibió asilo político a principios de la década de 1990.
– Durante sus primeros siete años en EE. UU. se desempeñó en el área de costura para una textilera, en Los Ángeles, California. Luego, en Míchigan, trabajó en publicidad.
– En el 2011 compró una radioemisora virtual, a la cual le llamó Pancholón Radio. Hoy, su compañía, Pancholón Broadcasting Corporation, cuenta con 11 emisoras en línea cuyos escuchas se encuentran en Estados Unidos, Canadá, México, Guatemala y el resto de Centroamérica.