Red intelectual
La Sociedad Teosófica es una fraternidad de presencia mundial interesada en el despertar de la sabiduría y el conocimiento de los misterios del universo y del ser humano. Fue fundada en 1875, entre otros, por la escritora rusa Helena Blavatsky (1831-1891), una de sus principales difusoras.
Eduardo Devés y Ricado Melgar Bao, en Redes teosóficas y pensadores (políticos) latinoamericanos, 1920-1939, señalan cómo sus miembros influyeron en la red intelectual de los años 1920, “sobre todo del grupo que tuvo un proyecto más socializante, antimperialista y pro indigenista. Importantes poetas y pensadores como José Vasconcelos, José Santos Chocano, Gabriela Mistral, César Sandino o Víctor Raúl Haya de la Torre, estuvieron influidos por estas ideas y algunos de ellos, como Sandino, pertenecieron a la Escuela Magnética Espiritual de la Comuna Universal”.
La red teosófica incidió en los medios de comunicación, la literatura y la academia y “permaneció unida con fuertes vínculos de interés, amistad, parentesco y compadrazgo hasta muy entrada la década de 1980. Es curioso que se hayan hecho pocos estudios de la obra de este colectivo, que sigue constituyendo una red social de enorme proyección en el país”, agrega la doctora en sus trabajos, entre los que resaltan El vitalismo teosófico como discurso alternativo de las élites intelectuales centroamericanas en las décadas de 1920 a 1930 y Las redes teosóficas de mujeres en Guatemala: la Sociedad Gabriela Mistral, 1920-1940.
Semanario
Las autoras estaban vinculadas a las redes latinoamericanas y “mantenían abierta una columna de debate con otros compañeros de su generación, tratando de crear opinión pública, y en las mujeres en particular, sobre la necesidad de incorporarse a la sociedad con plenos derechos al trabajo, a la maternidad libre, al acceso a la cultura y al voto femenino”, señala Casaús Arzú.
Las guatemaltecas tuvieron un espacio fijo en Vida, “revista comprometida con la regeneración de la sociedad y la recuperación de valores de los ciudadanos, que es lo suficientemente significativo como para analizar la relevancia que tuvo esta asociación en la generación de opinión pública y debate acerca de asuntos de género”, resalta la investigadora.
Vida tuvo una existencia de dos años, del 12 de septiembre de 1925 al 15 de junio de 1927. Se publicaron 48 números y cambió tres veces de director, pero su línea editorial se mantuvo. De sus directores y editorialistas destacaron Clemente Marroquín Rojas, Carlos Rendón Barnoya, Federico Mora, Eduardo Mayora, Federico Hernández de León y Carlos Bauer.
El semanario “abrió un importante debate acerca del papel de las mujeres en las sociedades modernas y su inalienable derecho al trabajo y a la educación. Contó con una columna fija titulada Sección de la Sociedad Gabriela Mistral”, en cuya figura se ampararon y posiblemente también “en las redes teosóficas a las cuales pertenecían muchas de ellas, desarrollando una intensa labor de formación y divulgación de los planteamientos feministas de la época, tratando de crear la conciencia ciudadana de la necesidad de la participación femenina de forma más activa en la conquista de sus derechos cívicos y políticos”, acota la historiadora.
En Guatemala
En el país se fundó el Círculo de Estudios Teosóficos en 1922. “Es interesante mencionar que el vicepresidente era Carlos Wyld Ospina y de vocales estaban las señoras de Quiroz y Vives. En otros artículos se refleja la alta participación de las mujeres en las sociedades teosóficas, la que será permanente y muy extendida a lo largo de tres décadas, desde 1920 hasta 1950”, indica Casaús Arzú.
La investigadora considera que Quetzaltenango fue la cuna del espiritismo centroamericano y le llamaban Ciudad de la Luz, lugar de encuentro de librepensadores, poetas, musicólogos artistas y científicos, en donde solían reunirse casi todas las corrientes espiritualistas y se celebraban los más importantes congresos teosóficos y espiritistas. Fue visitada por muchos pensadores internacionales de estas corrientes como Krishnamurti, Jinarajadasa y Alberto Masferrer.
En la ciudad quetzalteca “hubo más de 10 instituciones espíritas”, escribe la socióloga. Algunas de las más importantes fueron: la Sala de Estudios Psíquicos, fundada por Vicente López Valle, en 1906; la Sociedad Espírita El Gimnasio, fundada por los hermanos López Cifuentes, Gilberto Batres y Luis Liuiti; la Cadena Heliosófica Centroamericana, fundada por Joaquín Rodas Mejicanos, con más de 80 escuelas en toda la república, casi todas ellas dirigidas por mujeres. La Fraternidad Espírita Guatemalteca, con más de 11 secciones y escuelas en todo el occidente del país y con sitios para la formación y desarrollo de la mediumnidad y estudios de espiritismo. Contaron con una serie de semanarios revistas y folletos que en su mayoría se publicaron en Quetzaltenango, dedicados a la formación, conocimiento y difusión de sus saberes como, Luz del porvenir, 1913; El obrero espírita, 1915; El porvenir, 1922; Estudio, 1922; La vida, 1922; Vida, 1925; Nosotros, 1931; Cronos, 1932; Ideas y noticias, 1932; Vértice, 1939, entre otras muchas de difusión más local.
1920
La Sociedad Gabriela Mistral, a través de sus escritos, luchó por el reconocimiento de los derechos civiles y políticos de las mujeres, para que no se les tuviera en cuenta únicamente su condición de madres y esposas.
“Tengamos en cuenta que en esta década fue cuando se comenzó en el país una campaña liderada por hombres y mujeres para obtener el voto femenino y que en la reforma constitucional de 1921 se perdió la batalla por un punto. La defensa del sufragio femenino se llevó a cabo en el Congreso de la República por miembros de la Generación del 20, los cuales ya defendían en sus medios de comunicación (Studium, Tiempos Nuevos y Vida) la paridad de derechos”, detalla Casaús Arzú.
“La Sociedad Gabriela Mistral, hace un llamamiento a la mujer guatemalteca para que concurra a la sala de lectura donde encontrará libros escogidos y podrá comentarlos debidamente, recibirá clase de puericultura, higiene, literatura, gramática e idiomas y tomar parte en certámenes diversos”, escribió Graciela Rodríguez López, desde el espacio que en Vida tuvo el colectivo.
Rosa Rodríguez en la edición 14, del 12 de diciembre de 1925, indicaba que “se pretende abolir la inferioridad de la mujer, demostrar que vale y puede tanto como el hombre y que, siendo un ser de elevados sentimientos, es digna de justicia, y de igualdad política y social”.
Defensora
Blanca Rosa Rodríguez López (1907-1992), al dejar Guatemala cambió su nombre por el de Luisa Moreno y se convirtió en una activista social y sindical, así como en defensora de los derechos de la mujer. Vivió en México, Cuba y Estados Unidos antes de regresar al país, en la década de 1950.
Grupos afines
Las columnistas se alternaban el espacio en Vida, al que llamaron Sociedad Gabriela Mistral, pero en el semanario escribían también hombres. “De esta generación salió un buen número de élites intelectuales urbanas, que resaltaron en el campo de la Ciencia, la Política, la Sociología y la Literatura, que posteriormente influirían en la creación de nuevos espacios públicos, contribuyendo a la creación de pactos y consensos y al fortalecimiento de la sociedad civil guatemalteca”, agrega Casaús Arzú.
La Sociedad Gabriela Mistral tuvo estrecha afinidad con la Generación de 1920, lo que hizo posible constituirse “como gremio cultural generador de opinión pública, que pudo transcender por primera vez en el país del espacio doméstico al público en materia de género”, señala la historiadora.
Intelectuales y dirigentes cívicos fueron parte de la Generación de 1920, que confrontó la dictadura de Manuel Estrada Cabrera y le vio caer. El Diccionario Histórico Biográfico indica que entre sus principales exponentes figuraron Alfredo Balsells Rivera, Arqueles Vela, Carlos Samayoa Aguilar, David Vela, Luis Cardoza y Aragón y Miguel Ángel Asturias.
“Las integrantes de la Sociedad supieron aprovechar las redes informales de otras ramas teosóficas para formar un importante espacio de sociabilidad, que les permitió salir del ámbito privado y empezar a generar opinión pública en temas que hasta el momento no habían podido ser debatidos más que en círculos muy reducidos y dentro del espacio doméstico”, señala en sus escritos la investigadora.
En Cuaderno de memorias 1900-1922, Jorge García Granados, uno de los fundadores de la Generación del 20, se refiere a una pariente con la que se crió cuando se quedó huérfano, Amelia Saborío García Granados y comenta acerca de las actividades teosóficas que había: “Se reunían las mujeres de la gente decente a platicar y a leer a Allan Kardec y Madame Blavatski y otros expertos en la materia. Asistían a reuniones espiritistas, donde me temo que tomaban el pelo a personas mucho menos cultas que ellas”. Kardec fue el alias que utilizó el pedagogo y escritor Hippolyte Denizard (1804-1869) considerado el sistematizador del espiritismo.
Casaús Arzú halla relevante el aporte de García Granados por poner de manifiesto “la enorme importancia que dichas tertulias poseían para las élites intelectuales urbanas en donde el espiritismo y la teosofía constituían parte de su vida cotidiana”.