Días después de ese memorable concierto, vestido con una camisa de franela a cuadros, que lleva encima del pantalón, José se confunde con cualquier otro adolescente; juega God of War, la saga de 15 batallas de la antigua Grecia, donde existen seres mitológicos, como los dioses o los titanes.
Pero cuando José no está en medio de una batalla en el Mar Egeo, en Atenas, o el desierto de las almas perdidas, dedica tres horas diarias a estudiar clarinete. Ni siquiera tiene un instrumento propio y producto de esas intensas jornadas, muchas veces su barbilla ha quedado irritada y sus labios rajados.
Escuchó por primera vez el sonido de un clarinete cuando siguió a una banda que acompañaba a una procesión durante una Semana Santa.
Está apenas en sexto grado, pero tiene muy clara su aspiración: ocupar un asiento en la sección de clarinetes de la Orquesta Sinfónica Nacional.
Por ahora, los ejercicios de raíces matemáticas que parecen más difíciles que una sinfonía de Mozart, son su prioridad.
Un largo viaje
Está comprobado que los aprendizajes y la forma de acceder al conocimiento, así como los planos cognitivo, afectivo y psicomotor pueden ser favorecidos cuando se practica tempranamente la música.
Al igual que José, las horas de la noche a veces son insuficientes para Elí Rienda, también estudiante de sexto grado.
Todos los días viaja en bus, cuatro horas; dos de ida y otras dos de vuelta. Es el tiempo que le toma recorrer la distancia que hay entre su casa, en Mixco, y el Conservatorio Nacional de Música, en el centro de la ciudad.
Cuando se hizo esta entrevista faltaban pocos minutos para que, junto a sus compañeros, ofreciera un recital de piano.
Recibe clases desde los siete años y ejecuta sus lecciones en un teclado que con mucho esfuerzo compró su madre, quien había contemplado recibir clases de piano, pero luego cambió la idea y se dedicó al canto. En su familia casi todos son músicos; su hermano mayor estudia en la universidad la licenciatura en ese arte, el que le sigue toca oboe, y es quien suele acompañarlo para formar dueto.
Elí cuenta que los fines de semana debe recuperar el tiempo para poner al día las tareas de la escuela. Además, participa en la orquesta de la iglesia. Claro que nunca falta un rato libre para jugar un partido de futbol.
“No importa lo que tenga que hacer, ¡quiero ser músico!”, dice convencido.
Durante varias semanas ensayó un dueto con Saraí Gramajo, una pequeña de 10 años, quien comenzó a tocar piano hace un año.
A su lado está sentado Eddi Rolando Sapón, compañero en la orquesta de la iglesia y a quien, aunque le encanta el piano, asegura que será chef y abogado.
Pequeño violín
La experiencia sensorial que proporciona la música enriquece la vida del niño. Según María de los Ángeles Sarget, doctora en pedagogía y profesora del Conservatorio Profesional de Música de Albacete, España, “le otorga al niño equilibrio emocional, psicofisiológico y social”.
En caso contrario, “la falta de estímulos sensoriales, impiden el desarrollo de la inteligencia”, apunta.
Antoni Girón tiene nueve años. Ha tocado el violín en varios recitales. Con inocencia y desenfado se encoge de hombros y ante algunas preguntas y responde: “No sé, qué te conteste mi mamá”.
“Puedo intepretar el himno nacional”, asegura.
Los pequeños músicos de esta historia no son niños prodigios, son chicos a quienes les encanta ejecutar algún instrumento y para lo cual practican muchas horas.
Sus experiencias recuerdan la pregunta que Don Campbell, autor del libro El efecto Mozart, se plantea acerca de la música. “¿Qué es ese medio mágico que nos conmueve, nos hechiza, nos da energía y nos sana?”.