Precisamente eso es lo que ha investigado el historiador Édgar Chután Alvarado; su documento —hasta ahora inédito— se titula Asentamientos en el Valle de la Ermita antes del traslado de la Ciudad de Guatemala. Complementos para su historia, siglos XVI-XVIII, el cual fue presentado la última semana de agosto en la Academia de Geografía e Historia de Guatemala, de donde es miembro numerario.
Dicho valle, afirma Chután Alvarado, estaba comprendido por Mixco, Chinautla, Canalitos, Los Ocotes, El Rodeo, El incienso, El Naranjo, La Culebra, parajes de la Sierra de Canales y Las Vacas —este último, a su vez, abarcaba San José del Golfo, Palencia, El Fiscal y Las Navajas, hasta el río Los platanitos—.
Tal como se tiene consignado en la historia, los terremotos de Santa Marta, en julio y diciembre de 1773, obligaron a que las autoridades buscaran un nuevo sitio para trasladar la capital. Ese nuevo valle debería tener las suficientes dimensiones geográficas y económicas como para mantener al Reino. Por eso se fijaron en el valle de la Ermita. “Además, aquí identificaron un buen clima, con suficientes precipitaciones fluviales, drenajes naturales, vientos, topografía adecuada para el desarrollo urbanístico y de labores agrícolas y ganaderas, disponibilidad de agua potable, materiales de construcción y cercanía con otros pueblos para los futuros abastos”, explica el historiador. “Muy importante, también, era estar alejado de los volcanes, pues los españoles pensaban que eran los que generaban los terremotos”, agrega.
El valle de la Ermita cumplía con estos requisitos; asimismo, ya tenía varios asentamientos que después contribuyeron a poblar la zona.
Cabe destacar que el área contaba con la voluntad de la élite, pues la zona, desde el siglo XVIII, tenía inmensas plantaciones de caña de azúcar y labores de trigo, así como grandes estancias.
Arthur Morelet, en su crónica Viaje a América Central (Yucatán y Guatemala), describe la región con pintorescos detalles: “El espectáculo más interesante que me ha ofrecido Guatemala fue el de la plaza pública, a la que los indígenas que contribuyen especialmente a proveer al mercado, afluyen de todos los puntos circunvecinos. Del norte viene el carbón, la madera de pino, los frutos que dan su nombre a la de Jocotenango; los vasos de barro llevados en redes por las mujeres de Chinautla que suben todas las mañanas con el peso de esta incómoda carga, la escarpadura que separa su aldea de la meseta, del sur llevan la leche, los frutos y hortalizas de los climas templados del este, las producciones de la zona tropical, los peces del lago de Amatitlán, el azúcar y el algodón de la costa”.
Chután Alvarado indica que en el valle ya había varias familias españolas, entre ellos los Barreda, Villalobos, Segura, Portillo o Freyle, entre otros. “Esas tierras, desde el principio de la colonización, fueron apetecidas porque eran parte de la ruta de comercio hacia el Atlántico desde la capital y otros lugares del oriente del país”, comenta.
El valle de las Vacas, de acuerdo al viajero Thomas Gage, señalaba que en el camino de Acarabastlán a Guatemala había un sitio llamado Agua Caliente, y que a tres leguas de ahí estaba el río de las Vacas. “Desde este río se descubre el más hermoso vallado de este país donde yo he vivido cinco años a lo menos; se llama valle de Mixco y de Pinula, que está a seis leguas de Guatemala (…) Este está lleno de haciendas donde se logra mejor grano que en ninguno de los terrenos de México (…) Hay muy ricos hacenderos en este valle, aunque son rústicos y groseros”, escribió.
Hacia 1700 había alrededor de 50 españoles y muchos ladinos, mestizos y negros que trabajaban en las plantaciones de azúcar, estancias de ganado, labores de trigo y otras actividades.
Diversidad étnica
“El Pueblo de Nuestra Señora de la Asunción Ermita fue eje central dentro del valle; albergó a gran cantidad de personas de diversos grupos étnicos —indígenas, españoles y afrodescendientes— que vivían dispersos. En especial, alojó indígenas que se fugaron de otros poblados, agobiados por las pesadas cargas tributarias y servicios personales; en esta nueva zona estaban lejos del control administrativo colonial y de sus propias autoridades, apoyados por miembros de las castas y la complicidad de hacendados y estancieros locales que los empleaban en sus unidades productivas”, refiere el historiador.
El valle de la Ermita fue una de las primeras regiones mestizas con fuerte aculturación y una de las primeras regiones de concentración de haciendas y labores de españoles y criollos que abastecían de alimentos a la capital del Reino, contribuyendo a su crecimiento.
“El aumento demográfico del valle se produjo por lo benigno del clima —lo cual condicionó la producción agrícola y ganadera—, así como a la disposición de terratenientes de aceptar a fugitivos provenientes de todo el Reino y, de esa forma, aprovecharlos como mano de obra permanente”.
El traslado de la capital hacia Valle de la Asunción —que también se conoció como de la Ermita— se decretó oficialmente a mediados de 1776.
El extenso estudio de Chután Alvarado pronto será publicado por la Academia de Geografía e Historia de Guatemala.